III

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El gran testarudo de pensamientos fuertes, ese era mi hermano. Entre otras cosas, tranquilo y travieso a la vez. No nos llevábamos bien en su adolescencia, también he de decir que yo era el hermano menor más emberrinchado del mundo y él, el más cruel para mi edad. Yo era rebelde, pero Alfonse siempre asentó la cabeza, a pesar de llevarme por cuatro años. Sin duda alguna recibí más palos que él, pero no es que fuera el chico más sumiso del mundo, sino que aun después de cinco años viviendo con nosotros sentía pena desobedecer por gratitud. Aunque, a veces mordía los labios al cumplir algún mandato. Creo que se contenía y si lo hacía, entonces no era gratitud. Simplemente no le quedaba de otra.

Cada día era igual entre ambos, llegar del colegio y pelear, y después jugar y otra vez pelear. A veces era uno más de los chicos de mi edad y eso era divertido, excepto en la escuela. Se podría decir que estaba a la altura de sus compañeros en cuanto a forma de ser de un adolescente. Siempre estaba rodeado, pero eso no le gustaba, solo le importaba la compañía de Samantha, que dicho sea de paso nunca la vi de frente, más bien, una sola vez hablando con él de espaldas y fue el momento exacto donde Marcos, uno de los mejores amigos de Alfonse me dijo que solo le gustaba pasar tiempo con ella. Bueno, al menos en cada recreo, porque al final de clases se iba conmigo.

Las descripciones son comúnmente una tontería, se convierten en comentarios y estos se mal interpretan, así que lo que cuente o diga es simplemente parte di mí y de nadie más, no espero replicas.

Alfonse era un pésimo hermano, pero era el mejor de los amigos. Siempre me descuidó adrede o me dejaba libre, a pesar de que sabía que era muy apegado a mis padres y que era muy dependiente. No hacía maldades, pero suficiente con su indiferencia. Sin embargo, recuerdo cuando a Marcos se le incendió su casa, vivía a pocos metros de nuestra casa y él fue corriendo sin algún permiso. Pudo haber dado la vida por él. Y cuando su mejor amiga lloraba por su padre, allí estaba él diciendo - No te preocupes, llora. Se nos ha ido alguien, pero recuerda que seremos alguien más adelante.

Yo era más aplicado en clase, a veces, le bromeaba con eso a él, pero aun sigo sin comprender esa frase. En ese entonces, me sentí un poco patético, ahora, solo lo he superado. Adreana sonrió como si le entendiera. 

Para salvarme una vez, hace mucho, me hizo su amigo por un día. Fue cuando nos robaron por escaparnos de una jornada parroquial. Conocíamos el camino de regreso, solo que era un poco desolado, pero al fin y al cabo accedimos por la aventura. José nos acompañó. A mitad del camino salieron de una pared lejana un grupo de seis chicos, tenían navajas. Me separaron ellos, estaban un poco agresivos y mi hermano lo notó, así que se abrió paso como pudo y se puso delante de mí. Ahora solo los dos eramos el foco de atención, José quedó ignorado, pero poco podía hacer en un lugar sin gente. Alfonse se dejó quitar todo con la condición de que no me tocaran siquiera y la pandilla que nos atracó eran como de su edad, así que también sentían nervios de punta y accedieron. Cuando llegamos al barrio me dijo - Uf, suerte que eras mi amigo, sino te dejaba allí.

Así era Alfonse, tan odioso y divertido; radical, orgulloso y de espíritu fuerte. Así era. Así era en días azules, días con cielo despejado y con liras lila en el jardín esperando a que llegáramos del colegio, sonrientes, cansados, sin saber nada de nuestras desdichas futuras.


Días azulesWhere stories live. Discover now