Parte II: RESTAURACIÓN - CAPÍTULO 12

44 11 0
                                    

CAPÍTULO 12

—Tenías razón —dijo Rory, abriendo los ojos y retirando las manos que había mantenido suspendidas sobre los platillos con sangre—. No hay enfermedad, no detecto nada fuera de lo normal.

—Déjame a mí —dijo Augusto.

Rory le dio lugar, y Augusto sostuvo sus manos sobre las muestras. Le tomó solo treinta segundos detectar la anomalía:

—La sangre de Morgana tiene marcadores que no están en la de Merianis —anunció— marcadores a nivel genético.

—¿Puedes transmutarlos?

—Puedo intentarlo —dijo Augusto—. Pero esto es infinitamente más delicado que convertir agua en café —suspiró.

—Si quieres, puedo salir, puedo dejarte solo para que puedas...

—No, Rory —lo cortó el otro—. Prefiero que te quedes, pero no me hables mientras lo intento.

—Por supuesto —asintió el Sanador.

Augusto dividió la muestra de la sangre de Morgana en varios platillos para no arruinar la muestra completa si algo salía mal en el primer intento. Luego inclinó su cabeza hacia un lado y hacia el otro, relajando el cuello y los hombros. Cerró los ojos y se concentró en la sangre de Morgana. Proyectó por sobre ella las características de la sangre de Merianis, forzando a los cromosomas a volver a su estado original, al estado natural de la sangre de un hada normal. Sus labios se entreabrieron entre sorprendidos y satisfechos al percibir cómo el cambio comenzaba a efectuarse según sus órdenes. Mantuvo su concentración, observando fascinado con su habilidad cómo las microscópicas células se iban transformando. De pronto, algo distrajo su atención: las células ya liberadas habían comenzado a oxidarse de una forma vertiginosa y antes de que pudiera terminar de transformarlas a todas, murieron ante sus ojos sin remedio. Intentó desesperadamente sanar las células moribundas, revertir el repentino envejecimiento, pero todo lo que logró fue que las pocas células corruptas que quedaban avanzaran sin piedad sobre las demás, terminando de sofocarlas.

—¡Es como un maldito cáncer! —dio un puñetazo Augusto en la mesa con frustración.

—¿Qué pasó? —inquirió Rory desde el otro lado de la mesa.

—Pude lograr la transformación, pero las células limpias no se sostienen, se deterioran rápidamente, y las células contaminadas las fagocitan sin piedad —explicó Augusto.

—Pero pudiste transformarlas, eso es un buen comienzo —trató de animarlo su amigo.

—Es inútil si no se mantienen —meneó la cabeza el otro con preocupación—. Y cuando se debilitan, las otras malditas las devoran.

—Bueno, parece que acabamos de descubrir cuál es mi función en todo esto —sonrió Rory sin dejarse amilanar por el resultado negativo del primer intento—. Tú las transformas y yo las mantengo saludables hasta que logres convertirlas a todas.

—Por supuesto —asintió el Alquimista, esperanzado—. Acércate, trabajemos juntos.

Rory se colocó enfrentado a Augusto y extendió sus manos sobre la segunda muestra, acompañando a las manos de su amigo que ya estaban en la misma posición.

—Debemos trabajar coordinados —dijo Rory.

—¿Qué sugieres?

—Una conexión mental entre nosotros.

—Nunca he...

—No te preocupes —lo animó Rory—. Lug hizo una conmigo para sanar a Liam, creo que puedo hacerlo yo también, si me permites entrar en tu mente. ¿Confías en mí lo suficiente como para eso?

—Sabes que sí, Rory. Adelante, hazlo —dio su permiso Augusto.

Augusto sintió la invasión repentina de su mente y abrió los ojos sobresaltado, cortando abruptamente la conexión que Rory trataba de establecer.

—Tranquilo —le apoyó una mano en el hombro Rory—. Confía en mí, no te haré daño, lo prometo.

—¿Es seguro? —dudó Augusto por un momento.

—Lo es, pero debes abrirte a mí, es la única manera.

—Bien —aceptó el Alquimista—. Está bien, pero si sientes que algo va mal...

—Cortaré la conexión enseguida, no te preocupes.

Augusto asintió y volvió a cerrar los ojos, relajando su mente y abriéndola. Ahora comprendía por qué el Sanador que trabajara con él debía tener un lazo afectivo con él para que las cosas funcionaran: no se imaginaba dejando entrar en su mente de esta forma tan íntima a alguien a quien no conociera y en quien no confiara plenamente.

Al aceptar el enlace, Augusto comprobó enseguida que no se sentía en realidad invadido, sino expandido hacia otra mente, absorbiendo de Rory su capacidad sanadora y fortaleciendo incluso su propio poder, al tiempo que daba ese poder a su querido amigo. Trabajando como una unidad, lograron transmutar y sostener los cambios en la muestra de Morgana hasta el final, manteniéndola estable. Pero al terminar, las piernas de ambos se aflojaron. Augusto se desplomó hasta el suelo, casi perdiendo la conciencia. Rory alcanzó a sostenerse de la robusta mesa, deslizándose lentamente hasta quedar sentado en el piso junto a su amigo:

—¿Estás bien? —dijo con voz ronca, tratando de recuperar el resuello. Se sentía como si hubiese corrido cinco kilómetros a máxima velocidad.

Augusto solo asintió con la cabeza. Demoró unos minutos en poder hablar:

—No sabía que esto demandaría tanta energía física —jadeó.

—Si transformar esa pequeña cantidad de sangre nos provoca esto, ¿cómo vamos a hacer para limpiar todo su cuerpo? —planteó Rory, preocupado.

Augusto solo cerró los ojos sin contestar. Necesitaba reposar unos minutos más; la fatiga física no lo dejaba siquiera pensar con claridad. Rory no lo presionó, aprovechó él también a descansar: cerró los ojos y se durmió por un momento. Después de unos quince minutos, Rory sintió que Augusto le sacudía suavemente el hombro:

—Despierta.

—¿Qué...? —abrió los ojos Rory de repente.

—Creo que sé cómo podemos hacerlo —anunció Augusto. Tenía algo envuelto en tela en la palma de la mano abierta.

—Oh, no. No, no, no —negó Rory con la cabeza al adivinar las intenciones de su amigo—. De ninguna manera, no después de lo que pasó con Lug.

—Podemos hacerlo sin tocarlo, usándolo solo para amplificar nuestro poder —explicó Augusto, apoyando el objeto con cuidado sobre la mesa junto al platillo con una de las muestras de sangre. Tiró suavemente de la tela, descubriendo la gema roja.

—Usar el Tiamerin es mala idea, Gus —protestó Rory—. ¡Que digo mala! ¡Es la peor idea que has tenido desde que te conozco!

—Me pediste que confiara en ti, ahora yo te pido que confíes en mí. En verdad creo que podemos hacerlo —trató de animarlo Augusto.

—Ellas nunca aceptarán que lo hagamos de esta manera —negó con la cabeza Rory.

—Lo harán si les probamos que funciona —porfió Augusto—. ¿Puedes al menos ayudarme a hacer el intento?

Rory suspiró sin contestar.

LORCASTER - Libro VII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora