• Benedetti

261 4 1
                                    

Se abraza a sí misma mientras observa como el diluvio continúa cayendo en las calles frente a ella. Se resguarda mucho más en la pequeña marquesina del edificio en el intento de no mojarse con la lluvia. La larga gabardina negra que le llega hasta las rodillas no alcanza a protegerla por completo del frío por lo que esta tiembla y titila sin poder hacer algo diferente.

Esperando a que la lluvia cese Venus se mantiene muy quieta bajo aquel techo diminuto hasta que ve cómo un muchacho aparece inadvertidamente por su izquierda. Este, aferrándose a su mochila y cubriéndose con los brazos, corre con prisa hasta finalmente posicionarse bajo el toldo de cemento en donde la lluvia no lo alcanza y en donde también se encuentra ella.

Venus sube la mirada para ver al chico junto a ella que no hace más que secar su abrigo y sacudir su cabello con sus manos. Rápidamente lo reconoce y este no tarda en hacer también lo mismo, pues una vez termina su rutina de secado la observa atentamente y en silencio. Sus miradas conectadas por un palpitante instante se separan cuando esta, nerviosa, rueda los ojos hacia el horizonte. Pero ya es tarde, él ya la ha visto.

Parece que ella prefiere enfrentarse a la intempestiva lluvia que mantener la cercanía porque, por impulso, Venus se arroja hacia la calle sin deseo alguno de compartir el refugio con Aitor. Este la sigue con la mirada mientras ve cómo la chica se aleja en medio de una huída un tanto ofensiva para él por lo que no tarda en seguirla y en alcanzarla. La sujeta por el brazo agresivamente y deteniendo su paso la hace retroceder para obligarla a mirarlo de nuevo. Ya ambos completamente empapados vuelven a mirarse esta vez bajo la lluvia que no deja de caer.

—¿Qué rayos es lo que te pasa conmigo? —dice él—. Cuál es tu problema para que mojarte sea preferible a compartir el maldito techo. —La chica tiembla ante las palabras y el poderoso agarre del chico pero continúa callada—. ¿Qué es? Dime... —insiste él. Venus forcejea hasta finalmente soltarse de su agarre pero aún así no huye y continúa de pie frente a él—. ¡Contéstame! —dice Aitor acercándose mucho más a ella y sin quitarle la mirada de encima ni por un segundo—. Si no vas a hablar conmigo entonces házmelo saber de alguna forma...

Venus sube la mirada sumida en su actitud temblorosa y dudosa pero finalmente lo escucha. Casi sin pensarlo la chica clava la mirada en la boca del muchacho y observa tímidamente sus labios. Aitor se percata de esto y entiende, sin necesidad de muchas palabras, el verdadero problema. Él hace lo mismo y la observa de la misma forma. La chica se mueve lentamente frente a él y este, tal vez ansioso o curioso, termina aproximándose más rápido y atrapando su rostro. Ambos se acercan hasta que finalmente sus labios terminan besándose entre el húmedo ambiente de la tormenta.

Ya no es necesaria la voz escondida en el llanto, la voz que no quiere cantar, la que no contesta ni cuando es preguntada. Ya no es importante su quebranto si se acogen los labios.

Microcosmos; ftsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora