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Pocas veces en la vida había sentido una desesperación tal como aquella, aquel vacío, aquel temor de saber que su vida dependía de encontrar el perdón en las tonalidades de los ojos de alguien más. Se encontraba perdido por ella y ni siquiera quería ser encontrado. Deseaba que tanto el olvido y el perdón, como el amor, fueran involuntarios y que pudiera encontrar en ella esa alma noble que tanto vio vagar por los pasillos en los años de su juventud. Volver a encontrarla, eso deseaba, volver a descubrirla con la mirada baja intentado ocultarse del mundo y de él. Lo deseaba con todo su corazón porque ahora era él quien se convertiría en un ser vanalmente inútil si no podía amarla.

El frío le calaba los huesos y de su boca salía un humo denso que se disipaba rápidamente en el ambiente. Su rostro estaba enrojecido, congelado y adormecido, sus manos estaban tiesas y su cuerpo titilaba pero aún así caminaba, igual que ella. Ella se mantenía de pie, muy quieta y silenciosa, con la mirada triste y los hombros caídos. Se mantenía ocultando su rostro por lo que su compañero de camino solo podía ver, a lo lejos, unos labios pálidos, unas ojeras oscuras y profundas, unos ojos cansados y caídos y una postura decadente y lánguida. Con su cabello largo que le caía hasta la cintura y las manos nerviosas. Le pareció hermosa, igual que la primera vez que la vio, y esta era, ahora sí, una belleza que ninguna otra superaba. Sin embargo seguía profundamente asustado por su estado, por esa delgadez que ahora la caracterizaba.

Trina continuó avanzando evitando las miradas de Aitor con las piernas fallando y arrastrando los pies. Aveces Aitor creía verla arrugando el rostro en algún tipo de quejido mudo, pero él lo notaba y sabía que sentía mucho dolor en donde sea que estuviera el problema. Pero ella seguía caminando, con la mirada perdida en el horizonte de las calles y sin quitarla de allí ni por error.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó.
—Estoy bien, puedo sola.
—¿Qué es lo que te pasa? —habló sin rodeos aún sin saber si obtendría una respuesta.
—Y-Yo... —Trina titubeó y él supo de inmediato que se avecinaba una mentira, piadosa o no—. Me accidenté hace unos días después de robarle el maletín a un idiota, me persiguió tanto que colapsé y caí. No me he recuperado del todo.
—¿Fuiste al hospital?
—No es para tanto, estoy bien.
—Pues yo no creo eso, Trina. —Aitor no pudo evitar hablarle fuerte, la chica se balanceaba y con cada paso que daba parecía que se iba a derrumbar—. Estás muy... —La chica lo miró seriamente como si supiera de antemano lo que diría. De inmediato él se retractó—. Al menos dime que estás comiendo bien.

—¿De esto querías hablar? —dijo ella cambiando de tema abruptamente, lo que al muchacho le extrañó pero a lo que no dio mucha atención.
—Quiero hablar de lo que te pasó.
—Ya te dije que nada me pasó. Las cosas aveces no resultan como queremos, hay que vivir con eso.
—Eso lo sé, pero... —dijo él—. Por favor explícame cómo llegaste a esto. —La chica mantenía la mirada perdida en cualquier lugar que no fuese él. Poco a poco esta empezó a apoyarse en la pared de la calle y a moverse más lento. Estaba cansada y caminaba con más dificultad que antes. Aitor lo había notado pero prefirió callar.
—Ya no lo recuerdo.
—¿Es en serio? —Ella asintió—. Bien, al menos dime qué has estado haciendo desde que dejaste la escuela. —Trina esbozó una risilla silenciosa y cínica.
—Nada. Aveces trabajando, aveces robando, aveces escribiendo. —Aitor sonrió.
—Ah sí, ¿trabajas en las noches en la estación de gasolina, no? —Trina esbozó una mueca en el rostro al pensar que este realmente la estuvo siguiendo aquellos días.
—Parece que seguirme te sirvió.
—Lo siento. Otra vez.
—Soy más bien como un remplazo. Conozco a alguien ahí por eso aveces me dejan el turno nocturno o aveces solo cubro a los demás.
—Entiendo —dijo él, sin detenerse ahí—. Pero, ¿qué pasó, por qué terminaste... así?
—Aitor, no lo sé. Me quedé sola, no supe que más hacer, además no tienes muchas oportunidades cuando eres alguien que dejó la universidad. —La chica hablaba agitadamente y comenzaba a vacilar. Resonaban sus pasos a rastras en toda la cuadra y su mano se aferraba a cualquier objeto que pudiera darle algo de estabilidad.

—¿Por qué no buscaste ayuda?
—Dime con quién. —Entonces la chica lo miró por fin y Aitor se quedó en completo silencio.
—Con cualquiera.
—No me sentía en posición de merecer ayuda.
—Pues debiste hacerlo. —Se limitó a decir. La vio forzando a sus piernas a dar otro paso más y entonces sí se preocupó, la tomó suavemente por el brazo y la inspeccionó por completo—. Trina, no te ves nada bien. —De nuevo había comenzado a sudar y su rostro cada vez perdía más color.
—No es nada —murmuró ella con la respiración agitada.
—No, no puedes seguir.
—Estoy bien... —Y entonces, mientras intentaba convencerlo de que podía continuar Trina se derrumbó en el pavimento. Se hubiese hecho mucho más daño de no haber sido porque el chico la atrapó en sus brazos.
—¿Qué es?
—Mis piernas.
—¿Por qué?
—No lo sé, tiemblan —dijo ella—. Pero sí puedo seguir. Estoy bien.
—No lo estás. —Aitor se arrodilló frente a ella y la acunó en su pecho, acomodó su cuerpo en sus brazos y la cargó sin titubeos.
—Sólo déjame aquí. —Suplicó ella con la respiración colapsada, sin tener el mínimo control de su cuerpo y con el rostro apagado.
—No, no lo haré. —Aitor la abrazó con más fuerza y comenzó a andar con ella sobre sus brazos. Entonces, instintivamente, Trina se aferró a él y ocultó su rostro en el cuello del muchacho, él la abrazó haciendo lo mismo—. Vámonos a casa —susurró él abrazándola fuertemente, sin ninguna intención de soltarla.

De nuevo Aitor la llevó con él. Caminó las pocas cuadras que quedaban hasta su departamento mientras la acunaba delicadamente en su pecho. Caminó en paz, con la tranquilidad de un justo al que no lo acucian más culpas y cargando en sus brazos a su espíritu afín.

Desencuentros; imgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora