Parte 43

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Corrí a mi habitación como si eso fuera a solucionar algo, como si pudiera huir de aquello. Apolo me siguió y se apoyó en el umbral de la puerta. Le supliqué con la mirada que me dejara sola, pero él no parecía muy interesado en mí sino en mi cuarto.

—Cielo, puede que tu sobrina sí sea una gorgona. Esto parece la cueva de una de ellas. Mira, incluso ha construido un nido —señaló un montículo de ropa que medía casi un metro—. Se está preparando para poner huevos.

Mi tía le agarró de una oreja y se lo llevó de vuelta al salón. Cuando volvió para cerrar mi puerta me pidió con un hilo de voz que descansara un poco.

En cuanto me quedé sola me lancé sobre las cajas donde aún tenía guardadas mis cosas del pueblo. Cuando me preguntaban "¿Qué salvarías de un incendio?" siempre respondía que salvaría mi móvil. Pero en ese preciso instante, cuando supe que lo había perdido todo, me puse a rebuscar desesperadamente hasta que encontré una vieja tortuga de peluche que resultó ser mi mayor tesoro. La abracé y me metí con ella debajo de la cama.

Mi madre me había regalado ese peluche cuando tenía diez años. El día que me lo dió lo desenvolví de mala gana y se lo tiré a la cabeza. Estaba furiosa con ella, le habría tirado cualquier regalo, incluso si hubiera sido la moto que llevaba meses pidiendo. Me habían dicho hacía pocos días que mi madre se iría a China a trabajar y no la vería en muchos meses, y yo estaba muy enfadada con ella. No le hablaba, destrocé sus productos de maquillaje y derramé aceite en su maleta. Mi abuela nunca me regañó tanto como el día que le tiré a mi madre la tortuga. Mientras abrazaba aquel peluche recordé lo triste que estaba en aquella época. Ahora que sabía a dónde iba mi madre todo tenía sentido.

En cuanto mi madre se marchó me arrepentí de haberla tratado mal y no me despegué de aquella tortuga hasta que regresó meses más tarde. Dormía con ella, la dejaba en el baño mientras me duchaba, la llevaba hasta a clase. Como los demás niños me la intentaban quitar la llevaba escondida debajo de la ropa, en la tripa, y les decía que tenía muchos gases.

Ahora podía perder aquella tortuga en cualquier momento, bastaba con que alguien me la pidiera. En cualquier momento podían quitarme mi móvil, mi ropa... había perdido mi intimidad. Me había perdido a mí misma.

Estaba tan aterrada que no podía ni llorar. Tenía tantos miedos y preocupaciones en la cabeza que era incapaz de pensar en nada. No supe cuánto tiempo había pasado encogida debajo de la cama, abrazando a la tortuga, cuando mi tía se tumbó a mi lado y me alcanzó uno de los cojines nuevos.

—Ponte esto debajo de la cabeza, la tienes que tener en alto.

—¿Vas a burlarte de mí por estar debajo de la cama? —me costaba hablar por el nudo de rabia que se me formó de repente en la garganta.

Ella miraba fijamente a las lamas del somier de mi cama como si fueran a darle la respuesta.

—Llevo siete años debajo de la cama y no tengo ni la mitad de tus problemas, así que...

La noté tan triste, tan desamparada que me sentí menos sola en mi agujero.

—Apolo se ha ido. Me ha prometido que buscaría a Atenea. Cree que ella podría darnos alguna solución —suspiró—. No te voy a engañar. Hace años que nadie localiza a Atenea y, según mi experiencia, es posible que no pueda hacer nada por ti.

Rompí a llorar.

—¿Qué haré si alguien me pide... me pide lo que Apolo...?

—Él cree que no todo el mundo tendrá la misma influencia sobre ti, que no es igual la orden de un mortal que la de un dios. Además, te has venido corriendo en cuanto él se ha alejado un poco, no parece algo perpetuo. Pero tienes motivos para estar asustada. Yo estoy asustada.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora