Parte VI: BAJO AMENAZA - CAPÍTULO 83

63 10 2
                                    

Al salir al pasillo, Lug, Liam y Cormac prácticamente se chocaron con la mujer de las escaleras, que se había atrevido a acercarse a la habitación al ver al guardia desvanecido en el suelo.

—Ustedes... ¿Ustedes son amigos de Yanis? —preguntó la mujer, tartamudeando nerviosa.

—Sí —respondió Cormac—. ¿Puedes llevarnos con él?

—Por aquí —asintió la mujer, invitándolos a seguirla con un gesto de la mano—. Hice todo lo que pude —se excusó—, pero lo que le hizo Ileanrod está más allá de mis habilidades como Sanadora.

—¿Ileanrod? —inquirió Lug mientras seguía a la mujer de cerca.

—Ese es su nombre, su nombre verdadero. Nicodemus es solo un nombre que usa para relacionarse con los humanos —respondió la mujer.

—¿Y tú? ¿También eres de los de la raza de Arundel? —preguntó Lug.

—Sí, soy uno de los sylvanos, esa es nuestra raza. Mi nombre es Irina.

—¿Por qué estás ayudándonos, Irina?

—Soy una Sanadora —contestó ella—. En mi profesión, no importan las razas. Mi vocación es sanar a otros, y si no puedo hacerlo, trato de encontrar a alguien que sí pueda.

—¿Trabajar para un torturador no está reñido con tu vocación? —la cuestionó Liam.

—No trabajo para Ileanrod, trabajo para mis pacientes —replicó ella, molesta—. ¿Qué sería de los torturados sin mí?

—Sanarlos solo prolonga su agonía, para eso te está usando Ileanrod —replicó Liam—. Tu justificación suena como un pobre autoengaño.

—Puede ser —admitió la Sanadora—, pero en mi posición, no tengo otra alternativa. He visto lo que Ileanrod hace con los que tratan de abandonar su facción. Valoro demasiado mi vida para correr ese riesgo.

—Y, sin embargo, lo estás corriendo por Yanis —intervino Lug.

—Si he de ser sincera, no lo estoy haciendo por Yanis.

—¿Oh?

—Sé bien quién es usted, sé que mi única posibilidad de sobrevivir en los eventos que se aproximan es ayudarlo a usted y a su grupo —explicó ella.

—Entonces, ¿solo estás haciendo esto para ganarte nuestra confianza? —inquirió Liam.

—Estoy haciendo esto porque es en lo que creo —respondió ella con firmeza.

—Lug —dijo Liam—, ¿podemos confiar en esta mujer?

—Sí —respondió Lug, que venía leyendo los patrones de Irina desde su contacto con ella—. Está diciendo la verdad.

Liam y Cormac asintieron satisfechos y continuaron su marcha por los pasillos subterráneos, siguiendo a la Sanadora sin protestar más ni cuestionar sus motivos. Pronto, llegaron a una habitación vigilada por un guardia.

—¿Irina? ¿Qué sucede? —preguntó el guardia a la Sanadora mientras recorría al grupo con una mirada suspicaz.

—El Ovate encontró Sanadores más hábiles que yo. Piensa que ellos pueden ayudar al prisionero. Me ordenó guiarlos hasta aquí —mintió ella con facilidad.

El guardia no le creyó. Desenvainó su espada y cuando la levantó en amenaza, Lug hizo un gesto rápido con la mano y el guardia simplemente cayó desvanecido. De inmediato, Irina se arrodilló junto al guardia caído con preocupación.

—¿Qué le hizo? —le dirigió una mirada de reproche Irina a Lug.

—Solo está dormido —explicó Lug—, igual que el otro. Estará inconsciente por un ciclo de sueño, unas seis o siete horas.

—¿Y su mente? —lo cuestionó ella.

—Su mente está bien, no la he tocado —aseguró él.

Ella apretó los labios, dudando. Finalmente, decidió confiar en la palabra de Lug. Tomó la llave de la puerta del bolsillo del pantalón del guardia y abrió la puerta de la habitación. Yanis estaba tendido en una cama, con la mirada perdida, clavada en el techo.

—¡Yanis! —corrió hacia él Cormac—. ¿Cuánto tiempo hace que está así?

—Muchos días —suspiró Irina—. Su cuerpo funciona, pero su mente está ida. Es difícil incluso alimentarlo.

—Déjame examinarlo —le apoyó una mano en el hombro Lug a Cormac.

Cormac se apartó y dejó que Lug se sentara en la cama junto al monje. El Señor de la Luz le apoyó una mano en la frente y cerró los ojos.

—¿Y? —inquirió Cormac con ansiedad cuando Lug volvió a abrir los ojos.

—Su mente fue forzada a entregar información que Yanis estaba protegiendo. Los patrones mentales están bastante dañados.

—¿Puede hacer algo por él? —quiso saber Irina.

—Tal vez. Si su cuerpo todavía funciona, significa que su cerebro no está del todo destruido —respondió Lug—. Haré lo que pueda, pero necesito tiempo y tranquilidad para poder concentrarme.

—Liam y yo cuidaremos la puerta —resolvió Cormac—. Nadie entrará en esta habitación a molestarte.

Liam asintió su acuerdo y los dos salieron de la habitación. Irina cerró la puerta con llave por dentro y se quedó parada en un rincón, observando a Lug con interés. Lug estuvo un buen rato estático, con los ojos cerrados y una mano apoyada en la cabeza de Yanis. Unió patrones cortados, devolvió la luz a patrones apagados, aplicó energía a todo el sistema para revitalizar las corrientes mentales. Las áreas de memoria habían sido especialmente dañadas, pero Lug restauró con paciencia todos los secretos que Yanis había guardado por muchos años, los secretos que Ileanrod había forzado a salir, a ser entregados en contra de la voluntad del monje.

Cuando Lug finalmente despegó la mano de la frente de Yanis y abrió los ojos, Irina notó que el paciente cerraba los ojos y dejaba salir un largo suspiro. La respiración de Yanis se hizo más tranquila, su cuerpo se relajó.

—Se ve pálido —le dijo Irina a Lug—. ¿Se encuentra bien?

—Bien —dijo Lug con voz ronca—. Tal vez un poco de agua...

Irina fue hasta una mesita donde había una jarra y un vaso y le sirvió agua a Lug.

—Gracias —asintió Lug, tomando el vaso y bebiendo despacio.

—¿Logró sanarlo? —preguntó ella.

—Eso creo —asintió él—. Veremos el resultado cuando despierte. Por ahora, necesita dormir para que las reparaciones se consoliden.

Irina sonrió, complacida.

—Déjalos entrar —señaló Lug la puerta.

Irina corrió a la puerta y la abrió.

—Yanis estará bien —anunció a Cormac y a Liam.

Los dos entraron y vieron a Yanis durmiendo plácidamente. Lug estaba sentado en una silla y se lo veía muy cansado.

—¿Estás bien? —preguntó Cormac, preocupado.

—Bien, no te preocupes por mí —aseguró Lug.

—Debemos salir de aquí —dijo Cormac.

—No podemos someter a Yanis a un teletransporte en su estado. Debemos esperar a que despierte —dijo Lug.

—¿Cuánto tiempo?

—No mucho, media hora, una hora como máximo, espero.

—Una hora es mucho tiempo —opinó Liam.

—¿Mucho tiempo para qué? —dijo una voz desde la puerta.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora