Parte 11

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El lunes llegué hora y media tarde a clase. Me había quedado dormida y al parecer mi tía también. No solo no tenía tiempo de reflexionar sobre lo que había pasado la noche anterior, sino que ni el miedo a las consecuencias de retrasarme me impidió pensar en otra cosa. Fui al instituto despeinada, con la cara sin lavar y justo en el momento en el que entraba en clase me di cuenta de que me había puesto la camiseta al revés. Afortunadamente nadie se dio cuenta porque estaban todos concentrados haciendo un examen sorpresa de física. Desafortunadamente teníamos un examen sorpresa de física.

Con solo media hora para completarlo, me obligué a calmarme, me puse manos a la obra en cuanto me senté y empecé a resolverlo todo lo rápido que pude. Me sorprendió completar en tiempo récord dos de los tres problemas que tenía el examen. Me quedaban cinco minutos para resolver el último problema y parecía el más sencillo. El milagro era posible y yo iba a aprobar aquel examen. Se me escapó una leve sonrisa.

—Psst, psst —oí a Jacobo, que se sentaba en el pupitre de al lado, llamarme justo cuando tenía el tercer problema a medias.

Fingí que no le había oído, pero él insistió.

—Dime la respuesta del primero —me susurró.

—Seis con cuatro kilómetros por segundo —le contesté mirando con aprensión al profesor.

—Dime el desarrollo.

¿Estaba loco? ¿Quería que le dictara todas las fórmulas que me ocupaban media hoja?

Tosí por los nervios y El Bizcocho, nuestro profesor de física, chistó para mandarnos callar.

—Dime el desarrollo —insistió Jacobo.

—Es muy largo —le enseñé mis hojas de examen atestadas de cálculos.

—Pues dámelo.

—¿Qué?

—Dame tu examen.

Fue como si mi cuerpo no fuera mío. Mi mano agarró el examen, mi brazo se estiró y mis dedos se lo entregaron a Jacobo. Yo no quería darle el examen, quería terminar el examen, entregárselo al profesor y a ser posible sacar una buena nota. Pero mi cuerpo había actuado por su cuenta.

Tuve la misma sensación de bloqueo que cuando me atracaron en el metro y me pidieron la cartera y el móvil. No pude protestar, no pude negarme. Mi cuerpo entregaba lo que me pedían de forma automática como si la petición de los demás fuera la ley. Simplemente ya no eran mis cosas y se las entregaba a sus nuevos dueños. Me quedé unos segundos mirando a mi mesa vacía, confundida sin saber qué hacer.

—Queda un minuto —avisó El Bizcocho sin levantar los ojos de sus apuntes.

Tenía que terminar mi examen así que traté de llamar la atención de Jacobo varias veces sin éxito. Le tiré media goma de borrar y me hizo una señal para que tuviera paciencia. Era como si aquel chico no se hubiera enterado de que el profesor estaba a punto de ponerse de pie.

Estaba muy preocupada. Necesitaba recuperar mi examen y para eso tenía que distraer al profesor. Al fin mis poderes de telekinesis iban a tener una utilidad.

Era lunes a segunda hora así que todavía no había papeles en el suelo. Las papeleras estaban vacías y no podía hurgar en mi mochila o me acusarían de estar copiando: No podía usar mis poderes con nada.

—Id acabando. Que no se os olvide poner el nombre —dijo El Bizcocho sin mirarnos.

Me agobié muchísimo y los ojos se me llenaron de lágrimas. Una cosa era suspender y otra perder totalmente mi examen. Se lo tomarían como un acto de rebeldía y acabaría de nuevo en el despacho del director. Eso tan solo sería el comienzo de un desfile de castigos, charlas con el jefe de estudios, charlas con los profesores, charlas con mi tía y un montón de conversaciones que no deseaba tener.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora