68

63 22 25
                                    

Acercándome por detrás de ellos, apoyé una mano en el hombro de cada uno y esperé a que se dieran vuelta. Lo hicieron en espejo, totalmente sincronizados, y me pregunté qué se sentiría conocer y querer tanto a otra persona como para ser capaz de hacer aquello de forma inconsciente.

—Elba, Lazo, está bien —les dije, imitando aquel gesto con la boca que tanto parecía calmar y alegrar a los humanos—. Déjenme ir con ellos, tal vez así consiga lo que busco.

Y ahí estaba esa pequeña partecita dentro mío que albergaba la esperanza de que algo bueno saldría de todo aquello.

Los dos hermanos, con los ojos llorosos, se me tiraron encima para abrazarme. No quise soltarlos.

Cómo morir y no iniciar una guerra en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora