I.3

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A medianoche Lena escuchó una llave girando en la cerradura. Su estómago gruñó y se dio cuenta en ese momento que no había comido nada en todo el día. El estrés había empezado a pasar factura a su cuerpo, alcanzó la mesilla y tomó otra pastilla.
JK apareció en la puerta. Estaba ligeramente abierta, pero dio un pequeño golpe suave igualmente.

“Entra, cariño” respondió Lena a la llamada.

Cuando su hija entró hasta la luz Lena pudo ver sus ojos rojos e hinchados por el llanto. Reconoció que sus ojos probablemente se mostrarían igual.
JK miró al gran moratón que ya se había formado en la mejilla derecha de su madre y sus ojos se inundaron de nuevo en lágrimas, el verde iris desvió la mirada luchando contra los nervios y la humillación.

“Lo siento, mamá” dijo tan suavemente que apenas sonó a susurro.

“Oh, cariño, está bien. No me has hecho daño; parece más de lo que es. Ven aquí”, pidió Lena, dando un pequeño golpecito sobre la cama.

Si cualquiera de las dos mujeres se paraba a pensarlo, estaban al borde de un ataque de nervios, pero la joven se dejó caer, llorando, en los brazos de su madre. Había pasado tanto tiempo desde que su hija le permitiera ese tipo de contacto que se sintió levemente rara al abrazar a Jessica entre sus brazos de nuevo. La joven lloró y horas más tarde, después de que Lena sintió que JK no tenía más lágrimas que llorar, la mujer sujetó a su hija en un fuerte abrazo.

“Seré mejor, mamá, de verdad que lo voy a intentar” prometió JK.

“Sé que lo serás, cielo, y sé que eso es lo correcto ahora, pero hemos dicho esas mismas palabras muchas veces” Lena acarició el pelo de su hija, dándole un beso en la parte de arriba.

“Quiero ser diferente, ser buena, pero entonces quedó con mis amigos y es tan difícil decir no. Cuando bebo o fumo me hace sentir que todo irá bien” JK intentó explicar unos sentimientos que nunca había llegado a entender.

“Lo entiendo, Jess, créeme. Y no espero de ti que seas perfecta, pero siento que estamos perdiendo el control. Tengo una idea, creo, si estás de acuerdo. Es algo que será duro, cariño” Lena se agachó y le susurró a su hija. “Va a ser duro para las dos, y tienes que prometerme que lo intentarás hasta el final, Jess”. Lena finalizó. “Necesito tu promesa más solemne”.

JK miró a su madre mientras la mujer secaba las lágrimas de su cara. “Te lo prometo, mamá. Sea lo que sea”.

“Tengo miedo de que olvides tu promesa mañana, Jess”, dijo Lena suavemente.
JK miró al oscuro moratón de la cara de su madre. “¿A la mañana esto estará todavía ahí?”

“Sí”, susurró Lena.

“Entonces no lo olvidaré”, añadió Jessica con renovada determinación.

                            *     *      *     *      *

Abril, 1982

Kara entró en la casa de la hermandad dándose cuenta de que esa era una de las últimas veces que cruzaría el umbral como estudiante. Había comenzado su cuenta atrás para estar sola en el mundo, sin Lena. Las dos mujeres intentaban no hablar de ello, pero ese era el último semestre de Kara, a sólo un mes de la graduación, y ella ya tenía una beca para realizar un Máster en Berkley.

Para la artista era difícil encontrar alguna motivación para volver a California. Sabía que, sin Lena en su vida, volvería al camino de la soledad. Siempre cuidando de sí misma, sin dejar jamás que nadie viera a la verdadera persona que escondía en ella. Intentaba convencerse a sí misma que todo estaba sucediendo como se suponía. Eso era lo que Lena creía, al fin y al cabo. Ella decía que todo sucedía por una razón. La joven escritora siempre estaba intentando enseñar a su amiga el balance y la armonía, la luz y la oscuridad, el yin y el yang. Después de dos meses viendo a Lena practicar Tai Chi todas las mañanas, Kara había encontrado el valor para pedirle a la joven que le enseñara los movimientos.

La rubia admitió a su amiga y a sí misma que había algo en los relajadores movimientos que parecía aportar cierto enfoque a su vida. Lena los usaba para alejarse de sus emociones y pensamientos, una manera de sacarlos a la superficie donde poder estudiarlos y solucionarlos.

Kara se repetía esas palabras como una base diaria, todo sucede por una razón. Tenía que tomar una decisión complicada, y su respuesta debía ser antes de final de semana. Podía quedarse en Maine y aceptar el trabajo de Diamod & Allen, una empresa de diseño puntera que había ofrecido a Kara el puesto de Directora Artística. El puesto tenía muchos incentivos y prestigio, y era algo increíble para una recién licenciada. Habían visto inmediatamente el talento de la joven artista y les había gustado su conducta y la madurez de su personalidad. El trabajo podría darle a Kara el tipo de vida que había soñado. Y más aún, le permitiría estar con Lena. Kara incluso había pensado en persuadir a la joven en salir de la fraternidad e irse juntas a un apartamento.

Luego estaba la opción número dos. Una educación pagada no era algo que se pudiera despreciar, así como así, especialmente la oportunidad de volver a California. Tendría tres años de beca para un Máster en Arte, además de la oportunidad de trabajar con algunos artistas increíbles, todo ello pagado por el Estado de California. Lo único que estaba en contra era que estaría en la otra punta del país de donde estaba Lena. Kara pensó algo más sobre el último mes.

Lena no se había visto mucho con Stephen últimamente y Kara temía que eso era porque ella monopolizaba mucho la vida de la joven. Incluso aunque la joven se hubiera resignado a una relación con el guapo hombre, pensó. No había nada de ánimo cuando Lena hablaba de él. Por supuesto, las últimas dos semanas no se podía decir nada a Lena sin que la joven huyera o simplemente rompiera a llorar.

Kara sabía que, aunque su amiga la quería de verdad, una relación real y comprometida con la artista era algo que Lena no aceptaría. Así que Kara había tomado la desgarradora decisión de que tendría que irse y dejar a su amiga que siguiera con su propia vida. Tal vez sin Kara en medio, Lena podría comenzar un futuro con Stephen. El viernes avisaría a Diamond & Allen su negativa.

Kara comenzó a subir las escaleras del tercer piso, pasando por al lado de la amiga de Lena, Alicia. La joven había estado claramente llorando.

―Hey, chiquilla, ¿estás bien? - preguntó Kara atentamente.

―Kara, ¿has visto a Lena? No sé si ya se ha enterado - le preguntó Ally entre lágrimas.

―¿Enterarse de qué?

―Stephen... Stephen Townley ha muerto. Le han matado esta noche a las afueras de Bangor, en la 95. Creo que le golpeó un camión cuando iba en su motocicleta.
Kara soltó la chaqueta que tenía apoyada sobre su hombro y salió por la puerta. No tenía ni idea de si Lena sabía lo del accidente, pero no quería que se enterara por nadie más.

Kara sabía por dónde comenzar a buscar. En esos cálidos días de primavera Lena pasaba bastante parte del tiempo estudiando en un banco bajo el edificio de Ciencias. Las clases utilizaban una pequeña laguna como ecosistema simulado y había comenzado a convertirse en un parque natural, aunque pocas personas lo conocían. Cuando giró en la esquina del edificio y atravesó la pequeña alameda, escuchó de inmediato los sollozos de Lena. El corazón de Kara no podía hacer más que lamentarlo por su amiga. Cuando estuvo junto a ella, Lena alzó la vista hacia Kara. Una vez reconoció el rostro de su compañera comenzó a llorar descontroladamente. Kara envolvió a la joven entre sus brazos, susurrándole suaves palabras de ternura.

Había pasado media hora y Kara no había conseguido que Lena hablara. Cuando la joven lo intentaba, se trababa y comenzaba a llorar más.

―Lo siento, Lena. No sabía lo que Stephen significaba para ti. Quiero decir que no sabía que estabas enamorada de él - dijo Kara.

Lena sacó un pañuelo limpio de su bolsillo e intentó calmarse lo suficiente como para hablar. Se sonó la nariz y se limpió los ojos que inmediatamente se colmaron de nuevo de lágrimas.

―Lamento lo que le ha pasado, pero no estaba enamorada de él. Kara estoy embarazada. – Lena comenzó a llorar con fuerza de nuevo.

Kara se quedó helada. Por el bien de su amiga, deseó haber oído mal.

―Seguramente también estés decepcionada conmigo, ¿verdad? - lloró Lena ante el silencio de su amiga. Kara se arrodilló suavemente frente a la joven, tomando sus manos
entre las suyas.

―Lena eso es imposible. Cariño, sabes que te quiero... nunca podrías decepcionarme. – La rubia levantó una mano y acarició tiernamente la mejilla de Lena mientras lágrimas saladas humedecían su palma.

―Cariño, estás segura... ¿Stephen lo sabía? - preguntó Kara.

Lena lo negó con la cabeza. ―He ido al médico esta mañana. Kara, ¿qué voy a hacer? – preguntó comenzando nuevamente a llorar.

Kara se levantó y se acercó a la joven, los brazos de la mujer envolviéndose fácilmente alrededor de la familiar forma.

―¿Qué quieres hacer tú, Len? - preguntó Kara, acariciando el pelo de la mujer, y dándole suaves caricias en su espalda. Lena soltó de golpe todo lo que pensaba.

―No sé a dónde ir... si estoy embarazada, pierdo mi beca he llamado a mi madre y ha dicho que yo... que debo volver a casa, ¡pero que primero debo abortar! No puedo hacerlo, Kara... simplemente no puedo, y no tengo a dónde ir...-. Lena no pudo continuar y tampoco Kara quería obligarla. La rubia agradeció silenciosamente que la madre de Lena no estuviera frente a ella en esos momentos. La hubiera dejado sin sentido. La mujer sujetó y acunó a la joven.

―Shhh... todo irá bien, Duendecillo - intentó relajar Kara a la joven. Besó con ternura su frente, sus húmedas mejillas, y finalmente se agachó y rozó sus labios con los de su amiga. No había nada erótico en esos besos; Kara simplemente intentaba la única manera que conocía para hacerle llegar el poder de su amor y su amistad a su asustada amiga.

Funcionó, y Lena finalmente dejó caer su cabeza en la curva del hombro de Kara. Lena estaba destrozada y tenía el cuerpo dolorido de la tensión de todo el día. Apenas sí podía pensar y el tacto de Kara era tan tranquilizador que cedió ante las caricias de la mujer y las lágrimas comenzaron a calmarse.

―Además, ya tengo la solución perfecta para todos tus problemas, sólo que no he tenido la oportunidad de decir nada - bromeó Kara.

Lena se sonó de nuevo la nariz y alzó la mirada hacia su amiga.

―He decidido que voy a aceptar la oferta de Diamond & Allen, así que estaré en Maine, precisamente cuando pensabas que te ibas a librar de mí - movió sus cejas. ―Será perfecto. Podemos buscar un sitio no muy lejos de aquí y puedes ir a la universidad. Después de que nazca el bebé, puedes dar clases de tarde o de noche y yo puedo cuidarlo – Kara sonrió ante el plan.

―Jirafa, si me quedo perderé la beca. No creo que pueda encontrar un trabajo que me dé lo suficiente para mantener al bebé e ir a clase - replicó Lena.

―¿Trabajo? No, nada de trabajo, Len. Trabajaré y conseguiré el dinero y tú puedes utilizarlo.

―Kara, no puedo permitir que hagas eso - dijo Lena suavemente, enmudecida ante lo que su amiga le estaba ofreciendo. ―No estaría bien.

―Ya, y estaría bien que me vaya al otro lado del país cuando mi mejor amiga no tiene un centavo, está embarazada y en breves será una sintecho... ¿eso estaría bien? - preguntó Kara dulcemente. ―Lena, esa gente va a pagar una tremenda cantidad de dinero a una persona de veintitrés años recién salida de la carrera. Creo que podríamos aprovecharlo. Después de todo, ¿cuánto dinero puedo despilfarrar en bebida, drogas y mujeres? - Kara vio el gesto de su amiga. ―Solo bromeaba - añadió. ―Por favor, deja que haga esto por ti, Duendecillo. Te quiero en mi vida. Aún no estoy preparada para renunciar a ello - admitió Kara.

―¿Qué tal se te da cambiar pañales? - dijo Lena finalmente con una sonrisa.

―Soy tremendamente buena aprendiendo - respondió Kara con una gran sonrisa.

―Gracias, Jirafa... te quiero - dijo Lena mientras envolvía con sus brazos el cuello de la mujer. Cuando se separaron, Kara besó la frente de Lena.

―Yo también te quiero, Duendecillo. Recuerda, lo que sea, donde sea, lo único que tienes que hacer es llamarme y la respuesta será ‘sí’ – replicó Kara.

                             *    *      *     *        *

Lena acercó su agenda de direcciones algo más, volviendo a sus gafas para leer su propia pequeña letra. Dios, sólo puedo desear que no esté en casa y le pueda dejar un mensaje para que me llame. No puedo creer que me suden las manos.

La escritora recogió el cable del teléfono y se apoyó contra el cabecero de la cama. Habían pasado catorce años sin oír su voz. Se mandaban fielmente regalos en Navidades y cumpleaños, las cartas solían intercalarse durante todo el año; con la llegada de los ordenadores, se mandaban e-mails al menos una vez al mes. Nunca se veían y nunca se llamaban. Ambas entendían lo peligroso que era, aunque cada una de ellas tenía su propia razón. Ahora, sin embargo, Lena tenía que tragarse su orgullo y dejar sus emociones a un lado donde no pudieran doler. Su amiga estaba siempre dispuesta a hacer lo que fuera por Lena aquellos años, ella estaría dispuesta a hacer lo que fuera ahora; sufrir o humillarse por su hija.

“Señor, sé que siempre he querido que sea feliz, pero espero que no esté con nadie. Eso sería demasiado para mí”.

Lena apretó los números del teléfono y exhaló un suspiro mientras el teléfono empezaba a sonar.

NADIE ES MÁS CIEGO QUE QUIEN NO QUIERE VER (Adaptación Supercorp)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora