BUSAN.

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B U S A N.

❝Yo no acepté el dinero de nadie para cubrir al dueño de las huellas que poseía el cadáver de Ma SungKwang

          SI HABÍA ALGO que le gustaba al inspector jefe de la comisaría del norte, Kim NamJoon, era el ansiado dinero

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          SI HABÍA ALGO que le gustaba al inspector jefe de la comisaría del norte, Kim NamJoon, era el ansiado dinero. Amaba sentarse en el sillón de su apartamento después de un duro día de trabajo para contar los fajos de billetes. El día que menos había ganado podía poseer entre sus manos la cuantiosa cantidad de 1.500 millones de wons, lo que al cambio darían mil quinientos dólares; recaudados solo en una semana. Siete días eran necesarios para ganar más que el sueldo mínimo establecido por el Estado a partir de negocios ilegales y acuerdos con gente metida en grandes líos con la ley, el Gobierno y la propia policía.

«Llegas tarde a casa, ¿dónde te habías metido?»

No, Kim NamJoon no tenía para nada las manos limpias. Es más, seguramente, cualquier persona que metiese las suyas en un charco de barro las tendría más limpias que él. Estaba metido en negocios turbios desde que llegó a los altos cargos de la comisaría, hacía ya tres años. Era bien sabido entre sus compañeros más próximos que los jueves habituaba a ir al Pink Pleasure, aquel club de striptease que, entre toda esa parafernalia de luz negra y barras cromadas con bailarinas ágiles y sensuales, se ocultaban una hilera de habitaciones con prostitutas dispuestas a darte placer el tiempo acorde a la cantidad de dinero que se pusiese en juego.

«Acabo de salir del trabajo».

Pero aquello no era lo único. Desde hacía poco más de cinco meses había entrelazado las manos con el Halcón, de la peor calaña de todo Seúl y buscado por la policía desde hacía un año entero. Los carteles de su foto estaban absolutamente por todas las comisarías de la provincia y los restos de los cuerpos de aquellos que habían osado a enfrentarse a él o diferir en cuanto a opiniones habían sido hallados en los callejones de los peores y más violentos barrios. Las cosas estaban más que claras con aquel hombre de pelo cano, barriga grasienta y muelas de oro: yo te doy quince por ciento de mis ganancias si a cambio, tú y tus chicos me protegéis de la policía.

«Estaba preocupado. Son ya casi las doce. ¿Qué te tenía tan ocupado?»

Kim NamJoon sucumbía de forma muy rápida a los sobornos, aunque eso le pasaba desde que era niño. Ya en primaria, cambiaba su silencio por unas cuantas monedas para comprarse cualquier bolsa de ganchitos de la máquina expendedora. Ahora, ya siendo un adulto y con un gran poder, él comenzaba a decidir quién era acusado de algún crimen y quién no. En conclusión, quién era aquel elegido para pudrirse en la cárcel aunque nunca hubiese hecho nada y quién se marcharía de rositas.

«Nada, hermanito. Solo terminar algo de papeleo».

Aquella noche pintaba fría. Recién había salido de trabajar. Vestía con esos pantalones negros, a juego con la chaqueta de cuero que cobijaba los brazos que quedaban libres por la camiseta blanca de algodón. Su andares eran algo bastos, de pasos largos y espalda desgarbada. Estaba más cansado de lo habitual, pero no podría marcharse a casa hasta que terminase de hablar con ese miserable que a mitad de una reunión con sus trabajadores le había enviado un mensaje de texto. Tendría que encontrarse con él, escuchar sus palabras y, seguramente, acatar cualquier orden que este le impusiera.

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