Parte II: RESTAURACIÓN - CAPÍTULO 8

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CAPÍTULO 8

Nadie hablaba en el pequeño bote. El silencio y la tranquilidad del lago Lovret los envolvía casi en un trance místico. Augusto miró de reojo a Morgana, como esperando alguna indicación, pero la reina de las hadas solo tenía la mirada perdida en el profundo azul del lago, y ante la falta de instrucciones, Augusto solo siguió remando lentamente hacia el centro del lago. Aún sin su habilidad, Rory pudo notar que una conexión invisible los unía y los armonizaba a los cinco. Incluso sus respiraciones se sincronizaron al mismo relajado ritmo.

—Aquí está bien —dijo de pronto Morgana, con una voz tan suave que los demás no estaban seguros de si la habían oído con sus oídos o si ella les había hablado directamente a sus mentes.

Augusto levantó los remos del agua y los acomodó a los costados del bote. Las miradas de todos se volvieron expectantes hacia Morgana, quien parecía no verlos, pues sus ojos estaban enfocados en otro mundo. Pronto, una densa niebla comenzó a formarse al ras de las tranquilas aguas. Poco a poco, el paisaje de las sierras que rodeaban el lago comenzó a nublarse y desaparecer hasta que todo lo que pudieron percibir fue una nube húmeda y blanquecina que los envolvía como si estuvieran flotando en el aire en vez de sobre el agua. Una sensación de vacío en el estómago les indicó que algo a su alrededor había cambiado, aunque no podían ver nada. Los rasgos concentrados de Morgana se relajaron y su vista pareció enfocarse nuevamente en este mundo. El hada dirigió su mirada a Augusto y dio la orden:

—Remad.

—¿Hacia dónde? —preguntó Augusto confundido. Era imposible fijar un rumbo en aquella densa niebla.

—Solo remad —le repitió ella.

Augusto asintió y volvió a bajar los remos. Lentamente, como si temiera chocar contra algún invisible obstáculo, comenzó a remar con infinito cuidado. El sonido del agua era diferente al ser movida por los remos y el Alquimista notó que solo necesitaba un pequeño esfuerzo para mover el bote, que comenzó a deslizarse a una velocidad mucho más rápida de lo que hubiera sido normal en un lago corriente.

—Ya estamos allí, ¿no es así? —preguntó Augusto más que entusiasmado.

—Casi —respondió Morgana.

Unos minutos más tarde, la densa niebla comenzó a disiparse, revelando una masa informe y verduzca delante de ellos. Cuando el aire se limpió por completo de la húmeda nube que los había envuelto, todos observaron extasiados la espléndida visión de la más sublime isla que pudiera concebir un ser humano.

Avalon se alzaba ante ellos como una montaña esplendorosa y magnífica, surgida de las aguas como un promontorio sobrenatural fuera del mundo. Una abundancia vegetal cubría y acompañaba en armonía a las antiquísimas construcciones que poblaban la isla en distintos niveles. Una gran profusión de templetes circulares con techos en formas de cúpulas, sostenidos por columnas de un delicado estriado envueltas en brillantes enredaderas, se desplegaban por doquier, unidos por enormes escalinatas de piedra. Numerosos riachos de aguas cristalinas murmurantes surcaban el terreno, atravesados por puentes estrechos de madera. Más arriba, se veían entre árboles y helechos exuberantes, grandes construcciones palaciegas con altas murallas y torres de arquitectura exquisita que se elevaban por sobre ruidosas caídas de agua que se derramaban majestuosas, adornando el paisaje con movimiento cristalino e infinito.

Augusto remó hasta un pequeño embarcadero que sobresalía en la amplia playa de arenas doradas que bordeaba la isla. Clarisa fue la primera en desembarcar, internándose con mirada extasiada por un sendero que llevaba a una escalinata de piedra bordeada de manzanos:

—Es tan hermoso como lo recuerdo —sonrió con lágrimas en los ojos.

Los demás la siguieron sin demora.

—¿Habías estado antes aquí? —le preguntó Augusto, trepando los escalones detrás de ella.

—Una vez —asintió Clarisa—. Parece como si todo siguiera igual, como si las hadas aún... —. La mirada angustiada de Morgana ante el comentario la hizo desistir de terminar la frase.

Merianis volvió una mirada preocupada hacia Rory, quien estaba parado en medio del sendero, sin avanzar con la partida, observando atentamente sus manos:

—¿Os encontráis bien? —preguntó la mitríade.

Rory levantó su rostro con una sonrisa de oreja a oreja:

—¡Mejor que nunca! —rió, contento—. ¡Mi habilidad funciona en este lugar!

—Eso es excelente —aprobó Merianis.

La recuperación de la habilidad sanadora de Rory era un magnífico comienzo para la misión que los esperaba, pero aún faltaban muchos datos y métodos específicos y desconocidos para restaurar a Morgana. Augusto se vio obligado a plantear el asunto:

—¿Cómo lo haremos exactamente?

—Con la ayuda de Darien —respondió Morgana.

—Creí que habían dicho que Darien estaba muerto —retrucó Augusto.

—Él sí, pero sus escritos perduran —aclaró Morgana—. Por aquí —indicó un sendero que se abría hacia la derecha.

—¿A dónde vamos? —preguntó Rory con curiosidad.

—A la biblioteca de Avalon, por supuesto —sonrió Morgana.

Los ojos de Augusto brillaron con placer ante la perspectiva del acceso a los libros de las hadas y apuró el paso como un niño ansioso que desea llegar lo antes posible al parque de diversiones para poder disfrutarlo.

Mientras seguían avanzando por entre árboles cargados de apetitosas manzanas y exuberantes y floridos arbustos que flanqueaban el camino, pasaron por un claro con una construcción circular en forma de templo, con un techo abovedado abierto en el centro, sostenido por seis columnas de piedra talladas con motivos de hojas y flores. Sobre el piso del templo abierto, habían colocado rocas pulidas formando un espiral en cuyo centro se elevaba una plataforma rectangular como un altar. En los costados de la plataforma, sobresalían unas anillas de hierro de las cuáles colgaban gruesas cadenas.

—¿Qué es esto? —quiso saber Augusto.

—Solo uno de los muchos altares en los que mis hermanas solían reunirse para meditar y ofrecer su agradecimiento a los poderes de la naturaleza —explicó Morgana con tono casual—. Vamos —los urgió—. Habrá tiempo después para hacer un recorrido turístico por el lugar.

Los demás asintieron y refrenaron las preguntas, siguiendo a Morgana, quien de repente había aumentado la velocidad de su vuelo para alejarse del altar. Nadie se percató del ceño fruncido de Merianis, ni de la mirada preocupada con la que estudió por un largo momento el espiral de piedra y las cadenas colgando del altar. La explicación trivial de Morgana sobre el uso del templo no la convenció, no la convenció para nada.

LORCASTER - Libro VII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora