Capítulo 10 - Decisiones y consecuencias

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Nunca pensé que desearía tanto volver al pueblo y perder de vista a Blaime

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Nunca pensé que desearía tanto volver al pueblo y perder de vista a Blaime. El camino de vuelta transcurre en el más absoluto e incómodo silencio. Cuando llegamos deja el jeep frente al cuartel, y en cuanto desciende del vehículo, un grupo de críos se le acercan con un balón, gritando su nombre para que juegue con ellos. Responde acariciando todas y cada una de sus cabecitas con una dulce expresión en su cara mientras les dice algo en kinyarwanda.

En este momento ya no es el león despiadado que me atacaba hace un momento, y viendo ese cambio en él, no puedo evitar preguntarme ¿Cómo puede ser tan tierno con los críos, pero a la vez tan cruel conmigo? ¿Es que acaso es personal? Y lo mejor de todo, ¿por qué me importa lo que piense de mí este cavernícola imbécil que o está callado todo el día o habla a gritos?

Pues porque me gusta este cromañón... no puedo engañarme a mi misma, por alguna razón me atrae, esa mirada triste, esa faceta paternal y dulce, esa fortaleza, y cuando no está gruñendo, me siento a gusto en su compañía. Pero a juzgar por su comportamiento, no parece algo mutuo.

Estoy a punto de largarme, de poner tierra de por medio entre él y yo, cuando me detiene, agarrándome de un brazo.

—¿A donde va, doctora?— Inquiere con un tono autoritario.

Bajo la vista hasta la mano que sujeta mi brazo antes de mirarlo directamente a los ojos, aún furiosa por el sermón de hace apenas una hora.

—Tengo que ir al hospital— Replico cortante.

Me devuelve la mirada con una sonrisa torcida para responder.

—Yo también— Y sin soltarme del brazo me lleva casi arrastras al hospital.

Una vez allí, entramos en el pabellón de los más graves, donde el olor de las heridas y el calor, amortiguado por el del antiséptico casi me marea. Y sin soltarme me hace desfilar por el pasillo que hay entre las camas donde permanecen pacientes, víctimas de mutilaciones o lesiones graves, mientras va diciendo:

—¿Ves al paciente de esa cama?— Señala a un hombre que tiene casi todo su cuerpo vendado, apenas se le ve la cara. No espera mi respuesta —A ese hombre lo trajimos después de que hubieran incendiado su casa. Su mujer y sus siete hijos murieron calcinados— Continua —¿Y aquella mujer? ¿Sabes cual es la historia de aquella mujer? Seguro que no. A esa mujer la violaron entre 7, y no contentos la cosieron a machetazos, la dieron por muerta, por eso está aquí. Ha perdido un brazo y la visión de un ojo. Su marido no tuvo tanta suerte. ¿Y ves a aquella chica? Aquella chica tuvo que presenciar como mataban a sus dos hijos pequeños a pesar de haberlos intentado proteger con su propio cuerpo haciendo de escudo. Las heridas de su espalda eran terroríficas cuando la encontramos— La mirada de la mujer es la de un ser sin vida, carente de todo tipo de emoción.

Se me ponen los pelos de punta con las historias de cada una de estas personas, que yacen en sus camas como cascarones vacíos a los que les han arrebatado el alma. Vidas que si continúan, tendrán que hacerlo con el más desgarrador de los dolores que es el de haber perdido lo que más amaban.

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