Parte 32

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Avancé hacia el águila con toda la firmeza que la dura y resbaladiza nieve me permitía. Apreté los puños decidida a lanzarme sobre su cuello y arrancarle las plumas. Cuando nos separaban un par de metros ella se giró hacia mí bruscamente. Se inclinó de golpe, rozando con su afilado pico mi cara y chilló. No le hizo falta más que ese sonido agudo para hacerme retroceder y que cayera al suelo de la impresión.

Me levanté manchada de nieve. Tragándome el susto, me acerqué de nuevo a la bestia que ahora me daba la espalda. Alargando las manos, agarré una pluma de su cola, tiré con fuerza, la solté y di un cobarde paso atrás. El ave, centrada en Héctor, se limitó a alejarse de mí.

Medí la distancia que me separaba del ave: si me acercaba más, entraría en el ángulo de visión de Héctor y no podía permitir que me reconociera. Centrarme en él fue mi error. Mientras buscaba la manera de acercarme sin ser vista, aquella colosal rapaz batió las alas, subió en el aire, y se precipitó sobre mí, tirándome sobre la nieve. Pisándome. Impedía que me levantara presionando mi vientre con una de sus garras, cuyo espolón arañaba el interior de mi muslo. Con la otra intentó destrozar mi cara, pero pude detenerla con el brazo. El impacto desgarró la manga de mi jersey, pero aquellas afiladas uñas no podían atravesar mis escamas.

Sobre mí reinaba un infierno de plumas, alas y garras que me atacaban y detenía a duras penas. Debí perder el gorro porque las serpientes se alzaron libres, enloquecidas. No sabía a dónde mirar, de dónde vendría el próximo golpe. Estaba atrapada y aterrorizada. Crucé mis brazos para detener la garra, el águila los empujó contra mi pecho y cerró sus dedos inmovilizándolos. Estaba totalmente indefensa. Lanzó su pico contra mi cara y, antes de que pudiera cerrar los ojos, la culebra bastarda se puso en medio, llevándose el golpe. Las otras dos serpientes atacaron al unísono, lanzándose cada una contra un ojo del ave gigante. Solo la víbora logró alcanzar el suyo y morderlo. El águila, furiosa, atrapó en su pico a la hocicuda. La aplastó para soltarla al instante, haciendo que cayera lastimosamente al lado de mi cara. Su cuerpo estaba destrozado como si le hubiera pasado un coche por encima.

El águila comenzó a agitar la cabeza. La herida del ojo debía estar molestándole mucho. Me liberó y se alejó tambaleándose.

Aproveché para ponerme de pie. Las mangas de mi jersey estaban hechas jirones, así que me lo quité. Sentí una fría brisa acariciando las escamas de mis brazos. Arranqué un trozo de jersey y con él até la cabeza de la víbora a un mechón de mi pelo para que no se terminara de caer. Si salía con vida de aquello le daría un funeral digno.

El águila seguía tambaleándose y sacudía la cabeza. Quise aprovechar el momento para golpearla, pero estaba frente a Héctor y no podía permitir que él me viera. No me quedó otra opción que cegarle. Necesitaba hojas secas o algún tipo de basura para moverla y cubrirle la cara sin acercarme, pero a mi alrededor solo había nieve, algunos árboles pelados y las antorchas. Así que me agaché y aparté nieve con las manos hasta que encontré tierra. Cogí un buen puñado y lo lancé hacia Héctor. La controlé en el aire y la deposité sobre sus ojos. Él protestó, y se agitó. Se quejaba de que no podía ver.

Resuelto el problema de Héctor, me lancé sobre el águila. Esta vez sería yo la que la atraparía a ella. No dejé que me enganchara, esquivé sus zarpazos ignorando su pico y sus alas y centrándome en sus garras, ya que solo parecía atacarme con ellas. Tras bloquear uno de sus embistes logré darle un puñetazo en su feroz pico. Entonces pareció despertar y la cosa se puso fea de verdad.

Levantó el vuelo y me amenazó con una garra mientras batía sus enormes alas. Lo hizo solo para distraerme, su objetivo era agarrarme por la cintura con la otra y lo logró. Palidecí cuando echó a volar sin soltarme. Ascendimos unos metros mientras yo me revolvía desesperada. Sin suelo bajo mis pies la situación era aterradora. Al llegar a la altura de la copa de los altos árboles dejé de luchar para zafarme. Desde allí una caída me mataría. Ella debía saberlo porque abrió sus garras y me dejó caer al vacío.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora