56. Enamorarse de Afrodita

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56. Enamorarse de Afrodita

¿Caí en segundos, minutos, horas o días?

¿Puedes elegir de quién enamorarte? ¿Es algo que se puede controlar? ¿Es posible, acaso, de igual forma controlar el hambre? Porque es apremiante ella y el hambre por ella.

Recojo cada uno de los Post-it que me lanzó a la cara.

Los quiero conservar.

Poco de ella no me basta, todo el tiempo la dibujo en mi mente, me es indispensable tenerla cerca.

Es la pena que necesito, el trazo que se volvió boceto y por último un cuadro sin terminar.

Es un pájaro volando despacio.

No sabe la expectativa que genera en mi el solo escucharla caminar, el solo saber que viene, el solo verla.

Pero es un alma indomable; un poema que no se leerá.

No elegí sentirme de esta manera. Si pudiera arrancarme el corazón para que ya no duela, hace mucho lo hubiera arrojado lejos. Porque es un sufrimiento infinito. Pero también es infinito el deseo. Es querer morir y vivir al mismo tiempo y, por ser Ivanna, no tener claro qué es peor.

Es tener el corazón amordazado cuando quiere dar de gritos.

Soy un pintor al que le atan las manos. Mis colores se fueron con ella. Es mi insomnio, mi ilusión y mi dolor.

Necesito recordar cómo es no necesitarla, porque ahora no lo recuerdo, olvidé... cómo ser él. Tengo amnesia. No sé qué era antes de Ivanna. No sé si vivía o todo me daba igual.

—Mátame, Alex —pido a mi amigo, sentándome entre él y Roy en la acera—. Ya no quiero sentirla dentro de mí.

Alex coloca su mano en mi hombro.

—En otro arranque de locura iré detrás de ella y de rodillas le volveré a rogar que mi escuche.

—¿Por qué?

—No lo sé. Nada tiene sentido si no hablamos.

Miro sobre mi hombro para comprobar que Pru no esté cerca. No quiero que escuche lo que diré a continuación.

—Nunca antes me había sentido así —reconozco—. Desesperado. Como un niño perdido.

Alex y Roy me miran como si me hubiera crecido una segunda cabeza.

—Como si por fin tuviera sentido, pero a la vez no.

—Simio culón —Alex quita su mano de mi hombro—, hace un mes tus razonamientos más profundos tenían que ver con consolas de Xbox o PlayStation.

—Lo sé —Termino de limpiar lágrimas de mi cara con la mirada clavada en el suelo. No quiero llorar frente a ellos. Es vergonzoso.

—Y no fuiste tan poético.

—Lo sé —repito, pretendiendo no dolerme—. Pero ahora esta calle no me bastaría para escribir poemas sobre ella.

—¿Estás drogado?

—Sí.

—¿Borracho? —pregunta Roy.

—Sí. Y embrujado, poseído. A todo sí. Ivanna Rojo me enloqueció.

—Quisiera poner una almohada sobre su cara y asfixiarlo solo para que ya no sufra —dice Roy a Alex.

—Hazlo —acepto.

El asistente ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora