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Ahogué un suspiro contra la almohada mientras percibía la presencia de Perseo a mi espalda

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Ahogué un suspiro contra la almohada mientras percibía la presencia de Perseo a mi espalda. Con la inminente llegada de la fecha límite para la prueba de fidelidad del Emperador hacia la Ptolomeo y la frenética actividad en la que se había sumido toda la finca, apenas podíamos encontrar un hueco para vernos; sabía de primera mano de los requerimientos por parte de su abuelo como su heredero... pero aquellas no eran sus únicas ausencias.

Últimamente Perseo se ausentaba cada vez con mayor frecuencia y, aunque fingía no ser consciente de ello, haciéndole creer que suponía que se trataban de encargos de Ptolomeo, tenía una ligera sospecha de a qué se debían. El estómago se me agitó al imaginar a Perseo con su máscara de nigromante, participando en las redadas cuyo propósito principal eran la de capturar rebeldes; escondí las manos bajo la almohada para que él no pudiera verlas, pero poco podía hacer con el ritmo acelerado que había adoptado mi corazón al pensar en su implicación en aquel turbio asunto.

El colchón de la cama donde estábamos tendidos se hundió bajo el peso del nigromante cuando se movió, permitiéndome sentir el calor que desprendía su cuerpo desnudo.

—Hay algo que te preocupa —afirmó Perseo, consciente de cómo latía mi corazón.

Mordí mi labio inferior, pensando en qué contestar a eso. No podía ir directa al asunto, preguntándole qué había estado haciendo en aquellas misteriosas ausencias que cada vez le retenían mucho más tiempo fuera de la propiedad de su familia; no podía descubrirme a mí misma, indicándole que sospechaba que el Emperador había decidido hacer que se uniera a la caza de rebeldes.

—Han sido unos días... agotadores —y los que todavía nos quedaban por delante. Auriga había decidido supervisar personalmente todos y cada uno de los detalles; además, el sorpresivo regreso de los padres de Aella, haciendo que tuvieran que finalizar de forma prematura sus extendidas vacaciones, había aumentado la expectación que corría dentro de la propiedad, haciendo que los chismorreos y los rumores se dispararan.

Perseo inclinó la cabeza, provocando que algunos de sus mechones ondulados hicieran cosquillear mi piel.

—Sé que Aella ha estado más difícil que de costumbre —comentó.

Sonreí ante el pragmatismo de Perseo al hablar de su prima. El hecho de que el propio Emperador decidiera abandonar su refugio, acudiendo hasta allí, había provocado que toda la familia del nigromante estuviera al borde del colapso; nadie a excepción de Ptolomeo y Auriga sabía los verdaderos motivos por los que el Emperador se había tomado aquella molestia.

Tal y como Perseo había afirmado tan sutilmente, el humor de Aella había sido de auténtica pesadilla en aquellos días que habían transcurrido. Los nervios por encontrarse a la altura de lo que esperaba su abuelo de ella la habían transformado en una versión mucho más odiosa que de costumbre; aquella misma mañana, durante la visita de la modista que estaba encargándose de confeccionar el vestido que llevaría durante el encuentro, había llegado a la conclusión de que aquel tono de color lavanda no le favorecía lo más mínimo... y que todos los zapatos a los que habíamos estado sacando lustro mientras la modista continuaba con su tarea no eran de su agrado, necesitando de un nuevo par.

EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora