Parte 31

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Pasamos el resto de la tarde repasando guías para cazadores sobre cómo moverse en la nieve sin raquetas, cómo avanzar sin hacer ruido y, sobre todo, cómo ocultarse en un terreno de esas características. El plan era tan sencillo como darse un paseo por la montaña. Sobre el papel no parecía demasiado complicado.

Cuando anocheció fuimos a comprar un abrigo blanco que me ayudara a pasar desapercibida. Mi tía se enfadó con la dependienta sin tener motivo, de hecho fingí que no la conocía y salí de la tienda mientras ella pagaba. Me juré a mi misma que sería la última vez que iría de compras con ella. Después cenamos y me llevó en coche hasta la calle donde Héctor vivía.

Ella me esperaría en el vehículo, aunque me dijo que no me acostumbrara porque se lo tenía que devolver a Sergio al día siguiente. También me advirtió que si me manchaba me iría andando a casa porque se había pasado toda la mañana limpiando la tapicería.

A las once y siete minutos aparecieron las escamas y las serpientes, y vi cómo el pedazo de montaña aparecía junto al edificio de Héctor. No se escuchó ningún ruido extraño ni tembló el suelo. Símplemente apareció ahí, sin más.

Mi tía también se bajó del coche y me siguió hasta la roca. A pesar de tenerla enfrente, era incapaz de verla, y cuando le dije que se subiera a ella simplemente la atravesó como si fuera un espejismo. Me iba a costar bastante explicar aquello con las leyes y principios físicos que yo conocía.

—Recuerda que no debes intervenir. Solo puedes observar. Es inevitable que dejes huellas, pero no dejes pistas. Nadie debe verte y eso incluye a Héctor —me colocó el gorro para que las serpientes dejaran de estirarse por encima de mi cabeza—. Nada de intervenir. No estás preparada ¿de acuerdo?

Puse los ojos en blanco mientras asentía con la cabeza. Llevaba horas escuchando la misma retahíla de advertencias. No hacía falta que lo repitiera tanto, no pensaba acercarme a Héctor ni al pájaro. Había visto a demasiadas águilas normales comiendo animalitos como para acercarme a una gigante a la que le gustaba cenar hígado humano.

Me abrí el abrigo nuevo para subirme a la roca y nada más poner un pie en ella me encontré de nuevo en la montaña rodeada de árboles. Me impresionó de nuevo trasladarme a aquel lugar, se me había olvidado lo oscuro que estaba. Mi tía me había prohibido llevar una linterna, ya que eso atraería la atención sobre mí, pero por si acaso preparé la del móvil.

Al avanzar por la arboleda me di cuenta de una cosa, y es que las tres serpientes, giraban la cabeza en el mismo sentido, señalando cuesta arriba. Probablemente señalando hacia donde estaba Héctor. Al fin eran útiles para algo.

Seguí la dirección que me indicaban, y volví a llegar a una zona con menos árboles desde donde se podía ver la cima de la montaña iluminada, como la noche anterior. También pude oír unos pasos sobre la nieve y vi a lo lejos a dos personas avanzando por la nieve, dirigiéndose también hacia la cima.

Los seguí, tratando de que no se oyeran mis pasos. Me acerqué hasta poder distinguir un poco mejor esas figuras que parecía pertenecer a un hombre y a un mujer. El hombre cargaba sobre uno de sus hombros a alguien maniatado y con la cabeza cubierta por un saco. Tuve el presentimiento de que se trataba de Héctor.

Segundos después de distinguir aquello la mujer se giró y me vio. Estábamos en medio de la nieve y no tenía forma de esconderme. La culebra de escalera se estiró hacia ella y la víbora se pegó a mi cara, como si me protegiera, mientras la bastarda bufó nerviosa. Era la primera vez que la oía bufar. Me quedé petrificada, esperando a que aquella mujer me hablara o me atacara, pero no hizo ninguna de las dos cosas. Se limitó a volver a mirar hacia adelante y a seguir a su compañero.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora