¿AQUÍ?

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Subimos a la tercera planta por una elegante escalera de caracol. Y ahora entiendo por qué se llaman así. Porque cuando subes por una de ellas un poco bebido asciendes al ritmo de este molusco.

—Ya llegamos —celebro. Claudia me da un pequeño beso, y avanza por el pasillo tras dejarme con ganas de más.

Camina delante de mí, moviendo exageradamente las caderas. No sé si lo hace para verse más sexi o porque le cuesta mantenerse en pie. Si es por lo primero, le está funcionando. Es cierto que yo también voy muy borracho, tal vez esté distorsionando la realidad, pero me parece que tengo frente a mí a la mismísima Beyoncé.

La observo de arriba abajo y no puedo resistirme. Me adelanto, abrazo su espalda, y vuelvo a juntar nuestros cuerpos. Hundo mi cara en su pelo —usa acondicionador con olor a frutas—, busco su cuello y lo beso. Me estoy dejando llevar por completo, y me produce una sensación que hacía mucho tiempo que no experimentaba. Ella se da la vuelta y seguimos avanzando por el corredor mientras nos devoramos.

—Aquí. —Me apoya contra una puerta.

—¿Aquí? ¿Me la saco aquí? ¿En... el pasillo?

—¡No! —Se ríe—. En la habitación. Bill nos ha enseñado la casa antes. —Agarra el mango de la puerta—. Aquí dentro estaremos tranquilos. —La abre y...

—¡¡¡Ocupado!!! —nos gritan.

Hemos cerrado de un portazo. Apenas he tenido tiempo para observar lo que estaba pasando ahí dentro, pero me ha parecido ver a... ¿Oier y Bill desnudos sobre una cama?

—Parece que no somos los únicos —comenta Claudia.

—No lo somos, no... ¿Hay más cuartos?

—Hay muchos más.

Nos dirigimos a una de las habitaciones del fondo del pasillo y esta sí que está libre. Nada más entrar, Claudia me lanza sobre la cama. Salta sobre mí, me quita la camiseta y yo le arrebato la suya.

—Andrés... —Se fija en mi erección—. ¿Tienes preservativos?

—¡Mierda, no! ¿Les pido uno a Oier y Bill?

—No los interrumpas. Juguemos...

Claudia está sobre mí, me abraza y comienza a besarme detrás de la oreja. Yo le suelto el sujetador y lo lanzo lejos, sin importar dónde caiga, como en las películas.

—Joder... —gimo mientras lame mi cuello.

—Prepárate —advierte, se sienta en mi entrepierna y comienza a desabrocharme la bragueta.

Cada vez que suelta un botón, me siento un poco más libre, hasta que descubre mi tirante bóxer y me desnuda. Entonces la libertad es total.

La sangre me hierve y el alcohol se propaga en mi interior a gran velocidad. Al igual que el salón, esta estancia también parece dar vueltas, y Claudia y yo giramos sobre la cama, ambos desvestidos, acalorados... Y ondeamos nuestros cuerpos al mismo compás.

Sus labios descienden, me besan el pecho, recorren mi abdomen y se detienen a la altura de mi entrepierna. Bajo la vista y nuestras miradas se cruzan. Es sexi. Sobre todo cuando abre la boca y se inclina para...

—¡Oooh! —Disfruto.

Sus gruesos labios patinan, y yo la ayudo levantando y bajando repetidamente la cadera. Desaparece en su boca y vuelve a aparecer, a veces más rápido, otras, más despacio. Y agradezco estas alteraciones de ritmo porque, de no ser por ellas, ya hubiese acabado. Se detiene, la escupe, esparce la saliva con las manos y desaparece de nuevo.

—Oh..., ¡joder! ¡Espera, espera! —Me incorporo y hago que se siente en mi regazo—. Es que no quiero acabar ya —confieso.

Ella se ríe, y mientras mi entrepierna se relaja un poco, aprecio su rostro: sus oscuros ojos, sus largas pestañas, sus pecas... Sí, pecas. He debido de quitarle el maquillaje al besarnos y, vaya, ahora se ven sin problema alguno. Son muchas. Y también bonitas, pero no tanto como las de...

—Bésame —me pide, y obedezco.

Sin embargo, ahora no sé si lo hago porque me apetece o por despejar mi mente. Nos enrollamos, y ella parece estar dispuesta a dar un paso más:

—Andrés, hacemos... —propone en mi oído—: ¿el sesenta y nueve?

En un acto involuntario, aparto a Claudia de mí.

—¿Qué pasa? —Está confusa, casi tanto como yo:

—Sesenta y nueve —repito, pensativo.

—Sí... ¿Te apetece?

Me mantengo en silencio. Mi cerebro —cada vez más perjudicado por el alcohol—, procesa la información.

—Yo...

—¿Qué? —se impacienta.

—No puedo.

—Ah, pues... Hacemos otra cosa.

—¡No, no! Claudia, verás... —Me levanto y comienzo a vestirme—. Digamos que sí, sí que me gusta el sesenta y nueve, pero, ahora mismo, me gusta porque es el número de segundos que tengo para conquistarla.

Observo mi reloj de pulsera. Son las 20.40 h. Aún estoy a tiempo de llegar al encuentro del ascensor.

—¿Qué dices, Andrés? ¿Has tomado drogas? ¿Qué tenía el licor de la vitrina de Bill?

—Claudia, lo siento. Es que... —Opto por ser sincero—: Creía que no tendría problemas en olvidar a Rebeca, pero...

—¿Tienes novia? —se alarma.

—¡Ay, no! ¡Ojalá! Ella pasa de mí. Por eso estoy aquí hoy.

—Conmigo —añade.

—Sí. —Al ver su mueca de ira, rectifico—: O sea... ¡No! Bueno, a ver... —La he cagado, y no hay marcha atrás—. Yo...

—¿¡¿Qué?!? —Se harta de tanta tontería.

—Que no puedo desaprovechar mis sesenta y nueve segundos de hoy.

Una vez vestido, salgo corriendo de la habitación.



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Andrés, ¡¡¡correeeeee!!!

¿Llegará?

Hoy subiré otros tres capítulos ;)

Hoy subiré otros tres capítulos ;)

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69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora