Una historia

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Bostezo sin disimulo alguno pese a que mi supervisora está dos cubículos más adelante del mío. Es un bostezo que declara la guerra, porque otro viene para llenar mi boca de un grito que debo suprimir de los ojos sentenciadores de mi jefa. Bajo la cabeza y me cubro la boca, sintiendo mis parpados pesados.

Es mi tercer día de trabajo; uno muy aburrido.

En la ciudad se celebra la semifinal de un partido y se transmitirá en vivo por la televisión, por esto nadie de los que he llamado atiende su celular. Es un fracaso de día, muy tranquilo.

Aprovechando que la inspección de mi supervisora ya pasó, busco en la data el número de Thomas Morgan, el sujeto que curiosamente salvé.

Antes de realizar cualquier movimiento que secunde mi búsqueda, miro hacia ambos lados, arriba, abajo, cámaras y me confronto a mí misma sobre si llamarlo o no.

Como estar aburrida me vuelve una infantil, lo decido canturreando mientras mi debo se alterna entre opciones invisibles frente a la pantalla. Llamarlo o no llamar, llamarlo o no llamar; así hasta que la canción acaba y mi dedo termina señalando la opción de llamar.

Suspiro a modo de preparación, contrayendo todo signo de nerviosismo.

Marco el número y vuelvo a suspirar.

Morgan no tarda en contestar.

—Morgan, ¿qué tal? ¿Está viendo el partido por la televisión?

—Uhm... ¿no? ¿Es usted?

Creo que debí presentarme nuevamente.

—Yep, soy yo. Estoy muriendo de aburrimiento. —Enderezo mi espalda y adopto mi faceta de trabajadora ideal. Mi supervisora vicepresidenta ejecutiva de la vicepresidenta, o qué sé yo, pasa por detrás de mi cubículo—. Claro, claro, yo entiendo a qué se refiere, pero no puede ponerle dos planes en un celular, señora.

—¿Está su supervisora allí?

Vuelvo a mi horrenda postura de hombros caídos y exhalo el aire de mis pulmones con alivio.

Falsa alarma, el hombre de dos cubículos más atrás la llama. Lo mejor es pretender que Morgan es una clienta e implorar que comprenda mi tapadera.

—Sí, señora, pero no la puedo llamar por algo así.

—Entiendo, entiendo.

La sonrisa se me dibuja sola.

—¿Puede contarme más sobre el problema?

—¿Quiere que le cuente una historia corta divertida o un chiste?

—Sí claro, señora, puede elegir ambas opciones. Son convenientes. Y no hay problema.

—No soy bueno con los chistes.

—La primera opción será entonces. Puede optar por la larga duración, que costaría el doble.

—Déjame pensar en una... ¿Le gusta lo paranormal?

—Exacto.

—Genial, porque tengo una.

Se aclara la voz. Yo, por mi parte, me acomodo en mi asiento, satisfecha, contenta de que Morgan esté disponible para atacar mi latosa noche.

—Dicen que existe una ciudad donde predomina el gris y la neblina, de grandes estructuras y oscuros callejones —comienza a relatar—. Esta ciudad no está situada en ningún espacio determinado, aparece en diferentes lugares según testigos. Es una ciudad fantasma, una especie de purgatorio. En ella residen los criminales más buscados, las personas que buscan segundas oportunidades y seres con habilidades especiales.

—Suena interesante...

—Los hechos terroríficos e inexplicables abundan allí. Hubo una vez, una chica que se reuniría con la persona con quien hablaba por chats. Por fin se conocerían. Quedaron de juntarle a las afueras de un cine abandonado, pero él no apareció. La chica siguió esperando hasta que, en el interior del cine, oyó la melodía de una llamada. Al entrar descubrió que el chico de la cita estaba muerto; quien lo había matado fue un ser de nombre Sadistik, la representación viva de la gula.

—Oh, eso es... horrible, señora.

—Sadistik le dio una oportunidad a la chica antes de proceder a matarla, pero fue demasiado tarde para huir. Dicen que, si te encuentras esa ciudad, es porque tendrás tu segunda muerte.

—Me gusta. Di-digo, me gusta cómo piensa, lo que me cuenta es maravilloso, muy interesante.

Compostura, Ross, compostura.

—Hay más historias, puede que más adelante le cuente más.

—Por favor, será un placer.

—Todas son paranormales, seres con habilidades.

Veo que no haya nadie cerca y me reclino sobre el escritorio de manera confidente.

—Si pudiera que tener una habilidad, ¿cuál sería?

—La habilidad de sentirme bien conmigo mismo sería buena, pero prefiero... —Se lo piensa— no sé, algo simple, leer pensamientos.

—Yo quisiera viajar en el tiempo, hay muchas cosas de las que me arrepiento y de las que perdí oportunidad de hacer. Por eso ahora intento hacer valer todas las oportunidades que la vida me da. —Mi supervisora pasa por enfrente, hora de actuar nuevamente—. Las buenas oportunidades. Usted debería hacer lo mismo, como comprarme este conveniente pack de promoción. Internet y minutos en llamada, ¿qué más puede pedir?

—¿Tiene usted alguna historia que contar?

Espero a que todo se tranquilice. En un tono bajo, cubriendo mi boca, pretendo responderle.

—¿Contarle sobre mis terribles experiencias laborales cuenta como historia?

Mi pregunta causa el carcajeo de Morgan. Por alguna razón, me complace hacerlo reír, se escuchan tan dolido la primera vez...

—¿No le gusta trabajar en un centro de atención telefónica?

—Me gusta, es cómodo, dan muchos beneficios. Lo malo es estar sentada durante horas. Fuera de eso no está mal. Ah, no le mencioné de algunas contestaciones que he recibido...

Miro los minutos de la llamada. Me he pasado mucho más de lo que es conveniente.

—Debo cortar, Morgan. Gracias por atender mi llamado. Que tenga una buena noche.

—Espero que todo marche bien.

—Para usted también.

Mi última señal ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora