Capítulo 24

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—¡A la mierda el récord! —exclama Hazel al apagarse la bombilla, y Jon emite una leve risa ante el comentario.

Ninguno de los dos se ha movido de su posición. Saben que no tienen nada a su alrededor con lo que tropezar, excepto sus propios cuerpos. Pero la intensa oscuridad provoca que los dos se quedan inmóviles, sintiendo la presencia cercana el uno del otro, sus respiraciones una frente a otra, sus corazones latiendo al mismo ritmo, agitado, inquieto. Permanecen así unos segundos, sin que ninguno se atreva a moverse, a decir nada.

Al cabo de esos intensos instantes, es Jon quien rompe el silencio:

—No sabía que esos mensajes eran para ti.

—¿Cómo? 

—Los mensajes, no sabía que iban dirigidos a ti. Pensé que Daniel te lo habría dicho. 

—No, no me ha dicho nada.

—Me pidió que le escribiera unos mensajes especiales para una mujer muy especial. Pero no sabía que eran para ti.

—Ah —responde Hazel sin saber qué más añadir.

—Aunque... —continúa diciendo Jon, pero deja la frase sin terminar.

—¿Aunque, qué?

—Nada.

—¿Por qué no me lo dijiste cuando os descubrí hablando en los establos?

—No me diste opción. Y era lo que quería contarte esta mañana, cuando te pedí que habláramos. Pero tampoco me has dado opción.

—Ya —acepta Hazel—: Estaba enfadada.

—Lo sé. Pero sí que accediste a hablar con Daniel. Imaginé que él te habría contado todo, pero ya veo que se ha saltado la parte en la que te decía que yo no sabía para quién escribía.

—Tienes razón. Lo siento —confiesa Hazel. 

Es tanta la oscuridad que sus ojos no se acostumbran a ella, pero eso no impide que ninguno tenga la menor duda de la peligrosa proximidad del cuerpo del otro. El más mínimo movimiento es perfectamente audible, y a Hazel le da la sensación de que Jon ha extendido una mano en busca de la suya e, instintivamente, mueve ligeramente su brazo. Un pequeño roce, provoca que ambos retiren sus manos rápidamente de nuevo.

—Y, puede que no quieras saber lo que ocurrió aquella noche con Fany, pero me gustaría contártelo —sigue diciendo Jon.

—No es necesario, Jon...

—Para ti puede que no lo sea —la interrumpe Jon—: sobre todo si quieres tener una excusa para odiarme.

—Yo no quiero tener ninguna excusa para odiarte...

—Pero ella se abalanzó sobre mí. Me pidió que la acompañara porque se sentía algo mareada. Cuando pasamos por la puerta del plató, la abrió, me empujó sobre el butacón y de inmediato se sentó a horcajadas encima de mí. Le pedí que se apartara, pero no lo hizo. Justo en ese instante, apareciste tú. 

—Ya...

—¿Me crees? —pregunta Jon. Pero Hazel tarda unos segundos en dar una respuesta, lo que provoca que él aguante la respiración. Ante su respuesta, suelta todo el aire con un leve suspiro.

—Sí, te creo.

—Gracias. Como te dije, no era lo que parecía. Y siento que presenciaras esa escena.

—Y yo siento no haberte dado la oportunidad de explicarte.

Jon vuelve a extender su mano buscando la de ella, y esta vez, ninguno la aparta cuando se encuentran. Él va ascendiendo lentamente su otra mano por el antebrazo de Hazel, quien siente cómo toda su piel se eriza con ese suave contacto. La oscuridad, la soledad, el silencio y ese íntimo momento de confesiones ha despertado unas emociones que ambos creían haber podido dejar dormidas. 

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