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Steve Rogers siempre supo que quería alejar a su hija de lo que su vida conllevaba gracias al suero del super soldado. Él era super, lo sabía, y también sabía que su hija lo era, pero no quería aceptarlo. Si él pudiera encerraría a la pequeña Olivia en alguna cajita de cristal como princesa para mantenerla a salvo de todo y todos.
Sin embargo no lo logró, no cuando Olivia descubrió lo que realmente era capaz de hacer con sus propias manos. Por eso mismo, cada noche cuando ninguno de los dos podía conciliar el sueño corrían al gimnasio a entrenar, ajenos a todos los problemas de la sociedad. Steve creyó que si no podía alejarla por lo menos podría entrenarla y mantenerla lista para cualquier situación que se presentara.
Olivia poseía una cualidad muy particular, hermosa en palabras del propio Steve Rogers. Casi mágica. No obstante, la adolescente nunca había tenido demasiadas oportunidades para poner su habilidad a prueba y no porque no las hubiera, le avergonzaba mostrarlas en público desde el incidente en su escuela anterior.
Es por eso que, vestida con algunas prendas cómodas que le permitieran entrenar y las manos vendadas en gasa, Olivia prefería golpear débilmente un saco de boxeo mientras su padre lo sostenía y continuaba relatando las fantásticas aventuras que vivió en el ejercito. Su rostro se volvía nostálgico al recordar las anécdotas que había vivido junto a James Barnes en los '40.
Oh, Bucky Barnes. Un amigo caído para Steve, un héroe desconocido para Olivia.
La rubia había crecido toda su feliz infancia rodeada de las grandes hazañas de Bucky, como él había sido el sostén de su padre cuando este lo necesitó, su mejor amigo, su hermano. Adoraba oír como el sargento lo cuidaba como si fuese un niño pequeño. Simplemente le parecía la amistad más pura habida y moría por tener una de esas. Lamentaba no haberlo conocido.
La sonrisa nostálgica de Steve se convirtió en una de angustia, el pasado siempre volvía a él para recordarle todo lo que había perdido sin dejarle disfrutar la plenitud de su presente. Bufó molesto. -Olly, cariño, ¿te molesta si entreno yo también? Puedes seguir con algunos abdominales.
La niña le dedicó una mirada compasiva y sonrió amable -Claro papá, no te preocupes. -Claro que ella lo comprendía muy bien, solo necesitaba mirar más allá de su mirada para comprender que a veces Steve necesitaba descargar su ira contenida.
Lejos de sentirse afligida por sentir que ciertas veces su papá deseaba retroceder en el tiempo para ver a sus amigos, Olivia lo comprendía. Steve Rogers no pertenecía a ese tiempo, se suponía que debía vivir el resto de su vida con el amor de su vida, la agente Carter, una mujer fría y calculadora que había dejado que el escuálido Steve se entrometiera en su corazón de acero y lo conquistara, la única mujer que lo había notado, incluso antes del suero.
