CAPÍTULO XXV

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BEBÉ EN CAMINO

--No pensé que diría esto pero... la voy a extrañar, Micaela Se ha portado regia conmigo y se lo agradezco de corazón, de verdad, mija—Dijo Inesita a su mucama, dándole una palmadita cariñosa en la espalda--

Micaela era una mujer recia, de huesos anchos, alta, de piel trigueña, cabello entrado en canas, tal vez de unos 50 años, pero que por su rostro todavía no se marcaban los años, si no por su cabello, que todo el tiempo llevaba recogido en una moña de trenzas. Ella no solo se encargaba de mantener en orden la habitación de Inesita, sino de asistirla en todo lo que pudiera necesitar.

--Es mi trabajo, querida Inés. Ha sido un placer conocerla. ¿Ya le había dicho que usted me recuerda mucho a mi abuelita, cierto? Por su sabiduría, su mente ágil, su entusiasmo, claro, porque mi pobre abuela, que en paz descanse, no era ni la mitad de guapa, elegante, ilustrada y amorosa que usted. Ella era una señora arrugada por las dificultades de la vida. –Dijo Micaela, lanzándole una mirada cálida a Inés—

--Me hubiera gustado conocer a su abuela. ¡Ya me imagino las pláticas que hubiera tenido con ella!—Dijo Inés, divertida al recordar que ella era la más vieja de sus amigas más cercanas, es decir, del cuartel— Cuando vengan a recogerme, se dará cuenta de las muchachas tan descocadas, despiertas, que tengo por amigas. Son tan queridas ellas, aunque a veces me sacan de quicio—

--¿Cómo me dijo que se llaman sus amigas, Inés? –Dijo Micaela, mientras acomodaba la almohada sobre la cama—

--Aura María, Sofía, Berta, Sandrita, Mariana y Betty. De todas ellas, la más sensata es Betty, ya verá cuando se la presente—Dijo Inés—

--¿Todas ellas vendrán por usted mañana? –Inquirió Micaela—

--Sí, es lo más probable. Ellas son inseparables, y como este lugar queda un poco retirado, supongo que vendrán en el carro del doctor Mendoza, el esposo de Betty. ¡Porque se imagina usted lo que costaría un transporte privado de aquí hasta Bogotá! –Dijo Inesita—

Inés provenía de una familia típica de clase media, criada con sus comodidades y cierta educación, pero que por ser mujer, no había sido preparada para afrontar la vida sin un marido, como tantas miles de mujeres en Colombia y en el mundo, hacía seis décadas atrás, invalidadas, destinadas a nada más que ser amas de casa o esposas.

Inés se casó con un hombre de menor posición económica que ella, un hombre eso sí, trabajador, que en su momento la hizo feliz y la convenció de que estaría con ella para toda la vida, en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separara. Inés como toda mujer romántica, soñadora, de su casa, que le gustaba el quehacer, que tenía talento para la costura, para bordar y para diseñar, creyó que sería feliz con él. Sin embargo, más pronto que tarde, se dio cuenta que más valía una mujer con carácter, con voluntad, con algún oficio o talento del que echar mano, que una mujer con dinero, porque al final eran los hombres los que terminaban manejando a la mujer y todo lo que le perteneciera.

Inesita se vio sola de un día para otro, con tres niños en crecimiento, que dependían enteramente de ella porque ya no disponían de un padre, que sin decir adiós los había abandonado. Lloró lo que tenía que llorar, sufrió la desilusión de nunca haber realmente conocido al hombre con el que había vivido tantos años, se devanó los sesos pensando qué había hecho mal para merecer tanta pena, pero se recompuso en cuanto vio los pequeños rostros de sus hijos, sorprendidos porque no entendían por qué su mamá lloraba y por qué su papá no volvía a casa.

Los tiempos en que Inés nació habían sido los albores de la llamada sociedad en descomposición. No todos los cambios que estaban sucediendo a su alrededor eran positivos para las mujeres, y muchos de ellos en realidad dejaban al descubierto una sociedad hipócrita, falaz, corrupta, incapaz de atender las necesidades de la gente más pobre y de las mujeres. Inés observaba cómo se desvanecía la línea entre la clase media a la que ella alguna vez había pertenecido, y la clase pobre, y cómo de pronto la mayoría se unían a esta última , conservando solo la fama, porque eran arrastrados por la imposibilidad de no poder llevar el mismo estilo de vida de antes.

YSBLF_ El Matrimonio (Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora