♛ T R E I N T A Y N U E V E ✏

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El veintitrés de diciembre me desperté con una resaca emocional del carajo por lo ocurrido con Andy, pero todo eso quedó en segundo plano cuando revisé mi teléfono y vi un par de correos electrónicos que habían llegado al email del almacén (que er...

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El veintitrés de diciembre me desperté con una resaca emocional del carajo por lo ocurrido con Andy, pero todo eso quedó en segundo plano cuando revisé mi teléfono y vi un par de correos electrónicos que habían llegado al email del almacén (que era en el que yo tenía todo vinculado pues siempre olvidaba las contraseñas de mis correos).

No abrí de inmediato la aplicación sino que me puse unos tenis, una chaqueta, me cepillé los dientes apresurada y bajé casi corriendo a la sala; mi mamá ya estaba despierta y tomaba café en el comedor, eran cerca de las siete y media.

—Voy a casa de Elías —informé, ya con la mano en la perilla.

—¿En pijama?

—¡Llegaron los correos!

No dejé que mi mamá me respondiera porque salí corriendo, pero como no se asomó a gritarme que me devolviera, asumí que entendía y que me daba permiso.

Los correos eran de dos universidades, una a la que yo había aplicado y una de Elías. Ambos pusimos el mismo correo por el mismo motivo y llevábamos desde octubre esperando respuesta, el plazo hasta recibirla era enero, pero me alegró que llegara tan pronto. Ambas universidades estaban a un mundo de distancia, pero habíamos aplicado para lo que deseábamos estudiar, él antropología y yo biología. 

Timbré con insistencia en la puerta de la tía de Elías y luego del tercer timbre, abrió. Ya estaba vestida para irse a trabajar; me miró con extrañeza.

—Buenos días, necesito a Elías con urgencia.

—Estás en pijama —notó.

—Es urgente. —Le sonreí con inocencia hasta que me abrió del todo la puerta y me cedió el paso—. Gracias.

Busqué su habitación y entré sin llamar, seguía dormido boca arriba y como una estatua, derecho, con apenas arrugas en las cobijas. Él no parecía un dormido sino un muerto.

—¡Elías, Elías! —grité. Se despertó de sopetón, asustado, bizqueando en varias direcciones—. ¡Llegó, Elías, llegó!

—¿El apocalipsis? Deja de gritar.

Se sentó con algo de dificultad y se frotó los ojos para luego mirarme con odio. Encendí el teléfono y se lo puse delante de las narices.

—Llegaron los correos.

Eso lo terminó de espabilar y abrió mucho los ojos.

—¿Y? ¿te aceptaron? ¿me aceptaron?

—No he mirado. Tengo nervios. Mira tú. —Le tendí el teléfono con una sonrisa tensa y las manos temblando—. Mira, mira,mira.

En sus ojos relució también el nerviosismo, pero oprimió varias veces, buscando y abriendo los correos. Yo me había sentado en los pies de su cama y lo observaba con expectativa contenida.

De una fuga y otros desastres •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora