C i n c o .

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17 de junio de 2019

—Despierta, Zoe —murmuró una voz. Sonó lejana, perdida y opaca. Sin embargo, la supe reconocer al instante —. Despierta.

Solté un gruñido y me revolqué sobre las sábanas. No quería dejarlas todavía. Yo aún era muy joven como para desprenderme de ellas.

Me volví a dormir.

Ni siquiera escuché los pasos de mi padre acercándose a la ventana para subir la persiana. De golpe, toda la luz entró a mi habitación, despertándome de nuevo.

—Fuiste tú quién me dijo que te despertara —me recordó John.

—Sí, pero en estos momentos te odio un poquito por haberme hecho caso —le dije con sinceridad. Mi voz sonó afónica y perezosa. Tenía la garganta seca, probablemente por haber dormido con la boca abierta —. Gracias por despertarme.

Me dio un beso en la frente y se marchó de la habitación. Yo seguía sin abrir los ojos, la luz era demasiado clara y yo aún no me había adaptado. Cómo dolía levantarse a esas horas.

Estaba tan cómoda, acostada en mi colchón mullido, con la cabeza recostada sobre una almohada tan blandita y suave, que por un momento llegué a plantearme seriamente dormirme de nuevo. Después podría enviarle un mensaje a Lydia explicándole lo ocurrido. Todo el mundo se queda dormido de vez en cuando, sería una excusa tan realista como haber pillado un resfriado.

Sin embargo, me obligué a mi misma a abrir los ojos, por mucho que me doliese. Al menos, ya solo tendría que despertarme de esa forma dos días más. Después de eso sería libre.

Me restregué el dorso de la mano por la barbilla, limpiándome los restos de baba seca. Tras diecisiete años de vida, aún no había aprendido el arte de dormir con la boca cerrada. Parpadeé un par de veces, simplemente para terminar de espabilarme. No sirvió de mucho, pero después de eso reuní fuerza para levantarme.

Agarré la ropa que había dejado preparada sobre la silla de mi habitación y me encerré en el baño. Había adoptado la costumbre de dejar todo listo antes de acostarme, porque nunca he sido una persona mañanera.

Lo único que podía hacer por las mañanas sin morir en el intento era preparar un desayuno muy básico —normalmente un bol de cereales con leche— y asearme. Ya está. Nada de levantarme temprano para estudiar, o maquillarme, o arreglarme el pelo. Yo no daba para tanto.

Ni siquiera me paré a mirarme en el espejo antes de meterme a la ducha. Ya sabía la pinta que tenía; el pelo negro revuelto por completo como si un huracán hubiese decidido pasar por mi habitación mientras dormía, y en mi cara una expresión de zombie total.

En esos momentos me creía al cien por cien la expresión de "los ojos son el espejo del alma". Los míos sin duda reflejaban mis ganas de querer dormir de nuevo.

Por suerte, una ducha solía bastar para arreglar el desastre que era mi pelo por las mañanas. Y si no, las coletas y los moños siempre eran bienvenidos.

Al salir de la ducha, me sequé rápidamente y me vestí corriendo. En realidad, si lo piensas, ser perezosa agudiza algunos talentos. El tardar diez o quince minutos de más en despertarme había logrado que adquiriese la habilidad de ducharme y vestirme, todo en menos de veinte minutos.

Zoe & Axel ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora