Capítulo 16.

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—¡No puede ser! —exclamó Jareth furioso, al observar una nueva esfera de cristal—. ¡Más bestias ayudan a Sarah!

A través del cristal, se veía la imagen de Sarah y sus compañeros, volando sobre el gran dragón grisáceo.

El Rey de los goblins estaba muy molesto, pero entonces algo lo serenó.

—Aunque —comenzó, hablando maquiavélico—, ese dragoncito no puede acercarse a la Ciudad.

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Al terminar su canción, Emily sintió algo extraño; percibió que algo no estaba bien, a pesar de que ella seguía emocionada y sin creer lo que estaba viviendo.

Miró a la audiencia, e intentó observar detenidamente las expresiones faciales de algunas de las personas en las butacas. Todos los que observó se veían vacíos; sonreían h aplaudían pero parecían ausentes o desconectados.

Cuando la música de la próxima canción empezó, se dió cuenta de que ya la había cantado antes... diez veces antes, ha que con esa canción había comenzado su repertorio musical.

En el momento en el que la melodía avanzó y Emily no entró a cantar ni a bailar, notó que las personas seguían sonrientes e indiferentes.

La chica pensó que aquel increíble momento ya se había tornado en algo extraño. Al verse rodeada por un montón de personas desconocidas —y que tal vez ni siquiera eran reales— comenzó a extrañar a su madre, y quiso regresar a casa con su hermano menor.

Entonces, Emily se apartó de los reflectores y caminó tras bambalinas, en busca de una salida. Sin embargo, las puertas que habían estaban selladas y por más que forcejeara, no podía abrirlas.

La chica empezó a desesperarse, golpeó numerosas veces las puertas —con sus puños— y nada cedió.

Emily pegó su frente contra la entrada, y cuando estaba a punto de sollozar, alzó la mirada y notó algo muy peculiar: la puerta brillaba, como si fuera... cristal.

A Emily no le importó si arriesgaría su propia seguridad, o si al terminar con el mundo imaginario que Jareth había creado conseguiría problemas con él. Lo único que le importó fue salir de ese lugar como fuera.

Con paso apresurado, Emily regresó al escenario, liberó el micrófono del trípode y lo arrojó al suelo —provocando un gran chirrido en el auditorio—, tomó la base como si fuera un bate de béisbol, corrió hacia las puertas y soltó un gran golpe.

Emily dejó caer abruptamente la base, y se percató de que ya había provocado una grieta en el muro. Entonces, puso en práctica sus enseñanzas en karate y —sin importarle que estuviera usando un vestido— soltó una de sus mortales patadas.

Finalmente, Emily escuchó como el cristal se quebró. Un fuerte viento invadió la zona, y el público empezó a gritar.

La chica abrió los ojos y pudo presenciar como su atuendo de espectáculo se intercambiaba por sus pantalones de mezclilla y su blusa color mostaza, y cómo el auditorio se transformaba en un vacío oscuro.

La chica se asustó un poco cuando empezó a flotar en el espacio. Al poner atención en lo que ocurría, Emily pensó fugazmente que tal vez así se sentiría estar en un agujero negro, y sintió un poco más de miedo.

De pronto, la oscuridad comenzó a aclararse y poco a poco empezó a descender hasta quedar de pie en el salón del trono, y frente a ella, se hallaba consternado el Rey de los goblins.

—¿Ya tan pronto? —cuestionó Jareth, desde su trono.

—Sí —Se limitó a contestar, Emily.

El Rey de los goblins cada vez comprendía mejor que los hijos de Sarah eran sumamente diferentes entre sí. Mientras el hijo menor era un ser muy cálido y alegre, la hija mayor era fría y ruda como el hielo.

—¿Y bien? —indagó el monarca.

—Todo era perfecto —comentó la chica, mientras miraba hacia arriba como si estuviera recordando la alegría que sintió al comienzo. En un instante, su rostro de ilusión cambió a uno de amargura, antes de decir—: pero luego fue como si la magia se hubiera ido.

Jareth se quedó en silencio. Por fuera, se veía tranquilo y seguro como siempre; pero por dentro, se encontraba sumamente mortificado, ya que ahora Emily también se encontraba alejada de las distracciones de los cristales.

—¿En dónde está mi hermano? —inquirió la chica.

Jareth soltó una risita burlona; le impresionaba lo ruda y protectora que era con Justin.

—¿Quieres verlo? —preguntó el rey.

—¡Claro que quiero verlo! —respondió Emily, provocando que Jareth volviera a reír.

—De acuerdo. Entonces, sígueme.

El Rey de los goblins se puso de pie y se encaminó fuera del salón del trono. Detrás de él, caminaba la chica lo más rápido posible, para evitar estar cerca de los goblins que rodeaban el salón.

Después de recorrer algunos pasillos, Jareth y Emily llegaron a una entrada sin puerta.

—Está allí dentro —indicó el monarca.

Emily lo miró dudosa, y después se acercó y entró al espacio que el rey le mostraba.

Lo que miró a continuación la dejó helada, y más cuando encontró a su hermano.

—¡JUSTIN!

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