Parte VIII: BAJO LA LUZ DE NUEVA INFORMACIÓN - CAPÍTULO 99

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CAPÍTULO 99

La clave fue Pierre Lacroix, tal como Mordecai lo había previsto. Fue el capitán el que logró convencer al duro Zoltan para que bajara a hablar con él. Sus amigos guardias habían ayudado, quejándose sin cesar, y luego, una vez logrado el cometido, vaciando la celda de todas sus pertenencias acumuladas durante años y dándole unos harapos mugrientos para que se cambiara de ropa. Para cuando Zoltan llegó a verlo, Mordecai tenía un aspecto miserable y sucio, tal como cualquier otro prisionero.

—Mi señor, gracias por honrarme con su presencia —hizo una reverencia Mordecai, tosiendo y agarrándose de la pared como si tuviera dificultades para permanecer de pie.

—Al grano, Mordecai, no estoy de humor —le gruñó Zoltan tapándose la nariz y la boca con la mano. El hedor de las mazmorras le resultaba insoportable.

—He tenido una visión, señor, una que le concierne directamente —anunció Mordecai.

—Tus predicciones vagas sobre el futuro no me interesan y me hacen perder el tiempo —amagó Zoltan a irse.

—No, esto no es sobre el futuro. La información que tengo es sobre el presente, mi señor, y no es para nada vaga —retrucó Mordecai.

Zoltan se detuvo en seco y se volvió:

—Te escucho —dijo con ojos entrecerrados por la desconfianza.

—El precio es mi libertad —dijo el Adivinador con firmeza.

—Ya sabía que todo esto era uno de tus juegos —le escupió Zoltan con desdén—. Pagarás caro el haberme hecho bajar para esto.

—Puedes llamarlo juego si quieres, Zoltan —levantó el tono con insolencia el prisionero—. Juego político, juego de guerra, juego de poder, pero un juego en el que tú puedes ser el portador de un as en la manga. Si usas ese as con inteligencia, los anhelos de toda tu vida pueden hacerse realidad aquí y ahora. Mi precio es irrisorio comparado con lo que tú obtendrás a cambio.

Zoltan estudió a Mordecai por un largo momento, preguntándose si la mente del Adivinador estaba lo suficientemente lúcida como para tramar un ardid o si realmente tenía algo concreto e importante para él.

—¿Qué tienes que perder, Zoltan? —lo azuzó el prisionero—. Si te miento, puedes mandarme a la horca, pero si te digo la verdad...

—Dímelo —le ordenó Zoltan.

—Primero, quiero escucharlo de tus labios, quiero tu juramento en sangre —se acercó Mordecai a la reja de la celda, mirando a Zoltan intensamente a los ojos.

—Te juro que quedarás en libertad si la información que me das es verdadera y tiene la importancia que aduces —prometió Zoltan. Luego sacó una daga de su cinto e hizo un corte en la palma de su mano—. Sello mi juramento con sangre —extendió la mano a través de los barrotes.

—Así sea —la estrechó Mordecai con una sonrisa.

Cuando quiso soltarla, Zoltan se la retuvo por un momento más para agregar:

—Si alguna de las dos condiciones no se cumple, tu destino es la horca.

—Así sea —volvió a decir Mordecai con la mirada desafiante.

—Ahora, dímelo —le ladró el mago.

—Stefan está muerto —dijo Mordecai con tono helado—, asesinado por la mano de uno de sus propios prisioneros.

—Eso no puede ser —meneó la cabeza Zoltan.

—Nicodemus ha abandonado Istruna —siguió Mordecai—, dejando a Novera a la deriva.

—¿Por qué?

—Los motivos no importan, solo importa la oportunidad. En este momento, solo hay un Mago Mayor en todo Ingra y todos los magos menores deben su lealtad a él, sin importar su procedencia. ¿No son esas las reglas del acuerdo entre ustedes tres?

—Hasta que se restaure el orden y se nombren nuevos Magos Mayores, sí —admitió Zoltan despacio.

—Regla que fácilmente puedes cambiar una vez que tomes el poder —lo tentó Mordecai.

—Rinaldo y Novera se van a oponer —opinó Zoltan.

—Tienes a tu disposición el ejército completo de Marakar más todos los magos de Agrimar e Istruna. ¿Qué fuerza puede tener la oposición de dos reyes sin el apoyo de la magia?

—¿Y la Reina de Obsidiana?

—Obviamente, ya no importa —se encogió de hombros Mordecai.

—Correrá sangre —señaló el mago.

—Tal como te gusta —sonrió maliciosamente el Adivinador.

—Tendré que corroborar esta información con mis espías —dijo Zoltan.

—Por supuesto —asintió Mordecai—. Tómate el tiempo que quieras, pero que no sea mucho —le advirtió—. El vacío de la anarquía siempre busca llenarse, y si esperas demasiado, otro tomará tu lugar.

Zoltan asintió en silencio y abandonó las mazmorras con pasos rápidos. Unos días más tarde, Mordecai fue liberado por el propio capitán Lacroix, quien le proporcionó ropas adecuadas al estatus de un noble de la corte y un saco de cuero repleto con oro.

—Lo que sea que le dijo a Zoltan lo ha puesto de muy buen humor —comentó Pierre Lacroix mientras acompañaba al flamantemente liberado prisionero por las escaleras que subían hasta el palacio.

—Me alegro —contestó Mordecai, lacónico.

—¿Puede decirme qué fue?

—Lo siento, capitán, pero la información que compartí con el Mago Mayor es confidencial —se excusó el Adivinador—. Solo puedo decirle que seguramente será llamado para que aliste a sus tropas, todas sus tropas.

—¿Por qué? ¿Habrá otra guerra? —frunció el ceño Lacroix con preocupación.

—¿Por qué esa cara? —le sonrió el otro con condescendencia—. ¿No es la guerra el propósito de un soldado? Debería estar feliz y entusiasmado ante tal prospecto.

—¿Tiene esto que ver con la princesa? —lo detuvo de un brazo el capitán.

—Estoy seguro de que el Mago Mayor le informará de los pormenores de su misión, Lacroix, no se desespere —le palmeó la espalda Mordecai.

—¿Qué hará usted ahora que está libre? —preguntó Pierre.

—Disfrutar del sol, amigo mío, disfrutar del sol —fue todo lo que dijo el Adivinador.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora