Parte 18

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Subí los peldaños del edificio lo más despacio que pude, piso a piso. Nunca catorce tramos de escalera me habían parecido tan pocos. Me detuve en el descansillo para repasar mentalmente la retahíla de excusas que tenía preparada para darle a mi tía. Esperaba que no me volviera a echar de casa por no hacer lo que me había pedido. Cada vez hacía más frío en Madrid.

—¿Alexia? —oí nada más abrir la puerta.

En cuanto vi su pelo enmarañado alzándose en direcciones imposibles se me olvidaron todas las escusas y entré en pánico.

—He hecho macarrones con chorizo. Como los de la abuela —me dijo ilusionada.

Su aspecto no se correspondía con su actitud, me desconcertó. Aun así, el olor a comida casera hizo que me rugieran las tripas. No tener clase por las tardes estaba bien pero no terminaba de acostumbrarme a comer tan tarde.

Me apresuré a servirme un buen plato de macarrones y a sentarme en la mesa. Si me tenía que ir de casa al menos me iría con el estómago lleno.

—Puedes ir empezando que se ve que tienes hambre —dijo antes de desaparecer tras la puerta de la habitación prohibida.

No me hice de rogar y me llené la boca de macarrones. Tuve que apretar los labios para no escupirlos de inmediato. Estaban excesivamente salados, tenían un sabor extrañísimo y crujían. Tuve que usar agua para poder tragarlos. Seguí bebiendo intentando que aquel sabor desapareciera de mi boca, pero no hubo forma. Me disponía a levantarme y vaciar el plato en la olla cuando mi tía regresó al salón.

—Te gustan ¿eh? —sonrió satisfecha—. Hoy ha sido un día productivo.

Asentí con la cabeza mientras pinchaba más macarrones crujientes con el tenedor. Mi lengua se pegó con mi paladar y sentí que me venía una arcada.

—Son un poco distintos a los de la abuela —admitió sirviéndose también ella—. Cambié un poco la receta.

"Un poco" dijo. Los de la abuela eran capaces de hacer que se me pasara cualquier disgusto, los suyos eran un disgusto en sí mismos.

—No lo notas, pero he echado sin querer azúcar en vez de sal —me explicó—. Así que para contrarrestar he echado doble de sal, pero me he vuelto a equivocar y he vuelto a echar azúcar. Al final he echado cuatro pizcas de sal para contrarrestar todo el azúcar.

—¿La sal contrarresta el azúcar? —no quería enfadarla, pero tampoco quería volver a comer algo así.

—Sí —respondió con una seguridad que le duró un instante —¿no?

Confusa, se metió en la boca unos cuantos macarrones. De inmediato fue corriendo al fregadero, escupió y empezó a hacerse enjuagues con agua en la boca. Cuando le pareció que su boca estaba lo suficientemente limpia volcó los macarrones de la olla en la basura. Después me arrebató mi plato e hizo lo mismo con los míos.

De repente estaba de un humor de perros. Sacó un cartón de leche de la nevera, cereales, galletas, un par de boles y un par de cucharas. Se sirvió y empezó a comer en silencio, mientras yo hacía lo mismo. Noté como estaba cada vez más tensa, así que traté de distraerla.

—Estos me gustan más que los de marca—dije señalando la caja de cereales.

—A mí también —murmuró con la mirada perdida. Algo la sacó abruptamente de su ensimismamiento y dio un golpe en la mesa—¡Héctor!

Mierda, se había acordado.

Se levantó de la mesa y desapareció en la habitación prohibida. Yo me apresuré a coger un puñado de galletas, envolverlas en papel de aluminio y metérmelas en el bolsillo. No me quedaba dinero para cenar fuera cuando me echara de casa, así que me apañaría con eso.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora