Una Tzitzimime mas...

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Tzitzimime era el nombre de los demonios femeninos estelares que anhelaban la muerte del sol.

Seres maliciosos con insaciable sed de sangre.

Sus miradas eran sombrías, como si vieras a través de un profundo abismo causando inquietud en el corazón de los débiles.

Sus cuerpos eran notoriamente esqueléticos solo cubiertos con piel pálida como el papel.

Los cuatro dedos de sus manos poseían largas y filosas uñas teñidas de rojo, dicho color lo consiguieron gracias a sus incontables víctimas.

Las tzitzimime de naturaleza y costumbres crueles se satisfacían de mostrar grotescos accesorios en sus vestimentas que eran corazones y manos humanas.

Huitzilopochtli, señor de la guerra que destacó desde su nacimiento.

Cada amanecer se encargaba de derrotar a estos demonios para asegurar el nacimiento del sol.

En sus tiempos de apogeo las derrotaba fácilmente viéndose magnifico y heroico con sus prendas color blanco.

Reluciendo el azul brillante de su piel y la capa roja detrás suya ondeándo con elegancia.

Cuando los músculos de sus brazos resaltan al momento de dar un ataque certero cualquiera quedaría cautivado al instante.

Derritiendo el corazón de quien que viese como su ceño se fruncía y aquellos ojos serios de color rojo desprendían calurosa ira.

Nunca dejo de verse heroico ni faltó a su importante trabajo aún pese la deprimente llegada del olvido.

Jamás quiso hablar ni que las demás deidades sospecharan de su condición.

Que al pasar de los siglos cada vez se sentía más cansado y les costaba acabar con ellas, callo no por vergüenza sino que no quería alarmante a nadie y menos a su madre.

Los ataques eran más agresivos durante los eclipses pues ahí es cuanto toda la horda de tzitzimime se reunian a atacarlo junto a los cuatrocientos Surianos.

Pero llego un día donde sus manos temblaron al empuñar a Xiuhcoatl, la serpiente de fuego su más fiel arma.

No por miedo sino por la debilidad física que lo estaba acabando.

Siglos olvidado y sin recibir adoración cobraron su precio.

Aunque la mirada de su rostro seguía fría y su cuerpo no mostraba debilidad alguna, eso era solo el exterior.

Antes del nacimiento del sol, durante la madrugada, a duras penas logro vencer a los cuatrocientos Surianos.

Les daba mérito por persistentes, cuando suspiro agitado y creyó que su trabajo de hoy había terminado  fue emboscado.

Había olvidado algo de extrema importancia por completo que el día de hoy.

Hoy habria un eclipse solar.

Estaba agotado, su caliente respiración se encontraba irregular y sus brazos dolían.

Se repitió en silencio varias veces que asegurar la vida del sol era su más importante deber y no debía dar un paso hacia atrás.

Tras soltar un cansado y largo suspiro se colocó en posición para pelear mirando a las féminas fijamente.

Había nacido para pelear, así que haría lo mejor que sabe hacer.

La furiosas Tzitzimime no dudaron en lanzarse a decorar con profundos rasguños el cuerpo del dios de la guerra.

Mentalmente se decía que no podía dejarse vencer y debía mantener a la multitud lejos de la llegada del Sol, pero un último golpe inesperado a su desgastado cuerpo lo obligo a caer pesadamente de rodillas al suelo.

La sangre caliente que expulsaron sus labios mancharon el suelo, apretó a Xiuhcoatl tan fuerte en su puño que sus venas se sobresaltaron.

Al voltear lentamente se encontró con una mirada intensa de alguien que no se trataba de una Tzitzimime dejándolo completamente desconcertado.

¿Porque lo había atacado?

No negaba que se había vuelto lento, tanto que no pudo esquivar el ataque de alguien inferior a él.

Él señor de la guerra por primera vez probo la derrota y lo gracioso fue por un mísero golpe en la espalda.

Ambas intensas miradas se encontraron, los orbes rojos se toparon contra unos dorados y el fuego en ellas era notorio.

No hubo palabras de desprecio ni explicación alguna de sus despreciables actos simplemente de ver esa miserable vista del dios de la guerra le dio la espalda para alejarse, freferiria ver desde la distancia este acontecimiento.

Las Tzitzimime soltaron unas maliciosas risas mientras rodeaban a Huitzilopochtli para abalanzarse sobre esté.

Durante los últimos minutos del enfrentamiento lograron arrebatarle a huitzilopochtli su precisada arma xiuhcoatl de las manos no duro mucho en posición de las Tzitzimime.

Xiuhcoatl era un arma con pensamiento propio al no ser sostenido por su verdadero amo ardio en candente fuego provocando insoportable dolor al extraño que lo sostenía. El arma cayó al suelo y ninguna de las féminas se atrevió a tocarlo nuevamente, esta arma tomo forma de serpiente y se arrastró lejos aprovechando que las féminas se negaban a capturarlo.

El cuerpo moribundo del dios de la guerra fue arrastrado por todas las tzitzimime hasta los límites de los cielos para lanzarlo.

La caída de los cielos hasta el Tlaltipac sería completamente tortuosa, una deidad con tan poco Tonalli en su cuerpo y sin protección de su arma como la que está viviendo Huitzilopochtli, no sobreviviría.

La multitud de féminas vieron hasta que perdieron de visita la silueta del dios de la guerra como caída al tlaltipac, con el dios de la guerra su más grande impedimento al fin muerto se fijaron en su segunda víctima.

Él apuesto hombre de cabellos dorados que poseía una mirada aterrada, el sol.

Quien tan pronto despertó de su sueño solo se había quedado mirando desde su carruaje sin entrometerse ni tratar de ayudar al dios de la guerra.

Tonatiuh sin la protección del Huitzilopochtli estaba en notable desventaja ya que era un inútil.

Durante la llegada de la tranquila noche Tonatiuh fallecía, recorría el Mictlan en su carruaje que era empujado por un sirviente durante la noche y en el transcurso de la mañana "volvía a nacer".

Pero le tomaba tiempo recuperar su resplandeciente fuerza, así que cuando logró que sus piernas dejaran de temblar y comenzarán a correr el enjambre de Tzitzimime fueron detrás de él y las huesudas manos lo capturaron.

Sus afiladas uñas se enterraron de forma dolorosa en su piel, desgarradores gritos del sol suplicando ayuda se escucharon por mucho tiempo antes de que todo quedara en silencio.

Cuando las féminas se alejaron del cuerpo ensangrentado de cabellos dorados lo miraron por un rato hasta que este comenzó a retorcerse y a convulsionar toscamente.

Al incorporarse el cabello cubría su rostro por completo, al azar el rostro pronunció un fuerte y temible rugido que fue acompañado por rugidos de bienvenida las demás tzitzimeme.

¿Que pasa cuando un sol muere en manos de una tzitzimeme?

No sé extingue sino que se convierte en una Tzitzimime mas.

La caída del Quinto Sol.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora