Parte VII: BAJO CUSTODIA - CAPÍTULO 95

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CAPÍTULO 95

Estoy aquí —dijo Dana mentalmente—. ¿Me escuchas?

Perfectamente —le respondió la misma voz de antes.

¿Lug?

Sí, soy yo —había alegría en la voz de él—. No puedo creer que lo haya logrado. Por un momento, pensé que me habían engañado, pero el Óculo funcionó.

¿Qué es el Óculo?

Larga historia. ¿Todos están bien? ¿Augusto? ¿Bruno? ¿Sabrina?

Todos estamos bien —confirmó Dana.

Excelente. Escúchame bien porque no sé cuánto tiempo podré sostener este canal —la urgió Lug—. Hay una forma de sacarlos de la trampa del Bucle en la que están atrapados, pero para eso, deben encontrar una columna de roca. Se supone que es bastante conspicua. ¿Entiendes de lo que te estoy hablando? ¿Has visto algo así en el lugar?

Sí, pero Lug...

No, no, escúchame: deben mantenerse en contacto físico con la roca, de otra forma, no podré rescatarlos.

Lug... —lo volvió a interrumpir ella—. No estamos en el Bucle. Estamos en Arundel.

—¿Qué?

—Sabrina encontró la forma de sacarnos de la trampa y traernos hasta Arundel.

Lug guardó silencio por un largo momento, sin saber qué decir.

Lug... —recomenzó ella—. Sé que piensas que tú abriste este canal, pero no fue así. Fui yo, y no estaba tratando de comunicarme contigo sino con alguien llamado Iriad.

Lug siguió sin contestar a causa de su desconcierto.

—¿Estás segura? —atinó a decir al fin la Llave de los Mundos.

—confirmó ella.

Algo está mal.

—Sí —volvió a asegurar ella.

¿Qué...?

—Lug, hazme un favor, abre los ojos —le pidió ella.

No, temo que si abro los ojos perderé la concentración y con ella la comunicación contigo —se negó él.

Lug, hazme caso, abre los ojos —insistió ella.

Lug abrió los ojos. Después de un momento interminable, pudo enfocar la vista y lo primero que vio fue el rostro de Dana sobre él.

—¿Qué...? —articuló Lug con dificultad. Sentía como si su garganta no fuera la de él, como si su lengua fuera ajena, como si sus labios no estuvieran acostumbrados a las órdenes de su mente.

—Tranquilo —corrió hacia él Augusto al ver sus descoordinados movimientos tratando de incorporarse.

Lo sostuvieron entre Dana y Augusto y lo ayudaron a sentarse en la camilla.

—Iriad, ¿cómo te sientes? —se acercó Meliter.

Lug lo miró como si le estuviera hablando en otro idioma:

—¿Dónde estoy? —preguntó, mirando en derredor.

—En tu alcoba —le respondió Meliter—. ¿Recuerdas lo que pasó?

—Creo que Iriad está un poco desorientado —intervino Dana rápidamente—. Tal vez lo mejor sea que lo ayudemos a acostarse en su cama. Debe descansar.

Meliter asintió y ayudó a Lug a ponerse de pie. Lug miró a Dana, confundido. ¿Por qué ella lo había llamado Iriad? Su mirada fue atraída por sus pies descalzos sobre la suave alfombra. Aquellos no eran sus pies. Se miró las manos y tampoco las reconoció. Se palpó el rostro...

—Un espejo... —balbuceó, tragando saliva.

—¿Qué? —inquirió Meliter.

—Un espejo, necesito un espejo.

Augusto cruzó una mirada preocupada con Dana, pero ella solo apretó los labios e ignoró la pregunta en los ojos de él.

—Por supuesto, ¡un espejo! —ordenó Meliter a uno de los guardias, que salió corriendo a buscarlo.

Cuando se lo trajeron, Lug se incorporó en la cama donde lo habían acostado y tomó el marco ovalado de madera del espejo con las dos manos con premura.

—Tranquilo —le susurró Dana al oído, apretándole el hombro para mostrarle su apoyo.

Al ver aquel rostro avejentado de cabellos blancos y larga barba, Lug palideció y las manos le temblaron. ¿Cuánto tiempo había pasado? No, no, ese no era él. Pero conocía ese rostro, lo había visto antes... Y de pronto recordó: era el rostro del anciano que había visto al tocar el Óculo. Lug bajó el espejo, despacio. No entendía bien lo que estaba pasando, pero sospechaba que Dana sí lo sabía. Pero Dana lo había llamado por otro nombre ante los demás, lo que significaba que no podía revelar su identidad ante aquel grupo de extraños.

—Necesito... —comenzó Lug—. Necesito hablar a solas con Dana y Augusto —dijo lentamente.

Meliter no pareció muy complacido con el pedido, pero asintió con reticencia e hizo una seña a los guardias para que los dejaran solos.

—¿Quieres explicarme lo que está pasando? —cuestionó Lug a Dana ni bien se cerraron las puertas de la habitación.

—Aparentemente, tu mente está en el cuerpo del Druida Mayor de Arundel. Su nombre es Iriad —respondió ella.

—¿De qué estás hablando? —intervino Augusto—. ¿Quién es él?

—Este es Lug —suspiró Dana.

—¡Lug! —exclamó Augusto con la boca abierta—. ¡¿Cómo...?!

—No tengo idea —respondió ella.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora