Capítulo 14

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Kael

No puedo dejar de pensar en él.

En sus labios besando los míos. En la ternura en su mirada cuando estuve detrás de él. En su sonrisa. Y la infinita colección de estrellas en su mirada. Cuando nuestros labios se juntaron fue como si el Sol se juntara con la Luna por un momento y se creara el mejor eclipse de todos. Él es el Sol, siempre brillando. Yo soy la Luna, siempre oculto en la oscuridad. Amantes de la noche. De lo prohibido.

Camino de un lado a otro por la habitación, de vez en cuando me detengo frente a la ventana para mirar hacia el exterior. Sigue ahí, de pie, inmóvil. El cielo brama con una intensidad que hace que los cristales de la casa tiemblen del susto. La sudadera amarilla le cubre las manos.

Sus manos.

La textura en su piel era tan suave, delicada. Era como si tuviese una figurilla de barro que si la dejaba caer se rompería en miles de pequeños pedacitos.

Sigo de pie frente a la ventana, observándolo.

¿Por qué lo besé?

Cuando lo veo girarse sobre sus talones y comenzar a caminar en dirección al bosque, algo dentro de mí me hace sentir culpable. No sé ni siquiera por qué demonios lo besé, simplemente que algo en mi interior me pedía a gritos que probara esos labios delgados llenos de alegría y carisma.

Lo veo desaparecer en la penumbra del bosque. Donde desaparecen las estrellas. Donde desaparece mi estrella. Él.

Al caer la noche, alrededor de las tres y media de la madrugada, no puedo dejar de darle vueltas al asunto

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Al caer la noche, alrededor de las tres y media de la madrugada, no puedo dejar de darle vueltas al asunto. No puedo dejar de buscar alguna explicación para lo que hice, y por qué lo hice. Nunca en mi vida había besado a un chico, mucho menos en la boca. Algo dentro de mí se encendió y me impulsó a hacerlo.

Tal vez fue la situación...

Tal vez fue la proximidad de su rostro al mío...

Tal vez fue que he convivido con él las veinticuatro horas del día desde el momento en el que llegué a West Spokane...

Tal vez sea algo más...

Tal vez me está haciendo sentir...

No. No. No. No.

Pero es que no podía pensar en otra cosa que no fuese besarlo. Besarlo. Besarlo. Y besarlo. Tener sus labios jugando con los míos. Sabían a miel, gloria y sueño...

Parpadeo varias veces mirando el techo de la habitación. Todo está oscuro y estoy acostado en mi cama sin hacer nada.

No quiero perderlo.

Es mi mejor amigo.

Trago saliva y me pongo de pie inmediatamente. Enciendo la luz de la lámpara del buró junto a mi cama y camino hasta el otro lado de la habitación. Tomo mi mochila del instituto que la dejé tirada en el suelo de madera y saco un cuaderno y un bolígrafo.

Me siento en el borde de la cama junto a la lámpara y comienzo a escribir.

Lo que parecía que sería una canción termina siendo una carta para él. En este momento no tengo cabeza para escribir una canción. La releo varias veces antes de arrancar la hoja del cuaderno y lanzarlo por encima de mi hombro sin importarme que haga ruido y mis padres descubran que sigo despierto.

Camino hacia la ventana y la abro con sigilo. La fresca brisa de la noche me consume, llenándome de deseo, magia y perdón. Llevo puesta la misma ropa que traía cuando Kyle estaba aquí en mi casa. Ni siquiera me he quitado los Vans para acostarme en la cama. Paso un pie por encima del alfeizar de la venta y después el otro. Con la carta en la mano desciendo con cuidado por el tejado hasta bajarme en el porche.

Cuando mis pies tocan tierra, lo único que puedo pensar mientras corro en dirección a su casa en mitad del bosque es en lo que siento.

Me siento confundido.

Raro.

Extraño.

Y en algo más que pienso es en que así no me sentía cuando llegué a este lugar. Desde que lo conocí a él mi vida cambió. No me sentí el chico raro e incomprendido en el instituto, ni mucho menos el estorbo en su grupo de amigos.

Me hacía sentir, de alguna u otra forma, en mi hogar.

Retiro lo dicho. ME HACE SENTIR, DE ALGUNA U OTRA FORMA EN MI HOGAR. Uno en un millón.

Me detengo cuando veo su ventana desde unos metros de distancia en el interior del bosque aún. Recorrer los caminos en este lugar se ha convertido en una de mis costumbres favoritas desde que llegué aquí hace tres semanas.

Camino tratando de no hacer ruido hasta el árbol en el que me subí la primera vez que lo vi. Y lo trepo. Trepo. Trepo. Trepo. Con precaución de no romper la carta.

Extiendo la mano y quito la bolsa negra que hay sobre el cristal y trato de quitarle el seguro a la ventana. Cuando lo logro, entre rasguños por los bordes del cristal, la levanto y me introduzco en la oscuridad de su habitación. 

Donde las estrellas tocan el corazón (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora