Capítulo 1.

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MI NOVIO ES STRIPPER


Cinco meses después... 



—Pareces nerviosa, cariño —mamá cogió aire antes de golpear la puerta. Por mucho que intentara fingir que todo estaba bien, a ella le costaba estar delante de mi padre cuando los dos solo se habían limitado a hablar por teléfono después del divorcio.

De mis labios salió una sonrisa divertida.

—Podría decir lo mismo de ti —mis piernas me temblaban. No quería mirar por encima del hombro, y encontrarme con la puerta equivocada. —Nunca me dijisteis la verdadera razón por la cual os separasteis. Tengo una edad, y hace tiempo acepté que vosotros dos no estáis juntos.

Torpemente se arregló la larga trenza que le caía sobre el hombro. Su cabello rubio oscureció cuando nos adentramos en el edificio. Esos ojos verdes que destacaban por las pestañas, parecían más tristes de lo normal.

—A veces la llama del amor se apaga —tocó mi mejilla. —Tienes tantas cosas que aprender, Freya. Nunca tienes que temer a enamorarte. El amor es magnífico. Podrías gritarlo con una estúpida sonrisa en los labios, y nunca lo dejarías de lado.

Quería preguntarle si estaba preparada para conocer a otro hombre y enamorarse de nuevo, pero su dedo fue más rápido que mis palabras, y presionó el timbre de la puerta.

Unos acelerados pasos corrieron por el pequeño comedor del apartamento, y un hombre, con el cabello oscuro y unas cuantas canas a los laterales, nos dio la bienvenida con una enorme sonrisa. Papá ni siquiera había terminado de vestirse; llevaba la camisa abierta; el cabello sin peinar; y solo un zapato cubría uno de sus pies.

—P-Pero, ¿qué hacéis aquí? Estaba a punto de ir a buscaros al aeropuerto —miró a mamá, casi con la misma ilusión como cuando estaban juntos. — ¿Ninguna de las dos tuvo tiempo de llamarme?

Si seguía alzando tanto la voz, mi corazón explotaría.

Presioné mi pequeña mano en su pecho, y con un rápido empujón, nos colamos los tres en el interior del hogar. La casa seguía con la misma decoración de siempre, e incluso con todo ordenado. El médico de familia, no tenía mucho tiempo de cuidar del apartamento, pero sí que cuidaba los mínimos detalles que lo dejaban como un hombre ordenado.

Mis propias manos soltaron cada maleta que sostenía, y aceleré los pasos delante del sofá. Me dejé caer junto a un bostezo saliendo de mis labios. Había dejado a mis padres solos, sin darme cuenta.

—Me alegro de verte. Tienes el cabello más largo —estaba tan concentrado en alagar a mi madre, que no se dio cuenta que los zapatos descansaron sobre su cojín favorito. —Y estás más morena.

—Tú también estás muy bien — ¿eso era un matrimonio roto? Nadie se lo creía. —Tenía que haberte llamado antes de venir aquí. El vuelo se adelantó, y Freya...

Di unas palmadas.

— ¡Error mío! Lo siento—alcé la voz.

Ambos rieron.

—Eres bienvenida, Lindsey.

Eso era un gran paso.

Al parecer, la supuesta llama del amor, seguía muy encendida.

Quedé de rodillas sobre el sofá, mirándolos casi sin disimular que los miraba directamente. No dejaban de mirarse sonrientes. Ni siquiera pestañeaban. Se notaba que se alegraban de verse.

—De aquí ya he acabado —una voz salió de mi habitación. Lo peor de todo, es que la conocía. —Peter no está dispuesto a venir en navidad. ¡Oh! Hola.

Antes de que sus azulados ojos detectaran que estaba allí, salté del sofá para esconderme. Él, solo había visto a mi madre. No dudó en presentarse con educación.

—Hola —mi madre parecía nerviosa. — ¿Y tú eres...?

—Soy Ethan —no me gustó ese tono. Pero el ser stripper, parecía que la profesión la llevaba en el corazón. Seducir. Conquistar. Y enamorar. —Usted deber ser...—calló por miedo. —Debe ser...

—La madre de freya.

Como un gato asustado, miré sin ser descubierta.

El rostro de Ethan cambió. La sonrisa se esfumó, y sus ojos casi se cerraron por unos segundos.

De repente, empezó a buscar por todos lados.

Mis padres se habían olvidado de mí, menos él.

—Bueno, —pasó por delante de ellos—tengo que irme. En unas horas tengo que salir a trabajar. Un placer —se despidió de mi madre.

—Igualmente, Ethan.

Cerré los ojos sabiendo que no me reencontraría con él. Hasta mi corazón se relajó al sentirlo algo lejos. Quedé sentada contra el sofá, y al intentar levantarme, su voz estalló en mis oídos.

—Hola, enana —estaba delante de mí. — ¿Me has echado de menos?

«Por todos los duendes del mundo.... ¡sí!» —Pensé.


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