Parte 8

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El ataque de la noche del viernes fue aún peor que los anteriores. Se me resecó tanto la piel que mis brazos acabaron cubiertos de escamas desde el dorso de la mano hasta el codo, y las rodillas empezaron a cuartearse también. En algunas zonas de los brazos las escamas se volvieron duras y oscuras.

Me apliqué la crema hidratante con diligencia. Empecé extendiéndola con los dedos, pero acabé echándome el bote entero sin mucha ceremonia, para aliviarme. A media noche las escamas desaparecieron por completo y la piel me quedó bastante suavecita.

No podía seguir pensando que aquella dermatitis loca estaba relacionada con el amor. Había tenido amigas enamoradísimas y a ninguna le habían salido escamas. ¿Y si estaba relacionado con la telekinesis? Me había empezado a pasar cuando empecé a usar mi poder y a mover cosas, así que decidí dejar de usarlo por precaución. Además, iría el lunes sin falta al médico.

El sábado por la mañana mi tía me vio tirar el bote de un litro de crema hidratante que había comprado el día anterior. No sé qué pensó porque no me dijo nada, pero abrió mucho los ojos.

Habíamos llegado al sábado, el día que Tatiana y Elena me habían recomendado ir a ver a Mario. Apenas comí por los nervios. Me peiné, algo que me había propuesto hacer cada día sin éxito, metí en mi mochila algo para llevarle de regalo y salí hacia su casa. Estaba convencida de que iba a cagarla de un modo u otro, pero no estaba tan nerviosa como cabría esperar: No tenía nada que perder, Mario no podía odiarme más ni mi vida social podía empeorar.

Tardé cuarenta minutos en llegar a su casa andando. En metro eran menos de diez minutos, pero me negaba a cogerlo por si acaso volvía a perderme.

Llegué a su calle y vi a lo lejos a Mario y a Héctor de espaldas, caminando hacia su portal. Me detuve a observarles. Por muchas ganas que tuviera de hablar con Héctor juntar ambos encuentros era una idea horrible. Debían haber aprovechado que no hacía mal tiempo para ir a dar una vuelta. Héctor iba un poco mejor vestido que de costumbre y llevaba un gorro para protegerse del frío. Mario en cambio iba con un chándal que bien podría haber sido usado de pijama. No se manejaba mal con las muletas y no apoyaba el pie en ningún momento. Afortunadamente no se veían clavos y hierros saliendo de su pierna, al menos desde donde yo estaba. Eso me daba esperanzas de que no necesitara una segunda operación.

Cuando llegaron al portal, Mario se dio la vuelta para despedirse antes de entrar a su casa. Pude ver que tenía bastante mejor cara que la última vez que le vi. Dobló la pierna mala y la apoyó en la empuñadura de una de las muletas. Supuse que así se cansaría menos.

Vi que Héctor daba un paso hacia él, le pasaba un brazo por los hombros y le daba un delicado pero intenso beso. Fue breve, pero fue muy tierno. Una sonrisa iluminó la cara de Mario cuando se separaron. Alargó la mano, cogió a Héctor por el jersey y tiró para atraerlo hacia él de nuevo.

Volvieron a besarse, esta vez durante más tiempo. Con calma, como si sucediera a cámara lenta. Solo dejaban de besarse para juntar las frentes, mirarse y sonreír. Sus manos libres se rozaron y entrelazaron los dedos. Parecía la escena de una película.

Mario estaba realmente embobado, parecía que no existía nada más a su alrededor.

Emanaban toneladas de ternura y cariño. Entendí por qué tanta gente, porqué mis compañeros de instituto, querían proteger algo tan puro, algo tan real, algo tan perfecto.

Aquello era distinto a lo que estaba acostumbrada a ver. Era amor, sin duda. No era como cuando mis amigos se liaban en las fiestas del pueblo, que se chupaban las caras y se magreaban sin ningún pudor. No era sucio. No era algo de lo que avergonzarse. No era Héctor.

No era...

¿¡No era Héctor!?

Casi me atraganto. Tenía su estatura, su complexión, y le asomaba pelo de su mismo color debajo del gorro, pero Mario se lo quitó al cogerle de la nuca para acercarle, y vi un corte de pelo que no se parecía para nada a una cresta. Me quedé de piedra y él se giró hacia mí un par de segundos quedándome totalmente claro que no era él.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora