Parte 10

29K 4.6K 4.9K
                                    

—¿Te has tirado a alguien en algún templo?

—¿Qué? —mi voz sonó tan aguda que las serpientes se asustaron un poco.

—En algún templo de Atenea, más concretamente.

Me quedé petrificada. Aquello rozaba unos niveles de surrealismo que hicieron que mi cerebro se cortocircuitara. No reaccioné hasta que la serpiente bastarda me rozó la punta de la nariz con su lengua y tuve que rascarme.

—¿Un templo?

—Ya me has oído —sonaba muy severa. Chasqueó los dedos delante de mi cara—. Alexia, céntrate.

Mi respiración se aceleró.

—Estás... estás loca.

Sabía que no era correcto usar esa palabra con alguien que no está bien. De algún modo no se lo dije a ella, mi intención no era herirla. Me estaba recordando a mí misma que mi tía no era dueña de sus palabras. Hablaba su enfermedad así que no me tenía que hacer tanto daño su actitud.

Eso decía mi cabeza, pero mi corazón quería tirarle de los pelos. Ella era el único adulto, la única persona a la que podía acudir y no me estaba ayudando.

—¿Yo? —mi tía ladeó la cabeza sorprendida e indignada—. La que estás loca eres tú.

La miré furiosa. Yo tenía serpientes en la cabeza, ataques de amor o de lo que fuera cada noche y encima mi tía, la que veía películas sin sonido, me estaba llamando loca a mí. Ella añadió:

—Yo no soy la que mete el móvil en la nevera.

No iba a discutir con mi tía, no tenía sentido. Me levanté y fui corriendo al baño a mirarme al espejo, traté de averiguar de dónde salían las serpientes para poder sacarlas, pero no lograba verlo ya que partían de la parte de atrás de la cabeza.

Tras varios intentos fallidos, mi tía apareció en el baño, sacó una bolsa de maquillaje y me entregó un espejo para que pudiera verme por detrás. Que mi tía tuviera maquillaje era casi tan extraordinario como que dos serpientes salieran de mi cabeza.

Me hizo darme la vuelta, me ayudó a alinear los espejos y me apartó el pelo para que pudiera ver de dónde y cómo me salían las serpientes. Sus cuerpos, en su parte ancha, salían directamente de mi cuero cabelludo. La piel de mi cabeza se transformaba en ellas, eran parte de mi.

Se me olvidó cómo se respiraba, cómo se hablaba o cómo mover mis brazos. Mi tía me hizo beber un buen trago de su tila. Se me había olvidado también cómo decir que no.

Permanecí en ese estado hasta que vi algo moviéndose en el lavabo. Era la serpiente bastarda que había desencajado la mandíbula para tragarse una pastilla de jabón con olor a fresa. Mi madre me había regalado ese jabón antes de irse.

—Suelta eso —forcejeé con la serpiente—. ¿No ves que te vas a poner mala?

Cuando recuperé el jabón me miró con sus pupilas de serpiente dilatadas, como si no comprendiese qué había hecho mal.

La otra serpiente seguía sujetando mi taza caliente, parecía muy a gusto.

—Escúchame, Alexia —mi tía seguía hablándome con seriedad, pero hizo gestos con las manos para tranquilizarme—. Sé que soy difícil de... entender. Pero ahora tienes que hacerme caso. Te va a parecer una locura, pero sé lo que te pasa.

Nos miramos a los ojos. Ella me sostuvo la mirada, algo que nunca antes había hecho.

—Está bien —claudiqué. De todos modos no tenía nadie a quien más acudir, sin ella estaba totalmente desamparada. Accedí a responder a su pregunta— Lo del templo... ¡Que no, coño! —. Agarré a la serpiente bastarda que había vuelto a meterse el jabón en la boca—. Que eso no se come.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora