Capítulo 46

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Arturo sonreía.

Aunque no hubiera podido ayudar a Melisa a salir de un mal trance, las cosas habían salido bien y, eso, le alegraba.

_¿Dónde te apetece comer? – Preguntó el profesor.

_Tengo lentejas hechas en casa. ¿Te apetecen?

_ ¿Tu comida? Siempre.

Pasaron toda la tarde juntos. La tranquilidad que les daba saber que Javier estaba lejos de ellos, que no podía acercarse a ellos era impagable.

Especialmente esa tarde que pasaron sin hacer nada tumbados en el sofá, a Melisa le hubiera gustado que Arturo hubiera estado divorciado.

El negocio con los italianos había salido bien. Esto, junto al alejamiento de Javier, hacía que se sintiera muy feliz.

_Cómo me gustaría que no estuvieras casado... – Susurró Melisa.

_¿Qué has dicho? – Preguntó el profesor habiendo escuchado perfectamente las palabras que había salido por su boca.

_Nada, olvídalo. – Contestó ella.

Los días pasaron y la primavera llegó a la ciudad.

Arturo y Melisa se seguían viendo casi a diario.

Llegó el mes de abril y con él, el momento que el profesor tanto había estado esperando, el divorcio.

No tardó mucho en resolverse el asunto.

La casa quedaría en manos de los dos, dividiéndose a partes iguales. Lo que el juez sentenció fue venderla para que dividir la propiedad fuera más sencillo.

Por mucho que Miriam había intentado hacer que eso no sucediera, no pudo evitarlo. Durante los meses que habían pasado desde que se puso la denuncia hasta ese día, había intentado poner muchas contrademandas, pero todas fueron rechazadas. No había razones para anular los trámites de divorcio.

Al salir de los juzgados, Miriam se acercó a Arturo. Quería hablar con él.

_¡Habías dado tu palabra! – Gritaba desgarrando su voz a las puertas del juzgado. - ¡Habías dicho que estarías pendiente de mis necesidades!

El profesor seguía caminando sin contestarla. Quería discutir de nuevo y era algo a lo que no estaba dispuesto.

Ella le seguía sin dejar de hablarle.

_Es por esa chica, ¿vedad? A quien vimos en San Valentín. ¿Cuál de las dos era? ¿O es que estás acostándote ahora con ambas?

Fue en ese momento cuando Arturo no pudo más.

_Escucha bien una cosa, Miriam. No tienes ningún derecho sobre mi persona o sobre mi vida. Puedo hacer lo que quiera, ir con quien quiera. No puedes preguntarme sobre con quién estoy o dejo de estar porque no es asunto tuyo y, si no te gusta, te aguantas. No te queda otra opción.

_A esa mujer le gusta robar maridos. Quien quiera que sea de los dos. Disfruta rompiendo matrimonios.

_Sabes bien que nuestros problemas no son por ella. Todo esto no hubiera sucedido si tú no me hubieras mentido.

_¡Si no te hubiera dicho que estaba esperando un hijo tuyo nunca te hubieras casado conmigo!

_¡Y qué con eso! Nos llevábamos bien, Miriam. Sabías bien que nunca tuvimos nada más que sexo. Solo teníamos eso.

_Yo quería más.

_Mira cómo hemos terminado por querer conseguir tus objetivos a toda costa. Si no hubiera sido así, no hubiéramos llegado a esto. Hubiéramos podido ser grandes amigos.

Arturo empezó a enumera todas las cosas que su esposa había hecho mal todo lo que le había dañado. Pudo desahogarse.

_Todo eso lo hice precisamente para que esto no pasara, para que siempre estuviéramos juntos. – Replicó ella.

_No hay escusas para lo que has estado haciendo.

_Ni para que tú te fueras con todas esas mujeres. Encima, ahora te vas con una de ellas, con una niña.

Arturo se encogió de hombros. Estaba cansado de discutir, de que siempre sucediera lo mismo.

_Acéptalo, Miriam. Las cosas se terminaron entre nosotros. Lo poco que había se terminó. Nos veremos cuando haya que firmar los papeles de venta de la casa.

_Haré todo lo posible para que no se venda, hazte a la idea. No te dejaré libre tan fácilmente.

El profesor siguió andando sin prestarle más atención. Sabía bien que sus intenciones, a esas alturas, no eran buenas.

Lo primero que hizo al subir al coche, fue llamar a Melisa.

_Ya está. Oficialmente estoy divorciado, soy libre. – Le anunció sin poder contener sus lágrimas de emoción.

_Me alegro mucho, profesor Pérez. Te ha costado decidirte. ¿Ha merecido la pena dar este paso?

_Sí, creo que sí. ¿Te apetece hacer algo para celebrarlo? Quizás podríamos ir a cenar esta noche. Creo recordar que por el centro hay un muy buen restaurante de comida china.

_Está bien. ¿Vienes a recogerme a mi casa sobre las ocho de la noche?

_Como quieras.

Melisa, al escucharle tan feliz, pensó en hacerle un regalo, aunque no sabía qué. Tenía que ser algo que le gustara, algo que le hiciera ilusión.

Pasó toda la tarde de compras, mirando tiendas.

Encontró en una librería especializada en libros antiguos, un ejemplar de Ulises de James Joyce. Era una preciosa primera edición en español de mediados de la década de 1930.

"Será un buen regalo para un profesor de literatura. Es un clásico.

Espero que le guste."

El corazón de un profesorWhere stories live. Discover now