♛ S I E T E ✏

39.5K 5.8K 1.8K
                                    

Estaba a punto de pedir una bolsa de papel para poder respirar bien; Elías me miraba como si yo fuera un bicho raro y si las miradas hablaran, estoy segura de que la suya diría "no entiendo por qué soy tu amigo, estás loca"

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Estaba a punto de pedir una bolsa de papel para poder respirar bien; Elías me miraba como si yo fuera un bicho raro y si las miradas hablaran, estoy segura de que la suya diría "no entiendo por qué soy tu amigo, estás loca".

—No entiendo por qué soy tu amigo, estás loca.

Bien, su mirada no habló, pero él sí.

—Nos encontró —musité—. El dueño de la fiesta nos encontró, Elías, estamos en problemas.

Suspiró antes de repetir su mismo argumento por vigésima vez:

—¡Eras un estúpido crayón con antifaz! No hay manera de que te reconociera. A menos de que tenga un radar de bocas porque era lo único que se te veía esa noche.

—Él lo sabe —aseguré—. Cuando me vio, me miró mal, como diciéndome "já, creíste que te ibas a escapar de mí, intrusa". Seguro que lleva buscándonos desde la fiesta y ahora ha mandado a Martina a trabajar con nosotros para que nos conozca, se meta en nuestras vidas y luego ¡zaz! La policía.

En algún punto comenté que yo no era paranoica.

Mentí miserablemente. Lo soy, con creces.

—Dios mío, Isa, ¿te estás oyendo? Suenas absurda, ridícula, paranoica, exagerada, demente. —Yo estaba sentada en una de las sillas en el cuarto donde poníamos nuestras cosas, habíamos llegado hacía poco del colegio y nos quedaban veinte minutos para empezar a trabajar. Elías se puso frente a mí y me tomó por los hombros, inclinándose para hablarme—. Te lo voy a repetir una vez más y me vas a escuchar atentamente, ¿de acuerdo?

—Bien —resoplé.

—Tú, Isabel, y yo Elías, nos colamos a una fiesta por menos de dos horas. Nos comimos unos dulces, bailamos una canción y luego nos fuimos por una ventana sin romper nada. Ya. No robamos, no matamos, no entramos a la fuerza a la casa, solo nos colamos. ¿De acuerdo hasta ahí?

—Sí.

—Y eso no es un delito. Lo máximo que puede pasar si todas tus fantasías al puro estilo de malas películas policiacas resultan ser ciertas, es que tus padres te castiguen por mentir. Y ya. No hay policía, no hay cárcel, no hay mancha en el expediente, no hay un príncipe detrás de los arbustos vigilando tus movimientos criminales de crayón.

El que modulara cada palabra como si yo fuera tonta sorprendentemente funcionó para que mi cerebro acogiera sus argumentos y mi mente se convenciera de que era verdad. Un castigo, era cierto, eso era lo peor. ¿Cárcel por dos bombones que me comí? No. Ridículo.

—Está bien.

—Y hoy vendrá Martina a trabajar —siguió—. No la tratarás con extrañeza, no te encerrarás en el baño por veinte minutos como ayer antes de que ella se fuera, le enseñaremos todo y ya.

—¿Y si viene ese tipo de nuevo?

Solo recordar su mirada acusatoria me hacía temblar imaginando lo peor, ¿y si hacía un escándalo en la tienda? Qué humillante.

De una fuga y otros desastres •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora