EL LOBO NEGRO

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Llamaron a la puerta al día siguiente: dos hombres con el uniforme de la Falange preguntando por la marquesa de Zuloaga. Amaia les dejó entrar en la casa pero no les permitió pasar del vestíbulo. Cuando subió a buscarme y vi la expresión en su cara supe que algo iba terriblemente mal.

—Preguntan por usted, señora marquesa —me informó con el tono de quien se sabe portadora de malas noticias—. Les diría que no está en la casa pero dicen que tienen órdenes de llevarla al pueblo. El capitán Villa quiere verla en el cuartelillo.

Liam dormía en la cama del cuarto de invitados del primer piso, esa mañana por fin se había visto con ánimo para levantarse y dar un paseo por la casa.

—Diles que ahora bajo, por favor.

Miré a Liam un momento más antes de volverme hacia la puerta.

—. Y si no he vuelto para la hora de cenar dile a Catalina que recuerde lo que le dije la última vez que fui al bosque, ella sabrá a lo que me refiero.

Amaia asintió despacio, sus rasgos juveniles parecieron los de una mujer mucho más mayor un instante antes de desaparecer para bajar corriendo las escaleras de mármol.

No iba a despertar a Liam para decirle «adiós» y tampoco bajaría al cuartito de los juegos para despedirme de Catalina o de las niñas. Me arreglé el pelo mirándome en el espejo del tocador y me ajusté mejor mi vestido de color granate. Bajé la escalinata sin ninguna prisa; abajo, esperando impacientes en el vestíbulo vi a los dos hombres de uniforme que habían venido a buscarme.

—Señores, ¿en qué puedo ayudarles

Les pregunté mientras Amaia fingía que no prestaba atención a la escena.

—El capitán Villa nos ha ordenado llevarla al pueblo, señora marquesa. Está en el cuartel y quiere hablar con usted de unos asuntos, así que vámonos.

El oficial tendría más o menos mi edad y a juzgar por el desprecio con el que habló estaba claro que no me tenía miedo y que yo no le caía bien.

—¿Sabe de qué se trata?

Pregunté, aunque estaba segura de que tenía relación con Maite.

Probablemente ella había terminado hablando: les habría contado que yo estaba en el bosque esa noche y que conocía la identidad de, al menos, uno de los bandoleros que llevaban meses atacando a la Guardia Civil. Imaginé a Maite en una sucia celda del cuartelillo con la cara hinchada por los golpes y deformada, la sangre seca en su ropa arrancada y el pelo despeinado después de que la hubieran interrogado durante toda la noche. No la culpaba: yo también hubiera delatado a la responsable de la muerte de mi hijo si pensara que con ello podía acortar la agonía hasta mi próxima muerte.

—Yo solo hago lo que dicen, señora, así que lo mejor es que nos acompañe y se lo pregunte usted misma al capitán Villa

Respondió, visiblemente molesto por tener que responder a mis preguntas.

—. El coche está fuera.

Les seguí atravesando el vestíbulo sin detenerme y sin decir nada más, pero antes de cerrar tras de mí la puerta de la casa me volví para mirar al interior de Villa Soledad una última vez. Alma estaba de pie en la entrada, justo debajo de la gran araña de cristal austriaco que colgaba en el centro del vestíbulo, y se despidió de mí con la mano. No me esposaron durante el trayecto hasta el pueblo, pero aun así, cuando bajé de la parte de atrás del coche que usaron para llevarme hasta Basondo, donde había ido dando tumbos todo el viaje, todos los vecinos que había en la plaza se me quedaron mirando.

—Mira, han detenido a la marquesa. Lo mismo le dan el paseíllo a ella también, se lo merece por hacerse amiguita de los nazis —susurraban algunos—. No, esta como mucho pasa una temporada en la cárcel y listo. Los que son como ella siempre salen bien parados al final.

EL BOSQUE SABE TÚ  NOMBRE Where stories live. Discover now