Capítulo 2.

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Pero cambié de opinión rápido.

Leia mantuvo la mirada en un punto fijo, justo donde se encontraban el grupo de Collins, el mejor jugador de básquet del instituto. Él seguía riendo junto a sus amigos, mientras que la chica tímida curioseaba bajo ese largo flequillo que se dejó sin recoger. Podía escuchar los murmullos de Kelly; estaba furiosa porque dejé de escucharla y de no aceptar la invitación directa a su cama.

¿Locura? Las chicas de allí morían por acostarse con un chico virgen, cuando en realidad sólo les tomaba el pelo. Ellas se creían todos los rumores, e insistían día a día por convencerme a mí (tanto a ellas) que serían las únicas que robarían de alguna forma mi corazón. Patético, pero siempre me recordaba que no tenía que ser el chico malo y no romántico para llevarme a alguien a la cama.

Y algo pasó por mi cabeza; fue algo que me hizo sonreír.

La advertencia de Ginger...lo pesada que se había puesto últimamente mi madre en que me acercara a la pequeña Ross, e incluso la idea de que se quedara en casa no me disgustó.

Las largas uñas de gel de Kelly dejaron de tirar de mi camiseta en el momento que me aparté de su lado para socorrer a Leia, esa chica que acabó en el suelo recogiendo todos esos comics que su padre había dibujado desde que se dedicaba a las ilustraciones.

Unas risas de fondo llegaron a ponerla más nerviosa. Las pálidas mejillas de la pelirroja cogieron un color rosado muy gracioso de ver. Recogió las cosas con una torpeza digna de su padre, sin darse cuenta qué a quién tenía delante...era yo.

Pero entendí el temblor de sus manos, el miedo de alzar la cabeza y el deseo de salir corriendo para refugiarse lejos de los pasillos del instituto.

-Chica torpe -dijo uno.

-Déjala -rió otro-, ya es difícil para ella ser una adolescente más.

El par que seguían a Collins desaparecieron entre la multitud.

-Sigo sin entender cómo os pueden gustar los capullos -solté, tendiéndole uno de esos tebeos con un monstruo de tres cabezas y todas de ellas metalizadas.

Leia dio un brinco al escuchar mi voz y cayó hacia atrás, quedándose sentada.

Pestañeó repetidas veces, como si no se creyera que estuviera delante de ella ayudándola. Sonreí, pero Leia únicamente apretó los labios y me arrebató lo que sostenía.

-Dijo otro capullo -dijo en voz baja.

Aunque no le sirvió de mucho, ya que lo escuché.

-Pero soy más guapo que el capullo que te acaba de humillar delante de sus amigos -debí de haberme tragado mi chulería, pero acabé soltándola como mi padre hubiera hecho. Ella tragó saliva, y con las mejillas más acaloradas que antes, esquivó mi mirada. Yo seguí allí, de pie, esperando a que se moviera, y como no fue capaz de hacer nada, le tendí la mano. -Llegarás tarde a clase.

Seguí con el brazo estirado.

Se quedó mirando mis dedos unos segundos.

-No muerdo, Leia.

Pero conociendo a su madre ya le habría advertido de mí.

Dudosa, y con el pulso tembloroso, cedió a mi ayuda desinteresada que le ofrecí.

-N-n quería lla-llamarte cap...-comenzó, pero el contacto de nuestra piel la silenció.

Una vez de pie, se pasó ese largo flequillo por detrás de la oreja y miró esas zapatillas con los cordones cayendo a cada lado de su pie.

-Para mí no es un insulto -me rasqué la nuca. -Dicen cosas peores de mí.

Le sonreí esperando a que ella hiciera lo mismo. Leia alzó una ceja con elegancia y miró nuestro alrededor con curiosidad.

-Tú eres quien suelta esos rumores.

-Lo sé -tampoco había nada de malo.

-Si tus padres s-se enteran...-dudó en seguir.

Crucé los brazos.

-A mi padre le parecerá gracioso -e imaginé ese momento junto a él, contándole lo que había dicho para ser inalcanzable y a la vez tentador para las mujeres. -Mi madre es diferente, -solté una carcajada- acabaría obligándome porque le pidiera disculpas a todo aquel que se creyó la mentira. -Nos quedamos en silencio, dándome cuenta que ella se encontraba incomoda a mi lado. -Oye, si no quieres quedarte en casa...

Me interrumpió.

-Mi abuela no quiere ni verme.

Esos ojos verdosos solo me miraron unos segundos.

-Tal vez...

Sacudió la cabeza.

¿Tan loca estaba su abuela que todos parecían temerla?

La que mejor se lo pasaba era mi madre, que cada vez que Isis estaba en su habitación encontraba un espacio para criticar a la: -Vieja loca desesperada -palabras textuales de Freya.

Un dedo presionó en mi pecho con temor. La forma en la que llamaba mi atención era digna de una niña de cinco años (la edad de mi hermana).

-Tu novia nos está mirando.

Kelly no era mi novia.

Seguí riendo.

Ladeé la cabeza, y con una amplia sonrisa me acerqué un poco más a esa pequeña nariz.

-Si te vas a quedar en mi casa, ¿Dónde dormirás? -dio unos pasos hacia atrás, pero volvió a golpearse ella misma sin ayuda de nadie. Su espalda tocó las taquillas. - ¿En mi cama?

Sí, sí que iba a pasármelo muy bien.

Pero Leia soltó un no rotundo.

Iba a estar difícil.


¡Mi vecino es stripper!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora