Capítulo 21 - Segunda Parte

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 A la mañana siguiente, el chico seguía tapado hasta la cabeza. Satou hizo el té y lo tomamos sin despertarlo. Cuando vimos que era la hora de ir ante el Maestro, salimos y nos sentamos de nuevo afuera de la cueva. Hacía un frío intenso y comenzaba a nevar de nuevo aunque con suavidad.

—Voy a entrar y ver si está despierto; y si así fuera, le preguntaré sobre si va a ir con nosotros ante el Maestro —dijo Satou.

—Está bien. Pero no le insistas porque ya sabes cómo es y quién sabe con qué disparate se nos descuelga. Si no quiere ir, déjalo —le dije, aunque yo no estaba muy seguro de qué era lo que estaba pasando. De hecho, me desperté varias veces en la noche y en todas ellas, lo oía sollozar. Me quedé con la impresión de que el chico no había dormido en toda la noche.

—Está despierto —me dijo Satou al salir de nuevo—; y dice que no quiere ir hoy a escuchar la historia.

—¡Rayos! ¡Qué mocoso más necio! —dije—. Si no va, luego va a querer que le contemos lo que nosotros sí oímos.

—¿Y si voy ante el Maestro y le explico lo que sucede y me disculpo por todos y hoy nos quedamos aquí? ¿No sería mejor?

—¡Rayos! Está bien. Pero voy a ir yo. Tú quédate con él, aunque supongo que seguirá acostado hasta quién sabe qué hora.

Cuando llegué ante el anciano, lo saludé y le conté lo que sucedía, indicándole que nos quedaríamos en la cueva y no escucharíamos lo que seguía de la historia ese día.

—Takeo —me dijo el Maestro—, tú sigues sin tener idea de lo que pasa con Hiroshi, ¿no es cierto?

—Claro que tengo idea, Maestro; tú mismo ya vas conociéndolo. Es voluble, inconstante, emocionalmente inestable, con baja autoestima, tiende a escaparse de la realidad, cuando no a negarla de plano, incluso a veces me parece que no tiene identidad propia.

—Me dices todo eso como quien pasa lista a los defectos del chico —me dijo.

—Es que son defectos, Maestro. Ya sabes que tenemos casi la misma edad; aunque él es apenas menor que yo. Todos los chicos de nuestra edad que conozco, son estables, constantes, más o menos orgullosos de sí mismos, ubicados en la realidad en que viven, saben qué quieren aunque no siempre tienen claro cómo lograrlo, pero, por decir lo menos, saben quiénes son y tienen, por así decirlo, vida propia; no como Hiroshi, que parece vivir en función mía... es... es como un parásito.

—Entiendo. Ahora bien, frente a todos esos defectos que enlistaste, ¿podrías hacer una lista igual pero con sus virtudes?

—¿Sus virtudes?

—Sí. Supongo que alguna debe tener.

—Sus virtudes... —tuve que hacer una pausa grande para pensar en eso— sus virtudes... —me repetí y por más que pensaba, todo lo que se me ocurría volvía a caer en la categoría de «defecto».

—¿Tanto tienes que pensar, Takeo?

—Maestro... a decir verdad... no le encuentro ninguna.

—¿Ninguna? ¿No tiene virtudes?

—No lo sé, Maestro... o no las veo.

—Entiendo. ¿Y por qué crees que hoy no quiere venir a escuchar lo que sigue de la historia?

—Porque se debe haber deprimido dado que Keisuke fue separado de Satori y el romance, que tanto lo había inspirado, tiene un final trágico.

—Pero a ti eso no te afecta, ¿verdad?

—Para nada, Maestro. Primero que es una historia y por lo tanto, es fantasía; y segundo, porque no veo por qué debería afectarme el romance entre dos chicos, que como ya te dije, ni lo entiendo ni me parece normal, a pesar de lo que me dijiste sobre cuál norma es la que me permite afirmar tal cosa.

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