Epílogo.

345 3 10
                                    

El silencio se alargó. Las páginas fueron insuficientes y la tinta comenzó a secarse mucho antes de estamparse en el papel. Sus muñecas se mancharon del pigmento negro que no sólo le daba cuerpo a sus letras sino también a sus sueños.

No era como si no le importara nada a su alrededor, como si no le interesara las palabras que con fluidez salían de la boca de la mujer de pie frente al pizarra, que no quisiera aprender sobre la transculturación narrativa o la imitación modernista de los poetas del siglo pasado, era simplemente que su atención no podía ser captada, en el momento, por algo diferente al personaje que lentamente sucumbía entre sus manos.

Se mantenía encorvada sobre el escritorio de madera mientras que sus compañeros junto y frente a ella no podían desviar la mirada del educador discurso de la maestra. Ella sólo mantenía la vista clavada en la libreta, escribiendo incesantemente las últimas palabras de un relato de años, viendo cómo aquella portadora de sus esperanzas se le moría frente a sus ojos, sin forma alguna de ser salvada o librada de un destino parecido.

Nada parecía realmente importante, la clase, sus compañeros, el salón o la pared de vidrio que se encontraba junto a su hombro derecho y que no sólo dejaba ver todo el pasillo sino que también, de alguna forma, era una ventana visible al mundo que para ella era tan fácil ignorar y silenciar. Nada importaba, sólo escribir y culminar.

Finalmente el punto final apareció en aquella hoja amarillenta. Estaba hecho. El plazo había acabado y la poca vida que le quedaba a aquella chica se le había esfumado.

Todo parecía borroso e incierto entonces. Dudaba de haber hecho lo correcto, de haber hecho bien al no luchar más para salvarla, para dejarla vivir un poco más en ese mundo del que nunca ha hecho parte. Se cuestionaba si dejarla ir había estado bien en primer lugar. Nada parecía tener sentido, nada parecía haber tenido un rumbo en ningún momento. Y cuando todo parecía confuso algo además de sus escritos y la dirección que estos habían tomado llamó su atención.

Desde la profundidad del pasillo a la que esta tenía vista desde su asiento gracias a la ausencia de pared y a la vaga división del salón basada en el muro de vidrio pudo distinguir la silueta no sólo conocida sino también soñada. Vio venir su sombra y también su aura pesada que desde la lejanía conseguía causar estragos. Rápidamente el chico se acercó y avanzó frente a su aula en donde una clase, como cualquier otra, se encontraba a la mitad. La chica, con el largo cabello cayéndole sobre el rostro, la espalda encorvada y las manos sobre el cuaderno lo vio caminar por el pasillo. Este no tardó en notar su presencia en el asiento junto al cristal y mirarla también. Siguió caminando mientras el contacto se fortalecía y cuando poco a poco el pasillo llegó a su fin este esbozó una sonrisa como las que siempre solía enseñarle.

El chico se perdió tras su espalda y ella de nuevo recobró el sentido. Volvió su vista a su libreta y con unos ojos llorosos corroboró la necesidad de los escritos, fuese cual fuese el desenlace. Porque esas palabras eran lo más cercano a su presencia.

Porque soñar es otra forma de estar contigo pero sin ti.

—•—

Tú lo harías posible,
Tú lo harías mejor.

Desencuentros; imgDonde viven las historias. Descúbrelo ahora