Parte V: ENTREVISTAS - CAPÍTULO 22

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PARTE V: ENTREVISTAS

CAPÍTULO 22

—Será mejor que os quedéis aquí —habló Morgana con solemnidad cuando estuvieron a unos diez metros del refugio de Alí—. Tengo mejor oportunidad si lo encaro en privado.

Mercuccio asintió con cierto alivio. No se sentía cómodo hablando con el poseído Alí. Se sentó sobre el suave césped, a la sombra de un frondoso árbol que lo resguardaría del sol de la siesta, e invitó a Sandoval a sentarse a su lado. El médico suspiró y se sentó en el suelo, apoyando la espalda contra el tronco del árbol. Solo ellos dos habían acompañado a Morgana hasta el refugio, pues se había decidido que no revelarían la presencia de Lug ni de ninguno de sus amigos en Baikal a aquella dudosa entidad.

Después de unos escasos segundos, los ojos de Morgana se adaptaron a la penumbra del interior del refugio y pudo distinguir sin problemas a la figura de Alí. Estaba sentado sobre el suelo con la espalda erguida, una fina manguera conectaba su antebrazo derecho a una bolsa plástica de suero que colgaba de un gancho incrustado en una de las rústicas paredes de tronco. No fue necesario que Morgana lo llamara, él ya había percibido su presencia y abrió los ojos, clavándolos en la reina de las hadas:

—Exijo hablar con Lug —dijo con tono desapasionado.

—Hola, Lorcaster —dijo Morgana—. No hablaréis con Lug, hablaréis conmigo.

—Pierdes tu tiempo —respondió él. Luego la examinó con atención y sonrió: —Veo que debo felicitarte —dijo—. Conseguiste unir los elementos necesarios para purificar tu sangre.

—No gracias a vos —le retrucó Morgana.

—Por supuesto que fue gracias a mí. Todo es gracias a mí.

—Tan arrogante como siempre —replicó Morgana.

—Arrogante o no, no deja de ser verdad, y lo sabes. La humildad no es mi virtud favorita, pero la paciencia lo es. Mis designios son inexorables.

—Vuestros designios están basados sobre la traición —le reprochó Morgana.

—¿De qué traición hablas?

—Rompisteis nuestro pacto. Me prometisteis que al disolver la Tríada, ésta nunca volvería a formarse.

—No, Morgana, no fue eso lo que pactamos. Lo que te prometí fue que tú nunca volverías a formar parte de la Tríada —le aclaró él—. Si vamos a hablar de traición, eres tú la que encabeza la lista de culpables. Me pregunto lo que haría tu devota y fiel Clarisa si supiera la verdad sobre la contaminación de tu sangre, si supiera que fue hecha con tu consentimiento.

—Consentí porque no me dejasteis opción y me engañasteis —protestó Morgana.

—No hay peor ignorante que el que no quiere saber, Morgana. Yo no he hecho más que acomodarme a tus deseos. Me pediste ayuda para pelear contra Ailill y los Antiguos y te di el poder invencible de la Tríada. Como eso te asustó, me rogaste que la disolviera y que encontrara otra forma de salvar a las mitríades del Círculo y también lo hice, estimulando la imaginación de un insignificante profesor de historia antigua, alimentando luego su insaciable obsesión y dándole los medios económicos para satisfacerla. No fue Augusto Strabons el que propició el surgimiento de Lug, ni tampoco el propio Lug, haciéndose pasar por Strabons, fui yo. Lug es mi creación, y por lo tanto, su heroica epopeya, liberando a las mitríades y a todo el Círculo es mi logro.

—Vuestra arrogancia raya en la locura —meneó la cabeza Morgana.

—La tuya es mayor que la mía, si vamos al caso —le retrucó Lorcaster—. ¿Debo recordarte que salvar a tu raza de la extinción no te fue suficiente? ¿Olvidaste acaso cómo viniste arrastrándote a mí cuando tus propias hermanas de este mundo te destituyeron como reina y te exiliaron de su comunidad? ¿Cuándo incluso quisieron matarte? Les has hecho creer a todos que eres la gran salvadora de tu gente, pero todo lo que siempre te ha interesado es volver a ser la reina de las hadas, ostentar el poder en Avalon. Fue tu arrogancia y tu sed de poder la que te empujó a aceptar la modificación de tu sangre. Felicidades, ahora ya no hay nadie que dispute tu reinado.

—Fue un momento de debilidad —admitió Morgana—, pero hacerme matar a todas las hadas de Avalon no era parte del trato —gruñó.

—Cuando viniste a mí, sólo te interesaba el objetivo y nunca preguntaste nada sobre los métodos —le retrucó Lorcaster—. No tenías el estómago para hacer lo debido, pero Nemain sí. Todos ganaron. Nemain disfrutó de la masacre y tú recuperaste tu puesto libre de culpa y responsabilidad. Deberías estar feliz con los resultados.

—Sois un maldito —le escupió Morgana.

—¿Soy un maldito por haber jugado a tu favor? No lo creo. No puedes acusarme de nada, pues incluso arreglé las cosas para que encontraras la forma de limpiarte. ¿O crees acaso que Darien descubrió cómo restaurar tu sangre por casualidad? ¿Crees que tu fiel Clarisa encontró al Alquimista fortuitamente? ¿O que la reunión con el Sanador correcto fue una feliz coincidencia?

—¿Queréis hacerme creer que vuestra mano intervino también en eso?

—Como ya te dije, todo es gracias a mí —se encogió de hombros Lorcaster.

Morgana guardó silencio por un largo momento, aturdida. Había subestimado a Lorcaster. Había pensado que sus enemigos eran Ailill primero, y Nemain después, pero el verdadero enemigo, el origen de todo, era Lorcaster. En su posición de supuesto aliado, Lorcaster había concebido un plan insidioso e invisible, propiciando su propia causa secreta con inadvertidos y engañosos toques en las líneas de tiempo. Su mayor virtud era la paciencia, y no le importaba tener que esperar durante cientos de años para lograr su objetivo. ¿Pero cuál era su objetivo?

—¿Por qué ahora? ¿Y por qué Lug? —preguntó Morgana de pronto.

—¿Qué? —frunció el ceño Lorcaster, sorprendido por el brusco cambio de tema.

—Habéis puesto en marcha un milenario plan —dijo Morgana—. Pero vuestro plan necesita retoques cuando los sucesos se desvían de vuestro objetivo original.

—Mi plan es perfecto, no necesita retoques —la contradijo Lorcaster.

—Cada una de vuestras intervenciones a lo largo de la historia de la humanidad, ha sido una sutil corrección —continuó Morgana—. Mi venida a este mundo debió mover las cosas, pero lo arreglasteis todo formando la Tríada y luego disolviéndola, varándome a mí aquí con un pacto, y enviando a Macha y a Nemain al Círculo. Necesitabais que Macha engendrara a Lug y que Nemain engendrara a Dana. Luego vino lo de Strabons... Arreglasteis la unión de Dana y Lug, lo cual significa que os interesaba su descendencia —Morgana abrió los ojos como platos al comprender por fin de qué se trataba todo: —Lyanna —murmuró.

Esta vez, fue Lorcaster el que guardó silencio.

—¿Qué salió mal, Lorcaster? ¿Qué nuevo ajuste debéis hacer?

—Esta conversación terminó —dijo Lorcaster, cerrando los ojos y volviendo a su estado de trance impenetrable.

LORCASTER - Libro VII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora