Parte VIII: BAJO LA LUZ DE NUEVA INFORMACIÓN - CAPÍTULO 100

67 9 2
                                    

CAPÍTULO 100

—Valamir... —murmuró Lug para sí.

—¿Quién es Valamir? —preguntó Dana.

—Valamir arregló esto, pero... ¿por qué? —se preguntó Lug sin responder a Dana—. Creo que me quería fuera del camino.

—O tal vez te quería en otro camino —replicó su esposa—, quienquiera que sea el tal Valamir nos hizo un favor.

—¿Qué? —salió Lug de su ensimismamiento de golpe.

—Nuestra situación aquí no es la que esperábamos —explicó Dana—. Iriad no cree que Sabrina sea la Reina de Obsidiana y nos tiene bajo custodia en una habitación del palacio. Pero ahora que tú estás en su cuerpo...

—Hacerme pasar por Iriad es una locura. ¿Cuánto tiempo crees que pasará hasta que descubran que no soy él? —protestó Lug—. Y cuando lo hagan, ¿cuál crees que será su reacción?

—Su reacción será peor si vamos con la verdad —intervino Augusto—. Creerán que Dana y yo hicimos este intercambio y no quiero pensar en las consecuencias de usurpar el cuerpo de su autoridad mayor.

—Intercambio... —repitió Lug—. Eso es —asintió—. Iriad está en mi cuerpo y yo en el suyo. Pero ¿por qué? —se volvió a preguntar—. Necesito tiempo para pensar —levantó la cabeza Lug hacia los otros dos—. Necesito entender lo que está pasando.

Se escucharon gritos y corridas del otro lado de la puerta.

—Creo que no tendrás ese lujo —opinó Dana.

La puerta de la habitación se abrió de golpe. Meliter entró como tromba, seguido de cuatro guardias:

—Estos dos —señaló a Dana y a Augusto—. Llévenlos a las cámaras. Los quiero aislados y bien vigilados.

—Meliter, ¿qué pasa? —preguntó Dana con urgencia.

—Pasa que su plan fracasó —respondió Meliter mientras los guardias tomaban a Dana y a Augusto de los brazos.

—¿Qué plan? ¿Qué...? —forcejeó Dana en vano para soltarse.

—Querían distraerme, sacar a Iriad del camino para que sus compañeros pudieran forzar su escape del palacio —respondió Meliter.

—¿De qué estás hablando? —frunció el ceño Dana.

—Media docena de mis hombres fueron electrocutados por esa chica, pero cometieron un error: no sabían dónde estaban ustedes, así que ahora los usaré a ustedes dos para negociar que se entreguen.

—¿Dónde está la chica ahora? —preguntó Lug desde la cama.

—Escondida junto con su compañero en algún lugar del palacio. Tengo las salidas cubiertas, no podrán escapar.

—Meliter, tienes que creernos, no tuvimos nada que ver con esto —intentó Dana.

Lug descorrió las mantas y salió de la cama:

—Necesito mis ropas —ordenó a Meliter.

—Iriad, ¿estás seguro? Deberías descansar —le respondió Meliter.

—Estoy bien —dijo Lug—. Yo me haré cargo de esto.

—Por supuesto —hizo una inclinación de cabeza Meliter. Abrió un baúl que estaba bajo una de las ventanas de la habitación, sacó las ropas de Iriad y ayudó a Lug a ponérselas.

—Llévame con los hombres heridos —le ordenó Lug cuando estuvo vestido.

—¿Y estos dos? —indicó Meliter a los prisioneros.

—Tu idea de llevarlos a las cámaras está bien —dijo Lug—. Te hago personalmente responsable de su integridad física: nadie debe tocarles un pelo. No devolveremos violencia con violencia.

—Pero... —intentó protestar Meliter.

—Los interrogaré más tarde, a mi manera —lo interrumpió Lug.

—Desde luego, Iriad —asintió el otro.

—Si quieren demostrar su inocencia, comiencen por no oponer resistencia —les dijo Lug a Dana y a Augusto. Los dos asintieron en silencio y se dejaron arrastrar por los guardias—. Los heridos —le recordó Lug a Meliter.

—Por aquí —hizo un gesto con la mano Meliter. Lug lo siguió.

Lug suspiró al ver los seis cuerpos alineados boca arriba sobre el piso de madera. Se arrodilló junto a uno de ellos y le tocó la frente por un momento con un dedo.

—Haré los arreglos para el funeral —dijo Meliter.

—Eso es apresurado —respondió Lug—. Estos hombres no están muertos.

—¿Qué?

Lug apoyó la palma de su mano sobre el corazón del guardia al que había tocado y cerró los ojos. Ante su potente y silenciosa orden, el corazón comenzó a latir de nuevo.

Respira —fue la siguiente orden mental de Lug.

El guardia inhaló aire de golpe y despertó. Su primera reacción fue tratar de levantarse.

—Tranquilo —le apoyó Lug una mano en la cabeza, obligándolo a acostarse otra vez—. Necesito ver si hay daño en el cerebro por la falta de oxígeno.

Ante la mirada atónita de Meliter, Lug revivió y sanó uno a uno a todos los heridos.

—Iriad... ¿cómo es posible? —murmuró Meliter cuando Lug hubo terminado.

—Mientras hay patrones hay vida —respondió Lug.

Meliter no entendió para nada a qué se refería Lug.

—Necesitan descanso, preferentemente en buenas camas —siguió Lug.

—Me encargaré —asintió Meliter—. ¿Y ahora qué?

—Suspende la búsqueda de los fugitivos y da órdenes a tus hombres de que no los confronten si se topan con ellos.

—¿Los dejarás escapar? —frunció el ceño Meliter en desaprobación.

—No, los buscaré yo mismo.

—¿Cuántos hombres quieres?

—Ninguno. Haré esto solo.

—Iriad, la chica es peligrosa —trató de advertirle Meliter.

—Lo sé —asintió Lug—. Es por eso por lo que fue traída aquí en primer lugar.

—No puedes ir tras ella solo.

—No arriesgaré a nadie más —dijo Lug—. Estos guardias tuvieron suerte, pero los próximos tal vez no la tengan.

—La vida de mil guardias no se compara con la tuya —retrucó el otro.

—¿Para qué existe un líder si no es para proteger y guiar a su gente? —le sonrió Lug—. Ten un poco de fe en mí, Meliter. Creo que sé por qué estoy aquí y lo que debo hacer.

—Lo que digas, Iriad —respondió Meliter sin convencimiento alguno.

LA REINA DE OBSIDIANA - Libro VIII de la SAGA DE LUGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora