Capítulo 13 - Juzgar desde la distancia

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En los días sucesivos, hago todo lo posible por no cruzarme con Blaime

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En los días sucesivos, hago todo lo posible por no cruzarme con Blaime. Cuando él entra yo salgo y no le dirijo la palabra ni siquiera para decirle buenos días. Pero viviendo en el mismo pueblo, compartiendo barracón, cuarto de baño y zonas comunes, el no coincidir se convierte en una misión imposible. Y esto es algo que no se le pasa desapercibido a Chel, aunque no diga nada. Hasta que llega un momento en el que la tensión se vuelve muy evidente.

Sucede una tarde en la que estamos las dos intentando poner en marcha un compresor para los soportes de respiración asistida, en una de las salas individuales del hospital. Pero el aparato parece negarse a funcionar.

—A la de tres, tiramos las dos— Indica mientras sujeta la cuerda que permite accionar el mecanismo de arranque —Una, dos...— Me mira para asegurarse de que yo también sujeto la cuerda y se produce un momento de suspense antes de que grite —TRES— Y tiramos las dos con todas nuestras fuerzas.

Pero sin saber por qué, acabamos cayendo de culo en el suelo, una encima de la otra. Por un momento no entiendo qué ha fallado, por la cara de Chel deduzco que ella tampoco, hasta que observa en su mano la cuerda arrancada del compresor y todo encaja.

—¡Mierda!— Lanza la cuerda al suelo, furiosa, mientras yo me acerco al aparato intentando buscar una solución.

—La cuerda se ha soltado.

—Ya, ya lo veo— Replica molesta. Y la verdad, no es para menos, aquí cada aparato de estos es muy necesario.

—Sólo tenemos que desmontarlo y volverla a colocar para poder accionar el mecanismo— Respondo resuelta. Pero cuando inspecciono el aparato me doy cuenta de que decirlo es más sencillo que hacerlo. En mi vida he abierto un invento de estos así que no se ni por dónde empezar. Entonces responde la determinación de Chel.

—Habrá que avisar a uno de los soldados, ellos saben cómo lidiar con estas cosa— Resopla frustrada.

Pero al decir lo de los soldados no puedo evitar acordarme de Blaime y de lo mucho que me incomoda su presencia después de descubrir su romance con la maravillosa cirujana inglesa.

Va a salir de la sala en busca de ayuda cuando intervengo decidida.

—¡De eso nada!— Se gira ya junto a la puerta sin comprender mi arrebato de autosuficiencia— Nosotras podemos, no necesitamos a un hombre para que desmonte este... — Le dedico una mirada de odio al maldito aparato que parece haber decidido ponernos a prueba negándose a funcionar —¡Con este invento del demonio!— Respondo furiosa, conteniendo las ganas de darle una patada. Y entonces, como si lo hubiera invocado, aparece Blaime por la puerta.

—¿Qué pasa, va todo bien?— Pregunta extrañado.

—Blaime, mira, a ver si tu puedes arreglar esto— Contesta mi amiga señalando el compresor.

Vuelve de nuevo junto al aparato, seguida por Blaime que se acuclilla para ver mejor el maldito trasto. En todo momento evita mirarme, manteniendo la vista baja, fija en el aparato, para dar su diagnóstico.

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