68. El rojo también es el color del atardecer

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68. El rojo también es el color del atardecer.

IVANNA

Seguidamente de abrir los ojos y terminar de despertar, aprovechando que no veo a Luca en el sofá ni lo escucho en el baño, me apresuro a alcanzar mi bolso, rebuscar dentro y sacar mi teléfono.

21% de batería.

No lo he puesto a cargar en todo un día y, todavía peor, no lo reviso desde ayer por la mañana que me retorcía del dolor en el aeropuerto. Dos llamadas perdidas de Pipo, cuatro de Doble R y seis de Marinaro lo confirman.

¿A dónde llamar primero?

Me toma segundos decidirme por Pipo. De todas formas, es quien más lejos se encuentra y no es la primera vez que hago esperar a Doble R o a Marinaro.

—¡Por fin! —exclama Pipo, feliz; imitando el sonido de tambores.

—¿Llegaste?

—No. A medio vuelo decidí que mejor iba a pensar en mí y persuadí al piloto de desviarse hacia París.

«Sí, supongo que fue una pregunta estúpida».

—No estoy para bromas —hago a un lado el bolso y dejo salir un suspiro prolongado—. Debo aprovechar para hablar ahora que Luca no está cerca.

—¿No estás tomando el sol en la playa?

—No. Ayer por la mañana empeoraron mis dolores gástricos.

—Ajá.

—Luca me encontró así en plena sala de espera; me consiguió té, llamó a mi seguro, habló con el personal del vuelo e hizo que al llegar a la isla una ambulancia me esperara afuera del aeropuerto y me trajera a una clínica.

—Mi robiol de cabello de ángel.

—Y... pasó toda la noche aquí conmigo.

—Me lo cuentas y me siento como si la mismísima Elaine Paige me cantara Memory al oído. Ahora imagínate tú.

Pipo tararea la canción.

—Pipo...

—Que los vestidos de las damas de honor sean rojo grosella revestidos con chiffon; y que lleguen hasta la rodilla, porque estoy seguro de que Alex y yo nos veríamos maravillosos con un tocado de flores en la cabeza, escote strapless y zapatillas Manolo Blahnik.

—Pipo... —Me inclino hacia adelante y, cansada, llevo una mano a mi frente.

—Y tu vestido debe ser un Alexander McQueen mitad encaje...

—Filippo —Lo corto de una vez por todas.

—¿Qué pasa?

—Tengo seis llamadas perdidas de Marinaro.

—¿Y?

—Filippo.

—¿Desde cuándo te importa que una de tus aventurillas sepa de otra? —Debe elevar su voz al hablar y esta se interrumpe, por lo que asumo camina en medio de un lugar muy concurrido.

—La noche que Isabella murió Marinaro y yo hablamos le hice ver que no me conviene que en Doble R piensen que tengo una relación con Luca. Ya sabes lo demás.

—Dirás que formalizaste con él.

—Y se supone que vine aquí a aclarar mi sentir respecto a Luca. Y...

—El niño te lleva a un hospital en lugar de permitir que te mueras. Pero todo dependerá de cuánto te cierres a... él. Eres buena con eso.

—Sí.

El asistente ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora