• Posteguillo

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No distingue lo que lo mueve por el mundo, como muchos, pero continúa en movimiento hacia el horizonte desconocido de ilusiones marchitas. Avanza a través de las afiladas ramas que atesoran la desgarrada tela de sus ropas allí abandonada en sus anteriores trayectos. Recorre por vez milésima el sendero impedido en busca de aquello que se ha escapado de su conocimiento pero no de sus pies.

Entre los intentos fallidos, los pasos vacilantes, los encuentros pospuestos, los acercamientos insuficientes y los casi roces, ahora materializados en arbustos que frenan su paso, Aitor avanza hacia ella. Había dejado su casa del otro extremo del camino en vista de que lo que esperaba, aún sin conocer su naturaleza, había tardado eternamente en aparecer. Sabe que algo yace del otro lado de la senda y con todo e infortunios no retrocede.

Poco a poco la herbácea que lo rodea y que lo abruma se apacigua abriéndole paso hacia su destino. Aitor se arroja hacia la salida de aquel eterno laberinto para encontrarse con una sublime figura frente a él. Klau yace inmóvil, atornillada y fija al verde suelo húmedo y fértil que siempre fue incapaz de abandonar. La chica, después de años de rehusarse a avanzar hacia él, ahora no es más que una estatuilla perfectamente esculpida y carente de vida que adorna aquel inmenso e inhabitado lugar cómplice de un encuentro no consumado.

Aitor ve simplemente eso, aquella figura de piedra que casualmente posee las facciones que guardaba en su imaginario y se convence de que aquel extremo nunca tuvo nada para él. No sabe de la existencia de Klau ni de su nuevo estado y nada le queda más que hacer que retornar a la esfera de su propia realidad.

La chica, atrapada en aquel recipiente sólido en el que se ha tornado su exterior ante su incapacidad humana para perseguirlo, lo ve partir una y otra vez, y ahora, a siglos de aquel tormentoso pero palpitante pasado, se repite que la vida es corta y que como los sueños se desvanece.

Microcosmos; ftsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora