Dónde estás tú...? (COMPLETA)

Sinceridad

Regresé a mi habitación en la casa del Anciano Sanador cuando ya caía la noche; no podía creer lo que acababa de ocurrir, jamás me hubiera imaginado que mi amigo Degel sintiera eso por mí. Si bien es un muchacho muy atractivo y educado, no puedo corresponder a sus sentimientos porque mi corazón ya pertenece a alguien más; pero no puedo decirle la verdadera razón por la que debo rechazarlo. Yo nunca le di esperanza alguna... Me siento triste por él; desearía poder corresponderle, pero no puedo. Ojalá pronto encuentre a la mujer que pueda hacerlo feliz.

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Ásmita se encontraba a la entrada de su templo al amanecer, sintiendo el calor de los primeros rayos del sol en su piel. Se había levantado antes del alba para comenzar si jornada temprano y poder realizar más horas de meditación a solas para continuar acumulando su cosmos; se acercaba el momento en que tendría que utilizarlo. Disfrutaba de la frescura de la brisa veraniega mientras reflexionaba en cuánto había cambiado su vida desde que apareció Natalie. Esa joven desconocida, ajena a su tiempo, tan sensible al sufrimiento humano; tan frágil pero a la vez tan fuerte, dueña de una fuerza interior que ella aún desconoce que posee, había sido capaz de traspasar con su inocencia y bondad, la barrera que él había impuesto en su corazón desde hacía muchos años para aislarse de los complicados sentimientos humanos y del sufrimiento del mundo. Sentía que tenía que protegerla de todo aquello que quisiera dañarla, pero también de sí misma cuando su tristeza guardada desde hacía tanto tiempo amenazaba con salir para acabar con toda su autoestima. Él no permitiría que ella se sumiera en la depresión nuevamente, le infundiría ánimos y la fuerza necesaria para afrontar cualquier dificultad que se avecinaba.

_¿Qué es lo que has hecho conmigo, Natalie?¿Hasta dónde has arraigado en mi corazón?_, susurró en voz baja, casi imperceptible.

Estaba tan absorto en sus pensamientos, que no reparó en que había alguien aproximándose por las escaleras del templo.

_Buenos días, Ásmita, ¿cómo has estado? Es curioso verte fuera de tu templo, ¿a qué se debe este cambio de hábitos?_,dijo Degel mientras se acercaba al caballero de Virgo.

_Buenos días Degel; me encuentro muy bien,  gracias por preguntar; últimamente he sentido ganas de experimentar la naturaleza y tener más contacto con las emociones y los sentimientos humanos_, respondió Ásmita, al mismo tiempo que una sonrisa sutil se dibujaba en sus labios.

_¡Es bueno verte fuera de tu templo! Me alegro que hayas salido un poco del aislamiento; sé qué has estado meditando con Natalie, ¿qué tal va eso? ¿Acaso es ella la responsable de tu cambio de actitud?_,  preguntó Degel con firmeza en su voz.

Ásmita enarcó una ceja, y luego de unos segundos en silencio, respondió:

_ Me temo mucho, mi amigo, que estás en lo cierto... Te pido disculpas si estas palabras te causan daño..._.

Degel abrió los ojos desmesuradamente, sorprendido ante aquella inesperada confesión por parte del caballero de Virgo y asintió en silencio, ya que se había dado cuenta de que, debido a sus habilidades, Ásmita sabía lo que sentía por Natalie.

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Corridas. Gritos. Los aldeanos huyendo despavoridos, perseguidos por seres malévolos que portaban armaduras negras como la noche, y que habían aparecido de la nada para destruir todo a su paso. Sin piedad. El centro de Rodorio estaba siendo reducido a escombros por sirvientes de Hades, que respondían al mando de uno de los tres jueces del infierno, Minos de Grifo. Las mujeres, ancianos y  niños corrían aterrorizados para salvar sus vidas. Agasha veía con horror cómo el pueblo en el que había crecido desaparecía poco a poco en una nube de polvo y sangre. Corrió desesperada a buscar a su padre; pensó que con suerte lo encontraría y podrían salir de allí y pedir ayuda en el Santuario. Confiaba en que los caballeros dorados podrían proteger al pueblo y a las villas aledañas del ataque de los espectros.