-Capítulo 19-

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*Tomar vuelo*

Pasaron las semanas, todo continuaba igual. Isabella se negaba a verlo y Sebastián sabía que no estaba del todo bien, no anímicamente, y para ser sincero, tampoco él, así que la entendía de alguna manera. La culpabilidad circulaba por sus venas como si fuese un virus con la intención precisa de aniquilarlo. A los pocos días de esa dolorosa conversación, Raúl lo buscó para decirle que ella deseaba tomarle la palabra y guardar los restos de su pequeño ángel. De inmediato lo arregló todo. Una misa, una dolorosa despedida de su parte donde la vio llorar desolada aferrada a los brazos de su hermano y un dolor en su pecho que lo ahogaba de una forma que jamás creyó posible. Ella no permitió que se le acercara hasta el final pues notó que no se movía.

—Gracias, Sebastián —musitó desencajada, pasando a su lado. Él la observó, afligido.

—Es mi hija, Bella, no es necesario que agradezcas nada. Si está aquí es por mi culpa. —La chica negó llorosa, colocando una mano temblorosa sobre su antebrazo.

—No te hagas esto —Le pidió limpiándose el rostro. Sebastián ladeó la cabeza, observándola fijamente, de esa manera tan férrea, tan increíblemente abrazadora.

—Te perdí, la perdí... Soy el responsable de todo. Y lo único que de verdad deseo es que tú superes lo ocurrido, quizá, si lo logras de alguna manera, entonces yo llegaré a sentirme menos miserable, pero la culpa, Isabella, esa es inexorable, por siempre —declaró con los ojos rojos.

Después de ese momento, no volvieron a verse.

Abril ya estaba por terminar. Hacía poco más de un año de que le propuso matrimonio. Sonrió con nostalgia al recordar cómo se entregó; como nunca una mujer y él se dejó llevar sin pensar en nada más que la tenía así, aferrada a su cuerpo, respirando el mismo aire, probando lo mejor de la vida. Esa noche jamás la podría olvidar, era uno de los tantos recuerdos que tenía a su lado y que habitarían siempre dentro de su alma.

Pero solo eso eran por ahora, recuerdos... Las semanas lo sumergían cada vez más en un abismo del que no lograba emerger, del que no tenía tampoco muchas intenciones de salir, no cuando iba a aquel sitio donde descansaban los restos de su hija y le rogaba lo perdonase por aquella aberración que cometió. No encontraba paz, no encontraba sosiego, no veía la manera de recuperar lo que su vida alguna vez fue, no era que lo buscara, pero era consciente de que tampoco podía continuar así. El vacío que sentía en el pecho lentamente lo estaba dejando insensible, no podía seguir así, no más. Después de nueve meses de agonía y de tentar a la cordura de todas las formas posibles había llegado a su límite, necesitaba poner distancia, perdonarse y con suerte, de alguna manera... olvidar el daño que causó a la mujer que más había amado en su existencia.

—Nicolás —llamó a su asistente por él alta voz. El muchacho entró a su oficina, serio y formal, como solía.

–Dime, Sebastián.

—Arregla todo, quiero estar en Italia antes de que termine la semana —ordenó.

—Bien —anotó algo en su tableta—. ¿Cuándo regresas? —preguntó con eficiencia. Sebastián le caía bien, pero era muy difícil saber qué pensaba. Estaba al tanto de lo que ocurrió con su asistente anterior y de toda la maraña que, entre ella, y se rumoraba los accionistas, habían fabricado en contra suya y de la que fue su prometida, teniendo como consecuencia la pérdida de su hijo y que la joven estuviera al borde de la muerte.

Nicolás ingresó a ese trabajo soñado justo cuando todo eso acababa de suceder. Nunca, a lo largo de su vida, vio sufrir tanto a un hombre como a su jefe. Parecía que el amor por esa joven lo estaba consumiendo lenta y dolorosamente. Y aunque no lo conocía muy bien, sabía que ella lo había dejado definitivamente hacía varias semanas. Parecía un fantasma, trabajaba como un loco, incluso se quedaba mucho más tiempo ahí que cualquiera en toda la empresa. Era inteligente, hábil y un excelente negociador, por algo tenía lo que tenía. Pero los caminos del destino eran extraños, meditó, él sólo quería una cosa al parecer en la vida, y eso era ella, sin embargo, por algo que no alcanzaba a comprender todo indicaba que jamás la tendría. La verdad era que de alguna manera sentía pena por su situación. Con él era educado, le estaba enseñando muchas cosas, le exigía lo mismo que al resto y era muy paciente con sus errores de novato. Era un buen jefe y estaba aprendiendo que trabajar a su lado era todo o nada.

Vidas Cruzadas © ¡ A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora