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Todos somos una serie de momentos, un cúmulo de experiencias que nos forman en las mentes y en los corazones de otros; de aquellos que quieren conservarnos indefinidamente y de forma desinteresada. Somos un conjunto de coincidencias, de encuentros, de colisiones. Pero hay quienes también se conforman y se mantienen en las memorias de otros por la carencia de todo aquello, por el "que hubiese pasado si" por el "que tal que", por el infinito desencuentro de dos mentes separadas que se piensan entre sí. Y eso era ella para él, no podría ser otra cosa sino una serie de oportunidades fallidas, de discrepancias, de divergencias. Una serie de desencuentros. La serie interminable de todo aquello que nunca llegó a ser, de la duda del imborrable pasado, de la nostalgia de los tiempos idos y perdidos.

Había tenido con ella más desencuentros que colisiones y eso era ella en su mente y en su corazón, el puerto al que nunca pudo anclar y que por eso extrañaba, porque extrañaba lo que pudo haber sido. Trina se había ido, él creía que esta vez lo había hecho para siempre y que era todo su culpa.

Se sentó en la pequeña mesilla de la cocina en donde solía tomar su desayuno, solitario y adormecido. Divisó desde allí la tasa de café que Trina había dejado en la sala, intacta, sin haber dejado en ella ningún rastro de su paso, como en él. Aunque en su interior lo que abundaban eran vestigios de ella, marcados hasta el fondo, impregnados en partes de él que ni siquiera sabía que tenía y de donde ya no podía removerla. La extrañaba y en la melancolía de su recuerdo recordó también esa vez, la primera vez que la vio.

En sus años de escuela Aitor pocas veces solía estar solo, siempre estaba rodeado de buenos amigos y de mujeres con las que nunca terminó ni empezó nada realmente importante. Le sorprendió, en aquella noche solitaria embargado por su ausencia, lo mucho que había cambiado en estos años. Cuando dejó de ser ese ser exorbitante de alegría al que no lo atormentaban culpas supone que perdió muchos amigos, pero de cualquier modo siempre estuvo acompañado, en pocas ocasiones conoció el silencio y el ensimismamiento de no tener con quién conversar, pero sabía que ella sí.

Era un día como cualquier otro, una tarde cálida de esas que ya no hay. Estaba, igual que siempre, rodeado de sus amigos mientras caminaban al salón de clase y titubeaban para no entrar a este. Se distraía conversando con ellos, daba vueltas en su propio eje y miraba la hora esperando el último momento para entrar. Aitor no lo notaba y no lo notó mucho después pero en ocasiones, aún estando rodeado de mucha gente, hablaba poco y se distraía con facilidad. Tal vez eso estaba destinada a ser ella, el punto de inflexión en donde Aitor miraba atrás y solo así lograba verla, atrapada tras la grandeza de su sombra. Y en una de esas veces la vio.

Metió las manos en los bolsillos de su pantalón y perdido en el hilo de la conversación que sus amigos mantenían se giró hacia atrás y recorrió el pasillo dando una pequeña vuelta. Pocas veces miraba hacia abajo pues las mejores cosas siempre se le metían por los ojos como ráfagas luminosas y traslúcidas, pero no fue así esa vez. Bajó la mirada instintivamente para ver a una pequeña chica acurrucada en el piso. De piel morena, de abultadas mejillas, ojos tristes y pequeños, cabellos oscuros, profundamente oscuros y largos, que se abrazaba a sus piernas. La miró por unos segundos descubriendo algo que para entonces era desconocido y que le tomaría cinco años definir. Vestía de negro, pero a sus ojos pareció que brillaba en un destello de luz intermitente pero prodigioso que se extinguió rápido porque pareció venir desde adentro, a diferencia de otros brillos que solo se perciben debido al reflejo de luz de otras fuentes. Aquel fue un resplandor diferente que le atravesó el alma pero silenciosamente, secreto incluso para él. Secreto incluso para ella.

La vio durante unos segundos mientras daba la exasperada y rutinaria vuelta de la espera. Ella lo miró también, desde allá abajo, desde esa distancia que sin saberlo los separó durante años. La chica de oscuros ojos fue incapaz de sostenerle la mirada y Aitor terminó girándose nuevamente hacía sus amigos. No volvió hacia ella de nuevo.

Desencuentros; imgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora