Parte 34

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Crucé la puerta del instituto tan adormilada y empanada que el susto fue doble cuando alguien me agarró del brazo y me hizo darme la vuelta de golpe. Era Héctor.

—No grites.

Bastó para espabilarme del todo. Por cómo me miraba supe que lo sabía. Me había reconocido en la montaña.

—¿Por qué iba a gritar? —disimulé.

Tenía los ojos enrojecidos, como si hubiera estado llorando. Me dolía verle así, sentí que el corazón se me encogía. Le habría abrazado si no fuese por su cara de pocos amigos.

—No lo sé, el lunes gritaste cuando me viste. —Me soltó el brazo, pero seguía atrapada entre él y una pared. No me dio tregua.

—Lo siento, es que... me daba mucha vergüenza verte después de lo que pasó en tu casa.

El corazón me latía a un ritmo desenfrenado y noté cómo se empezaban a humedecer las palmas de mis manos. No ayudó que cogiera un mechón de mi pelo entre sus dedos y lo examinara con el ceño fruncido.

—¿Por qué tienes los ojos rojos? —traté de cambiar el tema.

—¿Por qué crees?

Me examinó sin piedad. Era como si tratara de leer mi mente a través de mis ojos. Si apartaba la mirada perdía, pero si le seguía mirando acabaría confesándolo todo: desde que yo le había salvado hasta que a veces fantaseaba con que me besara el cuello.

—Eh —me temblaba la voz, pero traté de hacerle burla— no sé ¿perdió tu equipo y te pasaste la noche llorando?

No pude más y aparté la mirada. Él dio un paso hacia mí.

—Me dijeron que ayer faltaste a clase.

—Ah... sí.

—¿Por qué?

Por primera vez en mi vida agradecí la facilidad de mis mejillas para ponerse coloradas. Me permití imaginar ese beso en el cuello para que se encendieran más.

—Me da mucha vergüenza decírtelo —bajé la cabeza para enfatizar mis palabras.

—Y no será que...

—¿Estás bien, Cuerno?

Diego interrumpió nuestra conversación y se cruzó de brazos desafiando a un molesto Héctor.

—¡Son en punto! —me dirigí a Diego—. Vamos a llegar tarde a clase.

Me alejé tan rápido que Diego tuvo que pegarse una pequeña carrera para alcanzarme.

Entramos tarde a clase, farfullé una disculpa y me senté en mi pupitre sin mirar a nadie. No quería que Mario pudiera reprocharme de alguna manera que todos supieran lo de su infidelidad. Apoyé la frente sobre mi mano para centrarme solo en mis apuntes.

—Qué sorpresa, Moreno se presenta voluntaria —dijo el profesor de matemáticas—. Adelante.

Salí de mi burbuja. A mí también me sorprendía que Tatiana Moreno se hubiese ofrecido a resolver la ecuación. Normalmente solo participaba en clase para protestar.

Cogía la tiza con la punta de dos dedos, como si le diera asco, pero resolvió muy rápido la ecuación. Solo se equivocó en la última suma.

—Qué lástima, ibas bien hasta el final. —El profesor señaló a la pizarra—. Sed cuidadosos porque esos errores tontos os pueden costar la Selectividad. El último paso, donde pones que equis es igual a uno más uno. ¿Lo ves?

—Sí —Tatiana lo señaló—, lo veo.

—Lo has resuelto como que equis es igual a tres.

—Sí —Tatiana subrayó el tres.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora