LA DESPEDIDA

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Regresamos a la casa, una casa que mañana abandonaremos para respetar la petición de Rebeca. Al parecer, quiere estar sola. Necesita pensar, encontrarse a sí misma, y decidir qué hacer con su vida ahora que ya no tiene que dedicarse a cuidar de su abuela.

—¡Qué descanséis, tortolitos! —escuchamos a Maria antes de encerrarse en un cuarto junto a Verony, quien también se despide:

—¡Hasta mañana!

En la planta de arriba hay cuartos de sobra para todos nosotros, pero mis compañeras han decidido dormir juntas, y yo..., sinceramente, estoy a la espera de que Rebeca me invite a pasar la noche en su habitación. Me encuentro frente a ella, en el pasillo del piso de arriba, con mi maleta entre manos.

—Bueno, pues supongo que yo dormiré... ¿aquí? —Señalo un cuarto al azar.

Rebeca lo ignora y me sorprende con una pregunta:

—¿Estás enfadado conmigo?

—Oh... ¿Yo?

—Por querer quedarme en Bermeo.

—¡No! —Aunque me haya roto, no tengo derecho a estarlo—. Claro que no. Si es lo que quieres...

—Es lo que necesito.

—Bien. —Me encojo de hombros—. Que tengas dulces sueños, Rebe.

Me dirijo hacia la puerta que he escogido, y ella me detiene:

—Espera.

—¿Sí?

Mis pies vuelven a apuntarla, ella recorta la distancia y, a medio metro de mí, pide:

—También necesito que pasemos esta noche juntos.

Doy un respingo y, aunque sé que mi expresión de felicidad me delata, opto por hacerme el interesante:

—Vaya... —Finjo pensármelo—. Dormiré contigo con una condición.

—¿Cuál?

—¿Te quitarás la sudadera?

—Mmmm... —Se sonroja—. Ya lo verás.

Me río y nos besamos. La maleta se me cae de las manos, la abandono, y me encierro con Rebeca en su cuarto, donde disfrutamos de la noche como si fuese la última. Y es que, al fin y al cabo, ambos sabemos que lo será.

A la mañana siguiente, tras desayunar y asearnos, nos preparamos para marchar. Al final, tampoco vamos a quedarnos de vacaciones por la zona. A Maria la han llamado sus jefes de la discoteca. Esta noche hay una fiesta especial y necesitan que ella acuda a bailar. Nuestra amiga rubia está algo harta, pero ha cedido. Le ofrecen una pasta.

Los momentos que he podido vivir con Rebeca en las últimas veinticuatro horas han sido geniales pero, como en los viajes en ascensor, siento que el tiempo se nos ha escapado. Ha llegado el momento de despedirnos.

—Bueno, Rebe... Yo... —No encuentro palabras—. Yo... Ya sabes.

—Lo sé.

Ambos nos hemos quedado en silencio, el uno frente al otro, sin saber qué decir antes de separarnos. Maria y Verony guardan las maletas en el maeletero de Craters y nos echan una mano:

—Vecinota —Maria le da un abrazo—, sabes que te tenemos mucho cariño. Cuídate, ¿vale? Disfruta de Bermeo, y nunca olvides a tu Romeo. —Me señala—. Lo digo en serio, no bromeo.

Rebeca asiente y me dedica una tímida mirada, que desvía a Verony cuando esta se acerca a abrazarla:

—Oye, esto no es una despedida, ¿vale? —aclara mi compañera morena—. Y para que lo tengas claro... Toma. —Mete la mano en su bolsillo y saca la llave de nuestro piso, colgada del famoso llavero—: Este es Velfony. Él te abrirá nuestra casa, que ahora también es la tuya.

—Vero, tía —interviene Maria—. Lo que haces por quitarte a Velfony del medio.

—¡No es por eso!

—Sea por lo que sea —sigo yo, sin poder controlar el temblor de mi voz—, el mensaje es cierto. Nuestra casa también es tuya, Rebe.

—Tiene dos pisos y un casoplón para ella sola —nos recuerda Maria—. Le importa bien poco un apartamento compartido por estudiantes.

—No —niega Rebeca—. Es un detalle —agradece, y avanza hacia mí.

Yo miro a mis compañeras, y estas se retiran para dejarnos intimidad. Estoy seguro de que ambas nos espiarán desde el coche. Las conozco demasiado bien. Pero no me importa.

—Andrés —empieza nuestra conversación Rebeca—, mil gracias.

—¡No me des las gracias más veces!

—Esta ha sido la última.

Siento cómo mis ojos se humedecen, y Rebeca se convierte en una silueta borrosa.

—Tampoco digas que es la última...

—Suerte en los exámenes, ¿vale? —cambia de tema. Sigue siendo igual de impredecible.

—Joder. Ahora mismo me dan igual los exámenes. —Nunca me imaginé que diría esa frase.

—Lo siento, Andrés.

—Tampoco te disculpes más. —Me limpio los ojos—. Yo... —Escuchamos un fuerte trueno—. Vaya. Cómo está empeorando el tiempo, eh.

—El norte.

—Sí... Hoy mejor estate en casa. Resguardada.

—No te preocupes más por mí.

—Es que tiene pinta de que va a llover mucho.

—Entonces llamaré a Noe, para que se dé prisa con el arca. —Sonríe, y lo pillo:

—¿Recuerdas el horrible chiste con el que traté de romper el hielo cuando nos conocimos...?

Ella asiente, y la nube que tenemos sobre nosotros empieza a soltar las primeras gotas. Sin importarnos, nos abrazamos bajo la tormenta.

—Te voy a echar de menos, Rebe.

Ella me aprieta con fuerza, y susurra:

—Te quiero.

Es la primera vez que me lo dice. Y también la última. 



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69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora