EPILOGO

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Masco con fuerza la manzana que debo comer el día de hoy. Maldita dieta y maldita incorporación de nutrientes saludables.

Veo a mi pequeño hijo soplar entusiasta un diente de león y sonreír mostrando sus dientecitos.

Suspiro, ¿Qué hubiese sido de mi sin él? Un pequeño rayo de sol que luchó por sobresalir entre las espesas nubes que cubrían mi cielo.

Stefano Wellton había llegado exactamente siete meses después de todo el escandalo del extinto clan Sneider. Mi pequeño ángel llegó cuando menos lo esperaba.

Las lágrimas amenazan otra vez con derrumbarme al recordar los escabrosos momentos que viví a causa del maldito Claude; fui exiliada del clan a pedido de Märco. Él había llegado a un acuerdo con los miembros del famoso Consejo Sobrenatural para que Darius y yo saliésemos indemnes de todo ese embrollo. El primero, supe después, para cuidar del pequeño bebé en mi vientre. Del cual Märco ya sabía.

Un estúpido temblor en mi barbilla anuncia el inicio de una nueva ronda de llanto al recordar que tanto mi esposo como mis suegros conocían de mi estado antes de ser asesinados. La ultima en enterarse fui yo, que lo hice un par de semanas después, en casa de mi madre cuando me negaba a comer.

Un húmedo hocico tantea mi pierna y veo a Vago mirarme secar mis lágrimas. Él se colocó de lomo, mostrándome su panza para que la acariciara.

—Eres un holgazán y obeso. —acaricio su barriga y lo regaño, —Mira nada más, esa barriga que se te sobresale. Aquí la embarazada soy yo... y tu pareces un globo a reventar...

Inspiro profundamente y dejo que los tibios rayos de sol acaricien la piel de mi rostro. Es inevitable sentirlo aquí. Conmigo. Él siempre está conmigo.

Veo que Stefano deja de lado lo de soplar flores y comienza a correr por todas partes, pidiéndole a Darius que lo persiga.

—¡Con cuidado! —bufo. Conozco a mi hijo, y conozco su torpeza y la sobreprotección que Darius le brinda. —Puedes... —lo veo tropezar y ¡zaz! —caer.

Me levanto de a poco, cuidando mi pesada barriga. Tomo el ramo de flores que hemos traído hoy. Sonrío al notar que el sombrero preferido de Stefano ha caído un par de metros lejos de él.

—¡Stef! —grito. —¿Estas bien? No corras tan rápido, papá no va a ir a ningún lado.

Darius levanta a mi pobre ángel.

—Mi señor... —sacude de sus pantalones las pequeñas hojillas y me mira. — No debería bromear con eso mi señora, a Märco no le haría gracia...

—A Märco no le hacían gracia varias cosas —respondo a la defensiva, —pero eso de que importa ahora. Él se fue ¿no?

Una agria sensación se asienta en mi boca. "¿Así que este si sería mi futuro, mi mejor amigo con la mujer que había elegido como señora del clan...?"

—¿Qué? —pregunto mentalizándome para entender ese pensamiento que invade mi mente de manera fugaz. —¿Qué dices?

"¿Puedes oírme?"

—No soy sorda —respondo irónica. —¿Qué decías de Stefano? ¿Nos seguiste?

Darius me da una mirada atenta. Me encojo de hombros.

—Debes dejar de tratarlo como tu señor —exhalo acariciando perezosamente mi ombligo. —Te dije que la deuda de sangre que tenías con mi esposo terminó hace años.

Darius niega.

—Creo que ya es tiempo de volver —mira los crisantemos que dejamos sobre el mausoleo de la familia Sneider. Los extintos miembros del clan mas poderoso de Alemania descansan en este lugar. —¿Tienes hambre?

HIELO [en tu mirar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora