Capítulo 7 - La vida que se escapa ante mis ojos

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Cuando llegamos con el material médico al pueblo, tengo la sensación de que han pasado semanas

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Cuando llegamos con el material médico al pueblo, tengo la sensación de que han pasado semanas. Los soldados de la ONU comienzan a descargar las cajas para introducirlas en la farmacia del hospital, y en su ir y venir intercepto a uno para coger un frasco de morfina de la caja que transporta.

Inmediatamente me voy a toda prisa hasta la habitación del herido seguida de cerca por Blaime, pero cuando llego allí, la imagen que me encuentro me frena en seco. Chelsea junto a George, dándole la extrema unción al hombre, que ha dejado de gritar.

—Te rogamos Redentor nuestro que por la gracia del Espíritu Santo, perdones sus pecados, ahuyentes todo sufrimiento de su cuerpo y de su alma, te rogamos que lo aceptes en tu reino por tu misericordia. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

La escena golpea mi mente como un martillo, no entiendo que pasa, por qué solo rezan. Miro a Blaime, en medio de un mar de dudas para susurrar conmocionada.

—Ya no grita....

—Parece que la infección se ha extendido, es posible que las terminaciones nerviosas hayan muerto— Las palabras de Blaime me caen como un jarro de agua fría —Hemos llegado tarde, está muriendo— Me toma cuidadosamente por los hombros para sacarme de allí mientras dice con un tono de derrota en su voz —Vamos, aquí no hacemos nada— Y por un momento, en shock, obedezco dócilmente.

Hasta que una fuerza inexplicable se apodera de mí para librarme de sus manos y volver al cuarto del herido, resistiéndome a tirar la toalla.

—¡NO! Mientras yo esté aquí no lo dejare morir, no hemos arriesgado tanto para rendirnos ahora— Siento las miradas asombradas de todos puestas sobre mi, perplejos ante mi explosión de rabia, pero es así, no me pienso rendir, no lo voy a abandonar. Comienzo a ordenar el instrumental médico necesario para llevar a cabo el procedimiento mientras le hablo —Se que en tu subconsciente me estás escuchando, no pienso dejar que te rindas, mejor dicho, ¡no te lo permito! Tienes que luchar, aquí aun tienes mucho que hacer— Le susurro dulcemente, como si se tratara de mi propio padre al que tengo que cuidar. Pero cuando voy a tomar una jeringa y el frasco de morfina, Chel me detiene.

—Sheyla— Me nombra en tono firme. Conociéndola ya se lo que viene a continuación, y no quiero oírlo —Sheyla— Vuelve a insistir al ver que no le respondo —Es tarde... No se le puede operar— Eso era justo lo que no quería oír.

—Debemos hacerlo...— Respondo con un hilo de voz, resistiéndome a creer lo que dice. Pero Chel insiste.

—Es tarde. La septicemia ha afectado ya a órganos vitales, la infección se ha extendido— No puedo seguir oyéndola porque rompo a llorar. Y en ese momento, pienso que es culpa mía por no haber podido llegar a tiempo.

—Hemos tenido un accidente... No he podido llegar antes con...— En este punto a Chel le deja de importar el herido para preocuparse por lo que le acabo de decir.

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